Nick Hornby aborrece los reality shows pero adora las sit-coms y su última novela, Funny Girl (Anagrama), es un homenaje a ese mundo, el de las series de televisión, pero no las de ahora, sino las de los 60. La protagonista es una chica decidida a convertirse en la próxima Lucille Ball, es decir, la mejor comediante del momento. De fondo, una reflexión sobre el oficio de guionista y sobre cómo de borrosas son las fronteras en la cultura popular.
Barbara Parker es la clase de chica capaz de ganar un concurso de belleza y, una vez ha sido coronada, incapaz de creerse de que aquello fuera en serio, incapaz de verse a sí misma como un trofeo que la ciudad, la pequeña y provinciana Blackpool, lucirá durante un año, como se lucen a veces las insignias en las solapas, decide que ni pensarlo, que no piensa aceptar la corona, que sólo le había parecido presentarse pero que en ningún caso pensaba que la cosa podía ir en serio. Barbara Parker quiere ser actriz y sabe que para serlo, en su época, los años 60, ganar un concurso de belleza no puede ir del todo mal, después de todo, los cazatalentos te prestarán más atención y quizá te sugieran para algún papel. Aunque lo más probable es que no lo hagan. Ganar un concurso de belleza significa convertirse en esa clase de trofeo del que hablábamos y ser especialmente apta para lucir bañadores y quién sabe qué más. Y eso no tiene nada que ver con lo que quiere Barbara. Barbara quiere ser comediante. Una actriz cómica. La próxima Lucille Ball. Poner caras raras, hacer reír a la gente. No quiere posar. Pero, ¿puede ocurrir algo así? ¿Puede ocurrir que tengas un agente y que ese agente te deje presentarte a castings de actriz cuando podría sacar mucho más de ti si simplemente te dedicas a desfilar? Sí, puede. Pero vas a tener que cambiarte el nombre (de Barbara Parker a Sophie Straw) y ser francamente engreída (pero divertida) y al final acabarás protagonizando una sit-com que se llamará, curiosamente, como te llamabas antes: Barbara (y Jim).
La última novela de Nick Hornby, Funny Girl (Anagrama), es un homenaje a la comedia televisiva, una divertidísima y, a ratos, ácida, novela, sobre querer ser a toda cosa aquello que soñaste ser, y acabar siéndolo, y, a la vez, un vistazo a la maquinaria, o a cómo se construye una serie de éxito que además es una serie brillante porque tiene detrás un equipo de talento. Y también es una reflexión sobre la cultura popular, sobre cómo se crea, sobre de dónde viene, y sobre cómo ha desaparecido. «Hoy en día, la cultura pop no existe. Sólo existe la cultura. Ya no hay una alta cultura y una cultura popular. Las canciones de Bob Dylan reflejan tan bien su sociedad como lo hizo Cervantes con la suya propia en su momento. No veo diferencia entre una comedia televisiva y una obra de teatro. Tampoco la veo entre la televisión y una novela», dice.
Está sentado en su escritorio, en su despacho, que está como a diez minutos de su casa. Hay más de un cigarrillo electrónico sobre la mesa, y también una botella de agua y galletitas. Hornby (Maidenhead, Reino Unido, 1957) ha estado cinco años alejado de la novela, escribiendo para el cine, y a su vuelta, dice, le interesaba escribir sobre el trabajo en equipo. Y sobre escribir para todo el mundo. «Tienes que tener en cuenta a la gente, siempre. Todo va muy rápido hoy en día. Nos aburrimos con facilidad. Y queremos consumir productos que nos resulten divertidos, que no nos aburran. Esa es la única regla. La regla de oro. Hoy si te pasas 20 páginas situando una escena en una novela, perderás a la mitad de los lectores que podrías haber tenido. O puede que a más».
Pregunta.- ¿Por qué escribir sobre cómo se escribe en televisión?
Respuesta.- Quería escribir sobre el trabajo en equipo en televisión, en un momento en el que toda la familia se reunía para verla juntos. Es decir, una época en la que aún no había vídeo, y no podían grabarse los programas, en la que no existía la televisión por cable a la carta. Algunas comedias británicas de los 60 las veían 30 millones de personas, toda una barbaridad, si tenemos en cuenta que la población era de 55 millones. ¿Y por qué la comedia en sí? Porque era perfecta. ¿Y por qué lo era? Porque la BBC empleaba a buenos escritores, escritores muy muy inteligentes, que eran capaces de hacer algo verdaderamente brillante y a la vez asombrosamente popular. Se arriesgaban. Eran buenos. Muy buenos.
P.- Barbara es una chica inteligente, confía mucho en sí misma y adora la comedia. Quiere, por encima de todo, hacer reír a la gente. En muchos sentidos esta es una novela sobre lo lejos que pueden llevarte tus sueños, y sobre las mujeres que no se conforman con lo que deberían conformarse, que quieren más, y van a por ello.
R.- Lo cierto es que últimamente me interesan mucho más las historias protagonizadas por chicas que las que podrían protagonizar chicos. En Funny Girl la protagonista es una chica, pero también lo es en Brooklyn, en Una educación y en Wild -estos tres son ejemplos cinematográficos; en los últimos tiempos, Hornby se ha empleado a fondo como guionista-. Creo que existen barreras reales que mantienen a las jóvenes lejos de aquello que les gustaría hacer, incluso ahora, aunque especialmente antes, en el pasado. Y el tema de la comedia en el Reino Unido ha sido históricamente cosa de chicos. Las mujeres debían contentarse con ser mero decorado, no tenían por qué hacer reír a la gente. Incluso los Monty Python, que fueron pioneros en muchos sentidos, daban a hombres papeles de mujeres, y a veces llevaban consigo a una chica en bikini. Así que me propuse escribir sobre una chica que, en ese mundo, tuviese tanto talento y tanta determinación, que fuese capaz de llegar muy lejos.
P.- Se diría que hay un tema de fondo en la novela que tiene que ver con la lucha de clases. O, mejor, con las clases. A menudo se ridiculiza la cultura popular y, en concreto, la cultura televisiva, por considerar que se trivializa a la velocidad en la que lo hace la sociedad, pero ¿no está volviéndose la televisión más inteligente cada día? ¿Por qué hay quien aún intenta acabar con ella?
R.- Cualquiera que pretenda hoy en día ridiculizar la televisión demuestra que no tiene ni idea de lo que ha estado pasando con la propia televisión y con lo que podríamos llamar ‘alta cultura’. El tema es que ya no existe la ‘cultura pop’ en sí misma, sólo existe la ‘cultura’. Series de televisión como The Wire oLos Soprano son como novelas victorianas, brillantes y profundas. Y no sólo eso, podría decirse que todo lo que hoy consideramos ‘alta cultura’ fue en otro tiempo cultura pop. Dickens, Shakespeare, escribían para el pueblo. Se convierte en ‘alta cultura’ simplemente porque persiste en el tiempo, sobrevive. Eso sí, tengo la sensación de que ya no hablamos tanto de literatura, hablamos sobre todo de televisión, de música y de cine. Puede que los Vernon Whitfields de este mundo -Vernon Whitfield es un personaje de la historia, que se ríe, todo el tiempo, de la serie que protagoniza Barbara- crean que es cosa de idiotas, pero con su actitud lo único que consigue es aislarse. Ir de listo. Quedarse solo.
P.- Vernon, de hecho, es muy crítico con lo que emite la BBC en ese momento, y se pregunta cómo serán los programas en 50 años, y si serán tan terribles como entonces (‘¿Dejaremos de hacer chistes sobre el cuarto de baño?’, se pregunta), ¿dónde cree usted que estaremos en 50 años?
R.- Bueno, en parte le doy la razón a Whitfield. Hoy en día la gente está viendo cómo otra gente va al lavabo (y tiene sexo allí mismo) en los reality shows. Pero en realidad esos programas se acabarán y nadie los recordará. Sin embargo, lo que se está haciendo desde Amazon o desde Netflix se recordará. Es decir, se ha generado la necesidad de un contenido de calidad y se han puesto muy en serio a ello. Fijémonos en Amazon. Cuando quisieron que la gente probara su servicio de streaming, se dieron cuenta de que necesitaban contenidos y, en concreto, un contenido que los distinguiera del resto, ¿y qué hicieron? Transparent. Y la nominaron a los Emmys y tuvo súper buenas críticas y la gente se dijo: ‘Oh, me ha encantado, ¿por qué no haces algo más? Pagaré por verlo’. La televisión, igual que el cine, cuando es malo, no funciona hoy en día. Porque tenemos mucho, y muy bueno donde elegir. Fijémonos enOrange is the new black y en House of Cards. Escribir para televisión puede llegar a ser fascinante.
P.- Hablando de escritores, en concreto, de guionistas televisivos, los dos guionistas de la novela, Bill y Tony, ¿están basados en Ray Galton y Alan Simpson, o más bien en John Lennon y Paul McCartney?
R.- Yo admiraba increíblemente a Galton y a Simpson cuando era un crío. En realidad había como un par o tres de parejas de tíos escribiendo en aquella época para todo tipo de programas, así que podía permitirme el lujo de inventar una nueva. Cuando llevaba cerca de la mitad de la novela me di cuenta de que tenían mucho de Lennon y McCartney: uno era más instintivo y estaba muy ligado a lo que le gusta a todo el mundo, y el otro era más dado a experimentar. Y al final la cosa fue que acabaron siendo muy como John y Paul pero también acabaron siendo una especie de matrimonio. Porque para que la cosa funcione, para que el guion tenga sentido, los dos tienen que querer lo mismo a la vez, y con la misma intensidad.
P.- ¿Y los recuerdos de Barbara (Sophie) de la época son recuerdos suyos? ¿Sus programas favoritos figuraban también entre los suyos? ¿En qué sentido cree que han cambiado las sit-coms desde entonces?
R.- No, no son mis recuerdos. Mis programas favoritos son más de los años 70, que era la época en la que era adolescente. He tenido que documentarme bastante en ese sentido, y debo decir que la producción, a nivel visual, era malísima. Apenas se gastaban dinero, y una sit-com de los 60 tiene una pinta horrible comparada con una película de la época. Hoy en día la cosa ha cambiado mucho. Las sit-coms son muy inteligentes, y arriesgan un montón, y realmente parece que traten de diseccionar la manera en que vivimos. No sé, pienso en Girls, en Veep, en The Office, y pienso que hoy nos divierten, pero en el futuro serán artefactos muy interesantes para los historiadores.
P.- Una cosa curiosa de la novela es que incluye fotografías. ¿Por qué?
R.- Mientras la escribía, tenía, de hecho, esas mismas fotografías sobre la mesa, para inspirarme. El día en que fui a ver a mi editor americano se las llevé, y también al alemán, y a la gente joven que trabaja en mi editorial inglesa, para que les echaran un vistazo, y me dije: ‘Eh, ¿por qué no incluirlas? Pueden ser útiles’. Y cuando decidí incluirlas, metí también un par de mentira. La portada del libro de Bill, por ejemplo. Me pareció divertido.
P.- Como guionista, en la novela exploras el trabajo creativo en equipo. ¿En qué sentido cree que el trabajo en equipo afecta a la historia que quiere contarse?
R.- Lo que afecta a la historia que cuentas no es el trabajo en equipo, sino la forma. Hoy en día nada acaba. Necesitas secuelas, otras series. En ese sentido tengo suerte porque trabajo en dos campos algo marginales como el de la ficción literaria y el cine independiente, donde la gente aún espera que haya un final. Pero eso está desapareciendo. Ahora la carretera no se acaba nunca, o se acaba cuando la gente decide que tiene que acabarse. Shakespeare y sus contemporáneos nunca tuvieron que enfrentarse a algo así.
P.- Y por último, a modo de bonus track, diga: 1) Una sit-com que adorara cuando era un niño (o un adolescente); 2) ¿Quiso alguno vez ser cómico?; 3) Su última serie favorita, y 4) ¿Hubo alguna Lucille Ball en su vida? ¿Alguien que le hiciera querer llegar más lejos, ser mejor?
R.- 1) Whatever Happened to The Likely Lads?; 2) No, pero todavía no he sido capaz de escribir algo que no tenga un sólo chiste. O pretenda ser divertido; 3) The Line Of Duty, un thriller de la BBC sobre policías corruptos, y 4) Sí, Anne Tyler. Anne Tyler me hizo desear ser escritor. Su sencillez, su calidez, su manera de entender a los demás. Es a todo lo que aspiro como escritor.
aegm.