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El costo de la corrupción en nuestra sociedad

El costo de la corrupción en nuestra sociedad

Vivir en una sociedad que disfraza las displicencias y omisiones con una máscara de libertad, incluso para poder salir por la tangente cuando incumples un compromiso puede parecer atractivo para muchos. Entender el juego social de justificar los olvidos del tipo “no registré en mi agenda la hora en que nos veríamos”, “se me atravesó un inconveniente y no pude llegar”; o frente a problemas de tránsito tener como norma “me salto la fila de autos y me meto delante, total llevo prisa”, o bien, los cotidianos “ahí hay alguien que con una propina te hace el trámite”; son ajustes que en el día a día pueden ahorrar problemas y se evitan enfrentar el conflicto por trasgresiones a las conductas correctas. Quizás dejaría de parecer un comportamiento facilitar del cotidiano si reflexionamos sobre los costos sociales que imputa no tener confianza en la palabra de cualquier persona con la que se celebra con contrato, incluso de convivencia.

En promedio las familias mexicanas gastan cerca de 110 pesos en mordidas, presupuesto en el que pueden estar incluidos los “viene, viene” que cuidan el estacionamiento en la vía pública. Al hacer el agregado de estos gastos por familia se calculan más de $23,400 millones de pesos anuales se pagan de mordidas o arreglos a modo por servicio público a los hogares. Parecen cifras importantes, pero como siempre en nuestra sociedad éstos se vuelven mucho más importantes en medida que afectan más a los más vulnerables, en las familias con bajos ingresos de hasta un salario mínimo, este impuesto regresivo llega a representar alrededor de 14% de su ingreso; de acuerdo a datos proporcionados por Transparencia Internacional.

Al revisar otros indicadores como los del IMCO (Instituto Mexicano de la Competitividad) revelan un impacto severo en indicadores económicos como una inversión casi en 5% inhibida por temas de corrupción que hace que haya menor dinamismo económico, reducción de la productividad en casi 2%, pérdida en el ingreso de las empresas en 5% y la no incorporación al trabajo formal de casi medio millón de trabajadores que se incorporan en alguna fase de producción de piratería. En total, dependiendo de la fuente consultada, representa casi 10% del PIB, si utilizamos la estimación de Banco de México.



México no es único país que presenta pagos extraoficiales y que favorecen la corrupción, aunado a la impunidad por recibir este tipo de compensaciones. Pero al compararnos con países de la América Latina hay 22 países con menos percepción de corrupción y si lo comparamos con el “club de países desarrollados”, la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), ocupa el último lugar de los 34 países que lo conforman.

Cerca de un 80% de los mexicanos considera que la corrupción sí es un problema severo, 50% lo observa como una práctica frecuente, es decir para más de la mitad de la población sí es algo tangible e importante. Pero ¿se puede pensar que estamos haciendo algo eficiente para combatirlo? 71% piensa que no, que va en aumento. Cabe hacer la pregunta ¿en realidad tener estas percepciones inhibe que los ciudadanos incurran en prácticas cercanas a la corrupción?

Siempre es más fácil ver la paja en el ojo ajenos así que la atribuimos a partidos políticos, la policía, funcionarios públicos e instancias asociadas a los poderes judicial y legislativo; sin embargo, buena parte de esta corrupción y pagos ilegales se realizan entre particulares, personas de a pie que por ahorrar unos minutos pueden financiar entramados de corrupción a todos los niveles. Este tipo de actos atomizados son mucho más difíciles de contabilizar lo que es un impedimento para estimar la dimensión real del problema.

Se trata de actos que en el agregado devuelven una sociedad con instituciones débiles al poseer muy baja credibilidad por permitir y solapar la impunidad, de ciudadanos que incrementan los costos de transacción pues nadie cree en un contrato a la palabra, así se burocratizan procesos y transacciones que debería fluir de manera sencilla en la sociedad.



¿Se imagina usted poder llegar a una ciudad y buscar vivienda para rentar y que sólo le pidan un depósito y su valiosa forma en un contrato? Desafortunadamente eso no pasa en ninguna ciudad del país. Otro escenario ilusorio, suponga que usted tiene un desperfecto en la tubería de su casa y el plomero le dice, no se preocupe a las 9:00 llego para componer la falla ¿usted no se sorprendería si a las 8:59 están tocando a su puerta?  Por supuesto que habría sorpresa e incluso incredulidad. Parte de este “no creer” en cualquier persona impide incluso que en las encuestas de ingreso levantadas a nivel de hogar nos impidan tener el mejor dato, en particular de los mexicanos que viven en urbanizaciones mayores recursos y de condición socioeconómica más alta.

Finalmente, merece una reflexión en nuestro cotidiano y hasta en los programas educativos para volver incluir la materia de civismo; trabajar diariamente para aceptar que hacer una fila, un llevar completos documentos para hacer trámites y no tener miedo a dejar el auto en la calle, seguramente reducirá los costos de este contexto en donde lo más fácil es aceptar que “el que no tranza no avanza”.

[1] Doctora en Economía por la Universidad Autónoma de Madrid. Académica del Departamento de Economía de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México y Directora Académica de ISPOR Capítulo México.