Del "boom" latinoamericano y otros demonios | Digitall Post : Digitall Post
Arte carlos fuentes gabriel garcia marquez

Del «boom» latinoamericano y otros demonios

Del «boom» latinoamericano y otros demonios

Al conmemorar el medio siglo cumplido de la aparición de Cien años de soledad,Cambio de piel y Tres tristes tigres, obras de Gabriel García Márquez (1927-2014), Carlos Fuentes (1928-2012) y Guillermo Cabrera Infante (1929-2005), festejamos (o ponderamos, si cabe) los años que nos separan del esplendor del boom latinoamericano de novelistas que cambió el destino de la lengua española como sólo había ocurrido previamente durante el Siglo de Oro, durante la aparición de Rubén Darío culminando la penúltima década del XIX y con los poetas peninsulares de la generación del 27.

Tres momentos suficientes para garantizar lo que, de manera increíble y antes de aquel 1967, todavía se ponía en duda: el sitio capital de la lengua española, en los principios de la modernidad (Shakespeare, según Roger Chartier, leyendo a Cervantes) y durante sus largos y nebulosos años finales con un Borges como uno de los escritores más influyentes del planeta.

Quienes lamentaron nuestra ruina, siempre prestos, fueron los profesores anglosajones (anótense las excepciones), los mismos quienes igualmente han drenado, presurosos, el presupuesto universitario para festejar nuestros renacimientos tras las décadas de inopia que toda gran literatura puede y debe permitirse. Pregúntenles a los franceses, los únicos sabedores de cómo hacer de la decadencia, gloria.



El libro insignia es, desde luego, la novela de García Márquez, de cuya muerte se cumplen tres años precisamente este lunes. Dirán que tengo poco mundo, pero aún no conozco a nadie que, habiendo leído Cien años de soledad durante la adolescencia, reniegue de ella porque —lo sé— a esa edad el libro y el lector se confunden o casi nadie quiere renunciar, desde las amarguras de la relectura lamentadas no hace mucho por Javier Marías, a ese paraíso perdido. Al menos en mi caso, me he decepcionado, tras volver, casi siempre obligado por el oficio, a Rayuela, de Cortázar, o a las primeras novelas de Fuentes.

En otros casos —para qué mentir— llegué tarde a obras capitales de aquella generación, como la del primer Vargas Llosa o de José Donoso, cuando ya no me era dado leer sin la sombra amenazante del historicismo. Superado el galimatías del “realismo mágico” que identifica a esa imprecisa etiqueta con el boom, hay una magia en aquel García Márquez de 1967 sin la cual yo, como lector novato que fui, no puedo concebirme. Relectura tras relectura, Cien años de soledad me parece un jardín privado hecho a mi medida, como sólo lo han sido en mi vida de lector, con ella, las novelas de Proust y Mann.

Christopher Domínguez Michael/El País