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El recetario del Doctor Meade

El recetario del Doctor Meade
Por: Sergio Villaseñor

José Antonio Meade Kuribreña, quien no es de cepa priista, fue elegido como el precandidato del PRI por tener una imagen limpia. Su estrategia en la política ha sido «sumar» sin importar militancias; sin embargo, los escándalos de corrupción en los que se han visto involucrados gobernadores pertenecientes a su partido podrían llevarlo al atolladero.

Pareciera que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) se adelantó a la Navidad y a finales de noviembre de 2017 le dio un regalo inesperado a Andrés Manuel López Obrador destapando a José Antonio Meade como su abanderado para ir en busca de La Silla Presidencial este año.

Lejos de la tramoya política, pero aún más lejos del carisma, Meade Kuribreña tiene más pinta de gerente que de mandatario. Acostumbrado a resolver problemas a través de la lógica, dibujando esquemas en un papel, el candidato ciudadano tendrá como bien lo dice Roberto Morris en un artículo publicado en Vanity Fair, “la dura tarea de defender los resultados de los últimos 37 años de gobiernos tecnócratas”.

A Meade nos lo han querido vender como un ciudadano común y corriente, como cualquiera de nosotros, pues (como si cualquier mexicano promedio pudiera estudiar en la Universidad de Yale un doctorado en Economía), pero no han podido transparentar los grupos de poder a los que representa. Descendiente de irlandeses, Meade Kuribreña creció en una familia de clase media alta en una atmósfera familiar culta y de vieja tradición priísta ligada a la militancia de su padre, diputado de dicho partido.



Fue en 1998 que el mayor de la estirpe Meade, Dionisio, participó en la creación del Instituto de Protección al Ahorro Bancario (IPAB), organismo donde José Antonio comenzó su carrera al servicio público, para después convertirse en el encargado de operar los sistemas de pensiones de la Comisión Nacional del Sistema de Ahorro para el Retiro (CONSAR), otra herencia de su padre, quien en conjunto con Ernesto Zedillo, creó este sistema de retiro basado en la solidaridad intergeneracional que hará ver su suerte a los trabajadores que comenzaron a cotizar en la seguridad social después del primero de julio de 1997 (fecha en la que entró en vigor el sistema de Afores), ya que únicamente obtendrán una pensión equivalente a 30 por ciento del último salario. Y para ello deberán cotizar, como mínimo, mil 250 semanas.

Sorprendentemente, Miguel Ángel Mancera, pasó de ser potencial candidato apartidista, a un empleado de la CDMX que a donde sea que se presentara, no se quitaba el chaleco con las siglas de la ciudad. Con esa pinta de aficionado a la NFL se hizo a un lado y cedió la candidatura conjunta del PRD y el PAN.

El insólito López Obrador (aunque no tanto como las coalición PAN-PRD), que ya fue «presidente legítimo» en su mente, llegará a la boleta como el único político real de la contienda. Como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México renunció a enfocar su atención en mejoras del Metro y construyó el segundo piso del Periférico en beneficio de los dueños de automóviles. En 2006, una campaña difamatoria lo presentó como «Un peligro para México». Doce años después, ya deslavado, merodea la Presidencia muy en su papel de luchador social y sin un oponente de contrapeso.

Regresando a Meade. Su discurso es predecible: estabilidad macroeconómica, baja inflación y reformas estructurales; ignorando (o tal vez ocultando), que la primera de sus principales tareas será explicar cómo es que aun con un incremento de 800% en materia de comercio exterior, a partir de la firma del Tratado del Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), México sigue con los mismos niveles de pobreza y corrupción que en 1992, antes de que el tratado entrara en vigor. A esto hay que agregar que la brecha de la desigualdad ha aumentado considerablemente.



Las estadísticas de la desigualdad representan el sistema que defiende Meade. Los militantes del PRI saben que lo que es bueno para Walmart no necesariamente es bueno para México. El PRI trató de convencerse a sí mismo de que está unido y en una obligada ceremonia la CTM elogió de manera inverosímil al artífice del gasolinazo. Si Peña Nieto habla como quien lee en teleprompter, Meade habla como si leyera una página de Excel. Lo extraño es que no aspira a gobernar el Banco de México, sino a gobernar México como un banco.