BANJUL, Gambia.- Hay una frase que aparece en muchos rincones de Gambia y que la población y los medios de comunicación repiten una y otra vez dando testimonio de que la democracia ha llegado y que el país ha dejado la dictadura atrás:
«Gambia ha decidido»
Sin embargo, para la población será difícil olvidarse de lo que ha significado el expresidente-dictador, que durante 22 años tuvo en jaque al país con un régimen de represión feroz, no será tarea fácil.
Mucha gente, demasiada, ha sufrido privaciones y abusos por parte de los matones de Jammeh. El sistema Jammeh nunca ha fallado, tampoco con los hombres que estaban cerca suyo.
Baboucarr Ceesay y Baboucarr Ceedicar son dos periodistas freelance, colegas y viejos amigos. Su colaboración se interrumpió en 2013, cuando Ceedicar se vio obligado a exiliarse a causa de la asfixiante censura y las amenazas del régimen.
«Hace cuatro años –explica Ceedicar- tuve que dejar Gambia porque me quise ir al exilio. Viví y siempre trabajé como periodista, ocupándome de Gambia, Senegal, Nigeria y Ghana. Me fui porque no me permitían hacer mi trabajo correctamente. Tanto yo como mi amigo Ceesay queríamos llevar honestamente a cabo nuestro trabajo, pero Jammeh y sus hombres no nos lo permitían».
«Una vez –le interrumpe Ceesay- organizamos juntos una manifestación contra el cierre de un periódico con el que habíamos colaborado. Teníamos autorización del tribunal, pero a pesar de eso fuimos detenidos y recluidos durante una semana. Nos liberaron sin ningún cargo y una vez en casa comenzaron las amenazas, incluidas las de muerte”, recuerda.
“Algunos informes afirman que durante la dictadura más de 20 por ciento de los periodistas de Gambia optaron por el exilio», agrega Ceesay.
«Yo tuve que irme –sigue Ceedicar– abandonando a mi familia, porque había metido las narices en unos negocios muy turbios. A menudo la policía secreta venía a mi casa a preguntar por mí a mis padres y a mis hermanos. Incluso utilizaron la violencia contra ellos para obtener información. Admiro mucho a Ceesay, que, en cambio, se quedó en Gambia y que logró filtrar al exterior muchas noticias que de otro modo la censura nunca habría dejado publicar. Han sido tiempos muy duros y frustrantes para él».
Ceesay sigue: «La dictadura de Jammeh ha sido la más despiadada de África Occidental. Trabajar como periodista durante el régimen significaba tener que autocensurarse para evitar repercusiones desagradables”.
En su experiencia, “el periodismo había llegado al punto de ser considerado criminal, los periodistas eran acusados de sedición porque llamaban por su nombre, es decir, «escándalo», ciertos casos de corrupción o de violación de los derechos humanos. La libertad de expresión estaba muerta. E incluso morían los periodistas incómodos; en algunos casos los hicieron desaparecer para siempre».
El 1 de diciembre del 2016 Gambia fue llamada a las urnas para elegir a un nuevo presidente. En el cargo desde 1996, después de cuatro mandatos consecutivos, Jammeh esperaba volver a ganar.
Pero su habitual engranaje fraudulento se atascó de forma inesperada, y así se hizo manifiesta la verdadera voluntad del pueblo de Gambia, es decir, la elección del rival Adama Barrow, que contaba con el apoyo de una coalición de fuerzas socialdemócratas.
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Jammeh admitió la derrota, pero pocos días después anunció públicamente su decisión de no querer dejar la presidencia porque se sentía víctima de una conspiración. En esos días la situación era tensa y se auguraba un escenario de guerra civil.
Fue fundamental la intervención, el 19 de enero, de los militares de las fuerzas de la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (ECOWAS), que cruzaron la frontera y que dos días después, sin disparar ni un solo tiro, obligaron a Jammeh a rendirse y a refugiarse en Guinea Ecuatorial.
A ese país, de acuerdo con informes de la prensa local, transfirió una cantidad cercana al equivalente a 20 mil millones de pesos, robados de las arcas del Estado. Barrow, que mientras tanto había encontrado refugio en Senegal, pudo volver a Gambia y asumir el cargo presidencial.
Tijane Barrow (quien, a pesar del nombre, no guarda ninguna relación con el presidente Adama Barrow) es uno de los rostros más famosos de la oposición a Jammeh.
En las semanas en las que se vaticinaba la posibilidad de una sangrienta guerra civil, Tijane tuvo la idea de imprimir en unas camisetas un lema que ha marcado profundamente la historia reciente de este pequeño país de África Occidental y que se ha hecho famoso en breve tiempo por todo el mundo: «Gambia has decided» (Gambia ha decidido).
No está claro quién es el verdadero autor de esta frase ya de culto, pero lo que sí es cierto es que Adama Barrow, hábilmente, la ha hecho suya.
“‘Gambia has decided’ -explica el joven diseñador- significa que, a través del voto, la gente de Gambia ha decidido elegir a Adama Barrow como su nuevo presidente. Significa que ha decidido pasar página y dar una patada a Jammeh y al clima de terror que había establecido.
“He tenido la intuición de imprimir el lema sobre camisetas baratas que todo el mundo puede comprar. Nunca pensé que mi idea pudiera tener un éxito similar. Es maravilloso ver a todo un pueblo que lleva encima tu idea», comenta el diseñador.
Hoy en día es el mismo Tijane quien piensa en nuevas consignas para hacerlas aparecer en las camisetas. Una de las más exitosas es New Gambia, con un dibujo de un puño que rompe una cadena. Pero debe hacerlo desde la terraza de la casa de sus padres, en un suburbio de la capital, Banjul, sin las máquinas de las que disponía inicialmente. Debido a su actividad, el pasado 18 de enero a Tijane le cerraron primero y le destruyeron después su estudio gráfico.
“Ahora tengo que hacerlo todo a mano -dice-, con papel, regla y pegamento. Esto se debe a que los hombres de Jammeh prendieron fuego a mi estudio. Lo hicieron después de haberme detenido, mientras estaba en prisión”.
Recuerda esa etapa: “Me mantuvieron entre rejas durante cuatro días sin cargos oficiales. Me golpearon y torturaron repetidamente. Pensaban que, como yo y el presidente Adama Barrow tenemos el mismo apellido, éramos familiares y que trabajaba para él. Pero, incluso si hubiera sido así, no había hecho nada de ilegal”.
Todo, dice, “ha sido una experiencia que, aunque corta, no olvidaré nunca. Tengo pesadillas todas las noches. Pero sólo han logrado ralentizar mi trabajo, porque estoy decidido a vestir cada vez a más militantes por la libertad y la democracia en Gambia”.
No son muchos los que han logrado sobrevivir después de haber entrado en la cárcel de máxima seguridad Mile 2, que se encuentra no muy lejos de la sede de la Asamblea Nacional y del centro de Banjul. Numerosas organizaciones de derechos humanos, entre ellas Amnistía Internacional, han denunciado ejecuciones sumarias, torturas y privaciones de todo tipo que tuvieron lugar aquí durante los 20 años de régimen de Jammeh.
Sólo ahora que el viejo amo de Gambia ya no está en el poder se ha empezado a arrojar luz sobre los terribles abusos que se produjeron en la Mile 2.
Landing Sané, quien sobrevivió a las vejaciones sufridas en este pequeño rincón de infierno reservado a los presos políticos, es un ejemplo de cómo el dictador no confiaba ni siquiera en sus más cercanos compañeros de trabajo y familiares. Lading, de 53 años, es un ex soldado y pasó en la Mile 2 hasta 16 años.
«Era 1999 –cuenta desde las gradas desiertas de una de las principales plazas de la ciudad- y yo dirigía la guardia presidencial de Jammeh. Un día estaba en mi casa con mis familiares cuando de repente algunos soldados que estaban bajo mi mando rompieron la puerta del salón con sus armas y me gritaron que estaba detenido por traición”.
Por la impresión, agrega, “estaba aturdido y no opuse resistencia. No obstante, me dispararon en el brazo. Me llevaron de inmediato a la Mile 2, donde a los pocos días un tribunal militar me condenó a 16 años de prisión. Presentaron pruebas falsas y se aprovecharon de unos testigos bien remunerados para incriminarme. Me liberaron el 22 de julio de 2015”.
“Jammeh y yo -sigue- venimos de la misma región, somos primos. Nos conocíamos bien y nunca había tenido motivos para dudar de mí. No sé lo que se le pasó por la cabeza, sólo puedo decir que un hombre que hace encerrar injustamente a uno de sus servidores es un hombre capaz de todo. Si tenía aunque fuese una pequeña duda acerca de una persona, la aniquilaba sin pensarlo dos veces. Tengo suerte de que no me hayan matado”.
Cuando Landing habla de la vida en la Mile 2, de sus palabras traspasa toda su rabia: «Mis años en la Mile 2 no se pueden describir fácilmente. Creo que no existe en el mundo un lugar peor. No me permitieron ver a mi familia durante más de un año. No he visto crecer a mis hijos”.
Además, “cada día éramos sometidos a humillaciones y abusos. Teníamos una hora al aire libre por día. Nos torturaban con el waterbording y nos alimentaban con comida que hasta los perros rechazarían. Recuerdo que una vez nos dieron de comer carne podrida y 61 de nosotros murieron”.
En este punto, abrumado por los recuerdos y las lágrimas, Landing apenas logra terminar la entrevista. “Mis compañeros y yo fuimos testigos de innumerables ejecuciones sumarias. Perdí la cuenta. ¿Alguien, alguna vez, pagará por todo esto?”
“No tengo fe en la justicia de este país. Recuperé el sueño no cuando salí, hace dos años, sino cuando vi a Jammeh tomar el avión que le llevó al exilio, lejos de Gambia. Finalmente, lo peor ha pasado. Rogamos a Dios que nunca se repita una cosa así, que no venga nunca más un nuevo Jammeh”, concluye.