Ratko Mladic se veía como un héroe del pueblo serbio (y para muchos lo es), pero su nombre quedará para siempre asociado a los crímenes de la guerra en Bosnia, desde el cerco de Sarajevo hasta la masacre de Srebrenica, que le valieron este miércoles una condena a cadena perpetua.
Detenido en 2011 tras 16 años de huida, el militar corpulento y arrogante fue condenado el martes por la justicia internacional por genocidio, crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra cometidos hace más de dos décadas.
Ahora es un anciano enfermo pero su juicio no ha cambiado la convicción que expresó en su primera aparición ante el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) en La Haya, que terminó condenándolo: «Soy el general Mladic. Defendí a mi país y a mi pueblo».
El militar, un hombre colérico y brutal para algunos, alegre y extravagante para otros, aseguró un día que «las fronteras siempre se habían trazado con sangre, y lo Estados, delimitado por tumbas».
Se le considera como el tercer arquitecto de la limpieza étnica en un conflicto intercomunitario que dejó más de 100.000 muertos y 2,2 millones de desplazados entre 1992 y 1995.
Desde Belgrado, el presidente Slobodan Milosevic, fallecido en la cárcel a los 64 años en 2006, inflamaba los Balcanes con sus discursos sobre la Gran Serbia, mientras hablaba con la comunidad internacional.
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