Muy pocos librepensadores han tratado de rescatar la riqueza del náhuatl, tanto como Miguel León-Portilla, gran historiador, lingüista, antropólogo entre otras cosas más; una personalidad brillante que como mexicanos estamos obligados a conocer.
La palabra nahuatl, tal y como la conocemos, posee numerosas definiciones, derivados y traducciones. Como puede ser un simple “brujo o hechicero” –nahual–, la acción de “entrar escondidamente” –nahualcalaqui– o ser la “confusión u ofuscamiento a los oyentes” –nahualitoa–; sin embargo, lo que es seguro es que se trata de una palabra mágica que hipnotiza a aquellos que intentan encapsularla en definiciones sencillas o sosas.
Podría decirse que el primer extranjero que tuvo la aventurosa tarea de hacerlo –y que terminó estrepitosamente enamorado de México– fue Bernardino de Sahagún. Este misionero franciscano realizó una asombrosa recopilación de registros, descripciones y traducciones del Imperio azteca. Sin embargo, su metodología estuvo fuertemente marcada por una premisa judeocristiana, la cual sesgó en muchas ocasiones tanto las creencias como las conductas de los indígenas. Así fue como el náhuatl se redujo a un lenguaje de cenizas, pensado malamente como un lenguaje usado sólo por esos “ignorantes que necesitan ser educados para su salvación”.
Muy pocos librepensadores han tratado de rescatar la riqueza del náhuatl, la que fue escondido a lo largo de 500 años y que incluso los mismos indígenas actualmente desconocen. Entre los más destacables maestros de la lengua se encuentra sin duda MiguelLeón-Portilla, gran historiador, lingüista, antropólogo, etnólogo, filósofo y universitario. Él no es un mexicano cualquiera que se especializó en materia de pensamiento y literatura náhuatl. Él es un enamorado de lo que fue, es y será México, como un poeta que inmortaliza su amor con los versos más devotos y apasionados que su piel puede extender.
Él comenzó a ganar reconocimiento a través de sus traducciones, interpretaciones y publicaciones de variasrecopilaciones antiguas de obras en náhuatl; e incluso, su tesis doctoral La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes (1956), fue realizada bajo la orientación del notable nahuatlato y padre Ángel María Garibay. Desde entonces se ha convertido en el estandarte de un movimiento que busca regresar a la raíz de lo mexicano: al náhuatl de épocas prehispánicas, colombinas y actuales. Gracias a ello, León-Portilla logró establecer una educación bilingüe rural en México, y así prevenir que se extinga, poco a poco, esta lengua ancestral.
Y es que al indagar sobre la vida y el trabajo de León-Portilla obliga, inevitablemente, a reconocer sus experiencias con las propias. Como si lograra hacer que el lector se enamore de la cultura náhuatl, empapándose con la belleza de su literatura y humanismo hispánico, dejándose cautivar por su maravillosa y peculiar cosmogonía, reviviendo la libertad que eclipsa la represión de lo indígena durante siglos.
En otras palabras, León-Portilla ha elaborado una defensa invaluable de los derechos indígenas, promoviendo la maravilla y riqueza que nuestra cultura madre alberga en su seno. Si no estás convencido, te compartimos aquí las hipnotizantes y cautivadoras palabras de este genial amante de México:
*Su poema:
Tochan in Altepetl / Nuestra casa, recinto de flores
Nuestra casa, recinto de flores,
con rayos de sol en la ciudad,
México Tenochtitlán en tiempos antiguos;
lugar bueno, hermoso,
nuestra morada de humanos,
nos trajo aquí el dador de la vida,
aquí estuvo nuestra fama, nuestra gloria en la tierra.
Nuestra casa, niebla de humo,
ciudad mortaja,
México Tenochtitlán ahora;
enloquecido lugar de ruido
¿aún podemos elevar un canto?
Nos trajo aquí el dador de la vida
aquí estuvo nuestra fama, nuestra gloria en la tierra.
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Tocahn in xochitlah,
ye in huecauh Mexihco Tenochtitlán;
cualcan, yeccan,
otechmohual huiquili Ipalnemohuani,
nincacata totlenyouh, tomahuizouh intlatic pac.
Tochan pocayautlan,
nemequimilolli in altepetl
ye in axcan Mexihco Tenochtitlán;
tlahuelilocatiltic tlacahuacayan.
¿Cuixoc huel tiquehuazqueh nican in cuicatl?
nican otech mohualhuiquili Ipalnemohuani,
nican cacta totlenyouh, tomahuizouh in tlalticpac.
Algunas citas
-“Ve ahí donde enterraste el corazón de Copil y vas a ver un águila devorando una serpiente, porque en tanto que dure el mundo, no acabará, no terminará la gloria, la fama de México-Tenochtitlán.”
– “Estaba la ciudad medio destruida y a veces, por más que nos esforzamos por dañarla, aquí la tenemos. Qué maravilla.”
*Su poema:
Ihcuac tlahtolli ye miqui / Cuando muere una lengua
Cuando muere una lengua,
ya muchas han muerto
y muchas pueden morir.
Espejos para siempre quebrados,
sombra de voces
para siempre acalladas:
la humanidad se empobrece.
–
Ihcuac tlahtolli ye miqui,
occequintin ye omiqueh
ihuan miec huel miquizqueh.
Tezcatl maniz puztecqui,
netzatzililiztli icehuallo
cemihcac necahualoh:
totlacayo motolinia.
Durante una entrevista con Enrique Krauze para El País (Madrid, 2001)
Me cautivaban las preguntas que se planteaban en los cantares indígenas antiguos: me recordaban a los presocráticos. Y llegué a caer en lo que parecía una locura: hablar de un posible pensamiento filosófico indígena. Entonces le dije al padre Garibay: “Quiero averiguar esto”. Y me preguntó: “¿Usted sabe náhuatl?”. “¿No?”. “Pues tiene usted que estudiarlo, ¡hombre!”. Entonces me metí y pude, en unos ocho o diez meses, saber algo de náhuatl. En las lecturas que hacía me topé con el relato que Sahagún conservó acerca de la conquista. Y todo eso me fascinó.
Y luego voy viendo que existen otros relatos en los Anales de Tlatelolco, y que hay muchos códices e imágenes de todo esto. “¡Qué barbaridad!”, me dije: “¡Esto es una cosa increíble!”. Recordé entonces lo que Vasconcelos dice en su Breve historia de México: “Estos indios estaban tan mal que ni siquiera se dieron cuenta de lo que les pasó con la conquista”. Había que refutarlo. Y le dije a don Ángel María Garibay: “Pues vamos a publicar esto, vamos a publicarlo pensando en lo que es, ‘la visión de los vencidos’, en el sentido de que no son sólo los vencedores los que escriben la historia”. Y así lo hice. Se trata de una verdadera epopeya, como dice José Emilio Pacheco.
aegm.
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