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A 50 años y la matanza de Tlatelolco sigue sin esclarecerse

A 50 años y la matanza de Tlatelolco sigue sin esclarecerse

* El gobierno reconoció sólo a una veintena de muertos en la matanza de Tlatelolco.

Las revueltas en el mundo durante 1968 tuvieron un eco sangriento en México con una protesta que fue violentamente aplastada por el gobierno el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, un episodio que 50 años después sigue sin esclarecerse.

Díez días antes de los Juegos Olímpicos que se celebraron en México, unos 8.000 manifestantes se congregaron ese día para una serie de protestas estudiantiles que se habían iniciado hacía poco más de dos meses contra el régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI), en el poder desde 1929 y al que calificaban de autoritario.



«Fue un día traumático para todos, fue un día de enojo, fue un día en el que nos sentimos profundamente traicionados por el gobierno», rememora para la AFP Félix Hernández, estudiante de Ingeniería y líder del movimiento estudiantil en ese entonces.

Esa mañana, él y otros jóvenes rebeldes se reunieron con representantes del presidente en turno, Gustavo Díaz Ordaz, en la casa del rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Javier Barros Sierra.

A petición de los funcionarios, la reunión concluyó con el acuerdo de suspender una marcha multitudinaria de estudiantes que estaba programada para ese mismo 2 de octubre en protesta por la ocupación militar de instalaciones educativas.

También determinaron tener una segunda reunión el 3 de octubre para sentar las bases de un diálogo público que pusiera fin a las movilizaciones de cara a los Juegos Olímpicos de 1968.



Para ello, los estudiantes exigieron la liberación de presos políticos encarcelados tras manifestaciones previas y la desaparición del cuerpo de policías antimotines, entre otras demandas.

«Decidimos suspender la marcha pero mantener la reunión en Tlatelolco y los representantes del gobierno fueron informados de eso», recuerda con cólera y los ojos enrojecidos Hernández, ahora de 72 años y consultor en manejo de recursos naturales.

– Media hora de fuego intenso –

Justo cuando los líderes estudiantiles informaban de los detalles de esa reunión a los asistentes al mitin desde una improvisada tribuna del tercer piso del edificio Chihuahua, que daba a la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, «comenzó la balacera», recuerda Hernández.

En medio del caos, él vio «a mucha gente caer y luego un gran silencio».

El fuego intenso duró media hora y el resultado fueron «cientos de muertos, miles de heridos, miles de detenidos, cientos de presos políticos más», pero aún hoy, añade incrédulo, «desconocemos el número real de víctimas fatales, no sabemos a ciencia cierta cuántos muertos hubo».

Más de 30 años después, Luis Echeverría -mano derecha de Díaz Ordaz- fue procesado por el delito de genocidio, pero por su avanza edad sólo enfrentó prisión domiciliaria y finalmente alcanzó la libertad condicional.

Para Sergio Zermeño, investigador emérito del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y quien también formó parte del alzamiento de los alumnos, la llamada Masacre de Tlatelolco no fue una manifestación reprimida más.

Fue una «concatenación de actores de la muerte, en la que unos tenían unas órdenes y otros órdenes diferentes», asegura.

El autor de «México, una democracia utópica» (Ed. Siglo XXI, 1978), que versa sobre el movimiento estudiantil y tiene más de 20 reediciones, ha logrado descifrar el entramado de la masacre.

Después de indagar entre archivos «rasurados», las memorias de Díaz Ordaz, y otras fuentes durante 50 años, Zermeño asegura que tres estrategias se ejecutaron ese día.

– «Monstruo político» –

La primera, del Ejército, tenía como finalidad detener a los líderes del movimiento estudiantil con el despliegue de un batallón llamado Olimpia, cuyos integrantes se identificaban con guantes blancos, para que los Juegos Olímpicos transcurrieran en paz.

Pero la intervención de la Guardia Presidencial, es decir escoltas del presidente, fue un elemento sorpresa incluso para los militares.

«¡Somos el batallón Olimpia, no disparen!», imita Zermeño a los militares que, «completamente azorados», gritaban.

Las guardias presidenciales dispararon «un poco al Ejército y otro poco a la manifestación ante la prensa internacional -que ya había llegado al país para la cobertura de los Juegos Olímpicos- y así mostrarle al mundo que sí que los estudiantes estaban armados» y que la detención de sus líderes era impostergable.

Y una tercera estrategia, la más letal, se desarrolló al mismo tiempo: unos 50 francotiradores abrieron fuego indiscriminadamente contra militares y manifestantes desde los techos aledaños.

El objetivo era aplastar la popularidad de cualquier posible candidato militar a la presidencia en años donde los regímenes castrenses se multiplicaban en la región. En 1970, Echeverría, que para Zermeño es «un monstruo político», se convirtió en presidente de México a pesar de su baja popularidad.

Para Elena Poniatowska, Premio Cervantes 2013 y autora del libro «La Noche de Tlatelolco», todo se resume a que «el gobierno tuvo muchísimo miedo (…) de que los estudiantes sabotearan las Olimpiadas, a tal grado de que estaban dispuestos a acabar con el movimiento».

Hernández espera que Echeverría o el gobierno desclasifique la información.

«Han pasado 50 años y no sabemos cuántos muertos hubo en Tlatelolco (…) Si nosotros logramos romper esa impunidad que ha envuelto a los eventos de 1968 vamos a poder garantizar que se abran los espacios para otros casos (de masacres) que han ocurrido después», expone.

El gobierno reconoció sólo una veintena de muertos la noche del 2 de octubre, una cifra diametralmente distante de los 300 o 500 abatidos reportados por la prensa internacional.

Información e imagen: AFP/Ronaldo Schemidt

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Internacional papa francisco Papa León XIV vaticano

Robert Francis Prevost, un moderado estadounidense con fuertes lazos con Perú

AFP

Por: AFP

hace 1 mes

Robert Francis Prevost, un moderado estadounidense con fuertes lazos con Perú

Robert Francis Prevost llegó a Perú por primera vez como joven misionero agustino y años después partió desde el país andino como obispo rumbo al Vaticano, donde este jueves se convirtió en el primer papa estadounidense, con el nombre de León XIV.

Prevost, de 69 años y que también tiene nacionalidad peruana, llega al trono de San Pedro con una reputación de moderado, crucial en un momento en que la Iglesia aparece muy dividida.

Desde el balcón de la basílica de San Pedro del Vaticano, el nuevo papa instó a «construir puentes» a través del «diálogo», avanzando «sin miedo, unidos, dando la mano a Dios y dándonosla entre nosotros».

«Dios nos ama, Dios os ama a todos, y el mal no prevalecerá», afirmó en su primer discurso, en el que trató de unir y tranquilizar ante un mundo asolado por las guerras.

«Mucho por hacer»

Prevost ha pasado un tercio de su vida en Estados Unidos. El resto entre Europa y América Latina, una de las periferias del mundo de donde también era el argentino Jorge Mario Bergoglio.

El diario italiano La Repubblica lo llamó «el menos estadounidense de los estadounidenses» por la moderación de sus palabras.

La idea de un papa norteamericano estuvo por siglos descartada en Roma, ya fuera por la distancia –estaban tan lejos que normalmente llegaban tarde a los cónclaves– o por decisiones geopolíticas.

Según el sitio especializado Crux, tener un pontífice de la primera potencia mundial hacía temer además que la CIA pudiera meter sus manos en la Iglesia.

Arzobispo emérito de Chiclayo, a unos 750 km al norte de Lima, Prevost obtuvo la nacionalidad peruana en 2015.

Dejó Perú para sumarse al gobierno vaticano, donde dirigió el importante dicasterio para los Obispos, que tiene la destacada función de aconsejar al papa sobre los nombramientos de los jerarcas de la Iglesia.

Tras la muerte de Francisco, Prevost dijo que aún quedaba «mucho por hacer» en la transformación de la Iglesia.

«No podemos parar, no podemos retroceder. Tenemos que ver cómo el Espíritu Santo quiere que la Iglesia sea hoy y mañana, porque el mundo de hoy, en el que vive la Iglesia, no es el mismo que el mundo de hace 10 o 20 años», dijo el mes pasado a Vatican News.

«El mensaje siempre es el mismo: proclamar a Jesucristo, proclamar el Evangelio, pero la manera de llegar a las personas de hoy, los jóvenes, los pobres, los políticos, es diferente», añadió.

Misionero en Perú

Fue uno de los cardenales más cercanos a Francisco, cuyo pontificado generó resistencias dentro de los sectores más conservadores.

Pero al mismo tiempo, su sólida formación en Derecho Canónico tranquiliza en estos círculos que buscan un enfoque más centrado en la Teología.

Prevost nació el 14 de septiembre de 1955 en Chicago y asistió a un seminario menor de la Orden de San Agustín en San Luis como novicio antes de graduarse en Matemáticas en Filadelfia.

Políglota, estudió Derecho Canónico en Roma, donde también obtuvo un doctorado.

Se unió a los agustinos en Perú en 1985 para la primera de sus misiones en el país andino.

Al regresar a Chicago en 1999, fue nombrado prior provincial de los agustinos en esa región estadounidense y posteriormente prior general de la orden en todo el mundo.

Regresó a Perú en 2014 cuando Francisco lo designó administrador apostólico de la diócesis de Chiclayo.

Casi una década después, entró en la curia en sustitución del cardenal canadiense Marc Ouellet, que fue acusado de agredir sexualmente a una mujer y renunció por motivos de edad. Entonces, el difunto pontífice lo nombró también presidente de la comisión pontificia para América Latina.

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