Luego descubrí, que me gustan los abrazos por la espalda,
porque los miedos destilan mucho más rápido
entre las heridas de puñales,
que fueron abrazos de frente, tiempo atrás.
Que prefiero las promesas rotas antes de decirlas,
para que la esperanza no se tome la molestia de aparecer,
y regrese otra vez con las manos vacías al olvido.
Que no espero el tren que pienso que es para mí,
si no que llego tarde en el momento indicado,
justo para tomar el tren que me tiene reservado un asiento.
Que las miradas pueden ser usadas para un interés,
obligadas a mentir, pero cuando son liberadas,
no son capaces de ser alzadas del suelo.
La cobardía se ha escondido detrás del «Carpe Diem»
sin saber que entre «vivir el momento»
también está «comprometerse con el instante».
Que «nunca queremos nada serio» cuando la vida nos habla con la mano en el corazón.
«no creemos en las etiquetas» pero queremos que el amor nos permita usar su nombre por el momento,
«buscamos pasar el rato» y la vida nos sigue aguantando, hasta que en el momento menos pensado, el rato se vuelve último.
Y ahí,
no soportamos a la vida,
no entendemos al amor,
y fingimos comprendernos a nosotros mismos.
Llevamos máscaras de cobardes
que se han contentado con lo poco,
con tal de no volver a arriesgar,
de no volver a rompernos.
Es más fácil evitar los precipicios,
para que nadie note que no sabemos volar.
Creemos que tenemos las cicatrices suficientes
y aseguramos tener miedo al amor,
pero no sabemos como reaccionar,
cuando alguien nos abre una herida.
Que no se trata de la época, sino de los que vivimos en esa época,
el amor desde hace rato nos exige un tanto de respeto,
respeto a su significado,
respeto a su existencia,
respeto a su verdadero uso,
y quizás sea por eso, que ha pedido a cupido,
que no nos escuche más.
Y nosotros,
rebeldes sin causa,
seguimos fingiendo vivir.