CIUDAD DE MÉXICO.- Este 19 de septiembre, se cumplen 31 años del peor terremoto que se haya presentado en la historia de la Ciudad de México. Después de los sismos de 1985, en México se han desarrollado protocolos y tecnologías para prevenir un desastre como el de aquel día, un evento de 8.1 grados de magnitud, el cual cobró la vida de por los menos 10 mil personas, dejando sin hogar a 900 mil ciudadanos y pérdidas materiales por más de 8 mil millones de dólares.
Es de destacar que hoy en día México, cuenta con una red de 167 estaciones sísmicas distribuidas desde Tijuana hasta Chetumal, que envía datos al Servicio Sismológico Nacional (SSN) por medio de satélites y con un retraso de sólo tres segundos.
Si bien y de acuerdo a los expertos, hoy en día no se pueden predecir los terremotos, si se han logrado especiales avances en tecnología electrónica, de telecomunicaciones e ingeniería civil con el objetivo de disminuir riesgos. Sin embargo, todavía es muy necesario que la población, reciba la educación pertinente a fin de saber comportarse durante este tipo de eventos.
En la Ciudad de México, también se ha construido un sistema de alerta sísmica temprana que se activa con temblores de más de 6 grados de magnitud 50 segundos antes de que se sienta el movimiento. Para ello hay una red de 8 mil 200 torres con altavoces que emiten un sonido específico en caso de temblores.
A estos sistemas de vigilancia y alerta se agrega al cambio paulatino en materiales flexibles de construcción como el acero y los nanotubos de carbono que mejoran la dispersión de energía y cargas cuando tiembla.
El Servicio Sismológico Nacional fue fundado en 1910 y desde 1948 quedó a cargo del Instituto de Geofísica de la UNAM. Del total de estaciones sísmicas, el SSN opera directamente 109, mientras que las otras 58 son operadas en colaboración con diferentes universidades, institutos y autoridades federales y estatales.
El maestro Jesús Pérez Santana, del área de Sistemas y Telecomunicaciones del SSN, explicó que los datos de las diferentes estaciones llegan en tiempo real y diferentes computadoras están procesando datos todo el día para localizar la magnitud y el epicentro de cualquier sismo. En paralelo, esos mismos datos que entran a los sistemas automáticos alimentan a otro sistema que se opera y corrobora por científicos expertos, concentrados en el monitoreo y análisis, quienes verifican y dan la magnitud del sismo. Ésta es la razón por la cual el primer reporte automático de la magnitud es preliminar y minutos después emite la información definitiva.
Un dato muy importante de las nuevas instalaciones del SSN es que se cuenta con un sistema de comunicación directa con el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred) y con el Instituto de Ingeniería de la UNAM, el cual es llamado Delta y que está protegido para seguir operando en caso de interrupción de otras vías de comunicación o de interrupción de energía eléctrica.
El trabajo de vigilancia y análisis que realiza el SSN es diferente al sistema que activa la alerta sísmica, que depende del Centro de Instrumentación y Registro Sísmico, A.C. (Cires), que es una asociación civil no lucrativa fundada en junio de 1986, originalmente bajo el auspicio de la Fundación Javier Barros Sierra, A. C., para promover la investigación y desarrollo de tecnología aplicada a la instrumentación sísmica.
Esta asociación civil desarrolló, en 2010, el protocolo del Sistema de Riesgos Mexicano (Sarmex) que principalmente recibe información de los sismos importantes que se registran en la zona más sísmica del país; que es la costa de Guerrero, y genera un sonido pregrabado de alerta temprana que puede ser escuchado en diversas partes de la Ciudad de México. Este sistema se encarga de avisar 50 segundos antes de que el movimiento llegue a la Ciudad de México. El sistema se basa en el principio de que las ondas sísmicas superficiales, consideradas como potencialmente dañinas, viajan de entre 3.5 y 4.0 kilómetros por segundo, lo que significa que tardan entre 75 y 85 segundos en viajar de Guerrero a la Ciudad de México.
Oficialmente, la alarma se activa con sismos de magnitudes cercanas a los 6 grados y se transmite en los 8 mil 200 altavoces distribuidos en las 16 delegaciones de la Ciudad de México. Además de esta alerta por medio de altavoces, existen diferentes aplicaciones para teléfonos inteligentes que están vinculadas al sistema de alertas tempranas, por ejemplo las apps Alerta Sísmica DF, Sky Alert y Earthquake!
Un punto importante que dejaron como enseñanza los sismos de 1985, tiene que ver con la mejora en los materiales y procedimientos de construcción en México. Hoy en día, las casas son más ligeras, flexibles y se tiene mayor conciencia del subsuelo.
Más allá de le obvia importancia que tiene el salvar vidas humanas, desde el punto de vista de la ingeniería no es suficiente con que el edificio resista un terremoto sin caerse. Debe quedar en buenas condiciones para ser reutilizado. En la Ciudad de México siguen en pie edificios que fueron dañados en el sismo de 1985 pero que no son habitables, dos de ellos muy cerca de la fuente de Arcos de Belén.
Cuando un terremoto cimbra un edificio, un puente o un estadio, toda la construcción es llevada a un punto máximo de estrés. Estructuras concebidas por ingenieros para ser fuertes y sólidas durante muchos años, súbitamente tienen que demostrar dos nuevas capacidades: comportarse con cierto grado de flexibilidad y, al mismo tiempo, mantener la mayor cohesión posible, pues entre más se mueve un edificio es más vulnerable.
A raíz de los sismos de 1985, en México se han desarrollado metodologías originales para ayudar a los constructores de edificios a construir con mejores sistemas de dispersión de energía. En el año 2008, una metodología concebida en la Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Azcapotzalco (UAM-A) fue capaz de medir cuánta energía recibe y disipa cada columna, cada muro y cada rampa de un edificio durante un evento sísmico. Con esa información se puede decidir cuáles son los amortiguadores más adecuados que se deben incorporar en su diseño.
El método de cálculo contempla algunos valores que antes no se consideraban para hacer diseño de edificios en zonas sísmicas, como el grado de flexibilidad que puede tener una pared de mampostería o el grado de absorción de movimiento que tienen diferentes líquidos viscosos usados en amortiguadores de ingeniería, como acetonas, aceites y siliconas. Teniendo el cálculo matemático del comportamiento del edificio, se seleccionan los amortiguadores más eficientes.
La propuesta surgió de la tesis de doctorado del investigador Óscar Zúñiga Cuevas, bajo la asesoría del doctor Amador Terán Gilmore. Atender este tema en el Valle de México es fundamental debido a que esta urbe está asentada en suelo suave, constituido por los sedimentos del lago que existió hace siglos. El suelo suave provoca desplazamientos de edificios menos previsibles que en otras superficies.
En el mundo se han inventado diferentes sistemas disipadores de energía, para proteger a los edificios durante un movimiento telúrico. En México se han adoptado y mejorado algunos tipos de amortiguadores, como las grandes estructuras metálicas en forma de letra “equis” que se comportan con flexibilidad ante vibraciones mayores. Otros son cilindros amortiguadores similares a los de los automóviles, llenos de líquidos con alta viscosidad y que se colocan en puntos estratégicos de las estructuras.
En los terremotos que padecieron las ciudades de Los Ángeles, Estados Unidos, en 1994, y Kobe, Japón, en 1995, se demostró que un edificio con buenos sistemas de dispersión de energía soporta entre 50 y 100 por ciento mejor las ondas sísmicas.
con información de agencias, La Crónica y la Universidad Autónoma Metropolitana