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En Chile nació, México la adoptó… Mon Laferte arrasa en el Auditorio Nacional

En Chile nació, México la adoptó… Mon Laferte arrasa en el Auditorio Nacional

Hay diversas maneras de amar la música, tardaría horas detallando cada una de ellas. Pero la forma en que Mon Laferte lo hace es una que sólo se entiende cuando la ves detalladamente en una presentación directa.

Su conexión con el respetable es inmediata. Sus seguidores la sienten y percibe desde que camina cadenciosamente al escenario, sus pasos son definidos, como si supiera que cada encuentro, en este caso con México en el Coloso de Reforma, sería un gran éxito.

Custodiada por diez músicos y dos coros, vestidos todos elegantemente a la usanza de los años 70 y con una coreografía ad hoc, la chilena enfundada en un minivestido rojo salió y se comió a los mexicanos de un solo bocado con cada una sus canciones.



Hay que decirlo, desde el mejor de los sentidos, que se ayudó del color de su piel al que combinó con el rojo de su vestido, el carmesí de sus labios, y los tatuajes que le envuelven la piel, todo en conjunto se queda en el recuerdo de quien la ve, la escucha y le aplaude.

La entrega de Mon, la pasión y la originalidad con la que presenta su proyecto de vida sonora fulmina cualquier pensamiento que divague entre el me gusta o no me gusta.

Ana, Si tú me quisieras, Flor de Amapola. El cristal, La trenza, Amor completo, Flaco, Amárrame, No te fumes mi marihuana, entre muchas otras fueron ovacionadas pidiendo el final no llegara, pero después de una falsa salida, llegaron Tormento, Mi buen amor y Tu falta de querer con las que cerró la primera de tres noches de llenos totales que tiene en el lugar de mayor prestigio musical del continente.

Mon deja claro con esta serie de conciertos que quien dice que solo la venta de discos es testimonio del éxito es porque no le ha visto en Amárrame Tour, donde todas sus canciones son interpretadas por jóvenes que, en igual proporción de femeninas y varones, le aplauden, chiflan, gritan, vitorean, chulean y que mueren por tocarla para seguir viviendo.



Jorge Luis Santa María – Colaborador