En su misa en la fiesta de los Reyes Magos, el Papa Francisco advirtió hoy que la labor de la Iglesia católica no es una alternativa más entre otras posibles, ni tampoco una profesión.
Ante cardenales, clérigos, funcionarios vaticanos, diplomáticos y fieles en general, Francisco presidió la celebración de la Epifanía en la Basílica de San Pedro y sostuvo que muchas personas esperan de los católicos un “compromiso misionero” real. Estableció que “no hay otro camino” para la Iglesia que ser misionera, lo cual –precisó- no significa hacer proselitismo sino responder a quienes “necesitan conocer el rostro del padre”.
Al reflexionar sobre la historia de los Reyes Magos, explicó que representan a los hombres de cualquier parte del mundo que son acogidos en la casa de Dios y demuestran que, “ante Jesús ya no hay distinción de raza, lengua y cultura”. Insistió que la tarea de la Iglesia es sacar a flote el “deseo de Dios que anida en cada uno” porque, como los Magos, también hoy muchas personas viven con el “corazón inquieto”, haciéndose preguntas que no encuentran respuestas seguras. Los católicos, indicó, están llamados a salir de las propias “clausuras” para reconocer el esplendor de la luz que ilumina sus vidas: “la luz del señor”.
Por eso, agregó, la Iglesia “no puede pretender brillar con luz propia” sino que es “como una luna” que solo refleja el esplendor del “sol de la justicia”. Reconoció que existen muchas estrellas en cielo, pero los magos siguieron una distinta, nueva y mucho más brillante para ellos. Recordó que durante mucho tiempo habían “escrutado el gran libro del cielo buscando una respuesta a sus preguntas y, al final, la luz apareció” y “aquella estrella los cambió”. Esa luz, precisó, les hizo olvidar los intereses cotidianos y se pusieron de prisa en camino; prestaron atención a la voz que dentro de ellos los empujaba a seguir aquella luz y ella los guió hasta que en una pobre casa de Belén encontraron al rey de los Judíos.
“En el tiempo actual existe urgencia de escrutar los signos que Dios ofrece, esforzarse en descifrarlos y comprender así su voluntad: ir a Belén para encontrar al niño y a su madre, seguir la luz de Dios, luz que proviene del rostro de Cristo, lleno de misericordia y fidelidad”, ponderó. “Una vez que estemos ante él, adorémoslo con todo el corazón, y ofrezcámosle nuestros dones: nuestra libertad, nuestra inteligencia, nuestro amor”. “Reconozcamos, concluyó, que la verdadera sabiduría se esconde en el rostro de este niño. Aquí está la fuente de esa luz que atrae a sí a todas las personas y guía a los pueblos por el camino de la paz”.
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