MÉXICO.- La economía mexicana ha enfrentado bien el fuerte shock externo que está sufriendo, hasta este momento. La producción nacional ha seguido creciendo, aunque a un ritmo menor y la inflación se ha elevado, pero menos de lo que estimaban los analistas más pesimistas. Por su parte, el tipo de cambio parece estabilizarse en los actuales niveles e incluso algunos días vuelve a fortalecerse, aunque de manera marginal y no parece estar fuera de control.
Todo lo anterior podría interpretarse, de manera errónea, que lo peor ya ha sucedido respecto al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. En realidad el nuevo gobierno de Estados Unidos solo ha anunciado distintas propuestas y alternativas y los mercados financieros han reaccionado a estos anuncios, pero ninguno se ha llevado al cabo, por lo que se ignora la verdadera dimensión del ajuste interno que se habrá de realizar. Es muy probable que una vez que se avance en las diversas negociaciones y en la aplicación de las diversas medidas, se tenga un impacto adicional en las variables económicas.
El shock externo que sufre la economía nacional deriva de que el modelo de crecimiento que ha seguido en el pasado cuarto de siglo, de integración a Norteamérica, parece terminar de manera abrupta. Cancelar el TLCAN significa que aplicarían las reglas de la Organización Mundial de Comercio, lo cual equivale a que los aranceles que aplicaría Estados Unidos a nuestras exportaciones serían menores al 3% en promedio, que más que se compensan con un tipo de cambio más débil. Sin embargo, el tratado es más que solo aranceles e incluye procesos legales, buena disposición de las partes, acuerdos no arancelarios y otros temas que tienen como objetivo incrementar la integración económica y financiera de nuestros países. Finalizar este acuerdo tiene costos en varios aspectos, destacando el menor flujo de inversión hacia el país.
En este escenario sería muy dañino que el banco central siguiera una política expansiva para reducir el impacto final en la economía, ya que la mayor liquidez provocaría una devaluación adicional del tipo de cambio, que a su vez deterioraría aún más las expectativas económicas y podría provocar una salida adicional de capitales.
Por otro lado un incremento en el gasto público, como muchos proponen para evitar una desaceleración de la economía, elevaría el déficit fiscal y la deuda pública lo que presionaría a un deterioro de la calificación crediticia del país, incrementando así las tasas de interés, las que impactarían en mayor medida en contraer la producción y en el consumo. Además, los aumentos exagerados en las tasas de interés son considerados por los inversionistas extranjeros como una señal de deterioro de las economías, que en lugar de tranquilizarlos, manda la señal contraria.
Las estrategias correctas a seguir en este entorno es la búsqueda de nuevos mercados internacionales, lo cual es difícil, tardado y costoso, pero necesario. Otro camino es fortalecer el mercado interno por medio de desregulación e incrementos en el poder de compra de la población, lo que se logra con una reducción de impuestos a los consu-midores e inversionistas nacionales. Pero esto requiere que se reduzca el gasto públi-co, la deuda del gobierno y la corrupción, temas difíciles de cumplir como se ha constatado en los pasados años.
Finalmente está el incremento de la inversión, tanto la pública como la privada, la cual se ha reducido como porcentaje del PIB en la última década. Para lograrlo se tiene que avanzar más en la desregulación de los mercados, así como eliminar trabas que tenga el sector productivo. En este aspecto es muy importante tener un estado de derecho sólido y que se cumpla. En fecha reciente se cumplió el centenario de la promulgación de la Constitución, pero ha sido tantas veces modificada que no cumple con su papel de referente de un estado de derecho. Hoy el país tiene enfrente un enemigo poderoso y no se puede posponer tomar las medidas correctas sin incurrir en elevados costos para nosotros y para las siguientes generaciones.