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Sistema David Beckham

Sistema David Beckham

Hace apenas veinte minutos terminó el partido de la jornada y mi equipo ganó con un hombre menos. Hace apenas quince minutos la tienda donde venden las playeras oficiales está llena de fanáticos hardcore y de fanáticos en proceso de construcción. Hace una semana, la misma tienda en el mismo estadio estaba sola, el equipo había jugado fuera y perdido por un gol. Sin embargo, la derrota no fue motivo para perder fanáticos; mentira o no, la derrota caló tan hondo que el número de aficionados ha crecido. Hace apenas media hora contábamos los minutos para que el árbitro diera por finalizado el partido. ¿Por qué? ¿Por el sabor del triunfo? ¿Qué es el triunfo? Ganar no es otra cosa que la mejor droga, y consumir la victoria es lo que puede mover a una multitud que se cataloga como tal para no ser menos que el rival. Mientras más aficionados, más respeto y más energía, mayor respaldo y legitimación del espectáculo. Quizá yo sea el peor escritor destinado a explicar el futbol moderno, porque he visto tanta porquería alrededor del negocio futbolero que llegué a prometerme no ir a ciertos partidos. Y no fui. Y no me arrepiento. Pero cada quince días estoy en mi butaca, no importa que se pierda, incluso no importa que se gane, y es que el futbol está hecho para todos, rediseñado para ser visto aún sin conocerlo a fondo. Deporte o espectáculo, negocio o caridad, tiene alcances de religión, de estilo de vida, de esperanza, de obra artística y hasta de película del Chanfle. Su cualidad más noble es la de prestarse a cualquiera para generar una opinión, algo que no ocurre en las actividades de la vida cotidiana. Se es parte de los altibajos intrínsecos de un deporte, y actualmente de su consumo total. Figuras o celebridades como Cristiano Ronaldo son los herederos del sistema de consumo creado a partir de David Beckham, el mejor vendedor de playeras, ropa, perfumes, notas periodísticas, cortes de pelo y nombres para los hijos que usted quiera traer a este mundo. Él llegó para reformar el mercado futbolero:

Maravilloso futbol + acento británico + sonrisa + tatuajes + Poshspice = dinero.

La fórmula no incomodó, si ya teníamos pseudo actores en televisión y modelos de cuerpos efímeros, ¿qué más daba invadir estos espacios con un futbolista agradable para muchos segmentos? Bastaba saber que el inglés había cambiado su look para que las peluquerías del Reino Unido, y después del mundo, se abarrotaran de jóvenes buscando estilo. El jugador moderno tiene voz publicitaria, periodística y social, algo que no ocurría anteriormente, son ídolos cercanos al cielo, deidades por las que se pagarían cantidades absurdas para ver jugar o, llanamente, ver. ¿Cuál es la razón por la que un ciudadano de Tahití apoya al Real Madrid o al Barcelona? Sumémosle que nunca ha pisado España o que no tiene ningún nexo con el equipo, solamente que desde niño lo han bombardeado con esos colores, ese prestigio, esa conquista de marcas y sellos. Las inversiones ridículas y desproporcionadas en jugadores tienen su origen en el posicionamiento. ¿Qué hace un japonés, un mexicano, un jamaicano, un iraquí jugando para un equipo europeo? Para el orgullo nacional de su pueblo, está poniendo a la patria en lo más alto. Para el bolsillo de los inversionistas, está poniendo su marca en distintas plazas. Entonces se decía que David Beckham era el canal adecuado para que el Real Madrid se hiciera del mercado asiático, mismo que tenía acaparado Manchester United, su anterior equipo. Jugadores y colores se han convertido en productos que nos agrada comprar, que han ocupado el terreno de religiones y de distintas culturas.



El futbol es parte de la rutina de las personas, lo encontramos en el aroma de una loción y en el asfalto del fraccionamiento. Los hijos apoyan a un determinado equipo porque así los han programado sus padres desde su nacimiento. Yo no sé si mi hijo será católico, anglicano o protestante, pero le aseguro que le irá al León. Sigo pensando que las emociones pueden formarnos de manera positiva, que no está mal tener identidad o pertenecer a algo que nos represente, que el futbol es un medio propicio para deshacer los nudos que nos hacemos en la vida. Nuestras aficiones, pues, se vuelven remedios terapéuticos. Está en cada aficionado decidir hasta qué escalón llega en el sistema productivo del futbol. Hay quienes venden todo para viajar con su equipo, y no podría criticarlos, porque también hay quienes tienen empresas endeudadas desde que Las Vegas o Europa son destinos interesantes para quitar el estrés. Alguna vez me dijeron que las aficiones que llenaban estadios aun cuando sus equipos siempre perdían eran pendejas. Es un comentario inservible, pienso, porque muchas naciones se han construido desde la derrota, destruyendo los vicios y la corrupción debida.

La escala social es tan dispareja que requiere de eslabones como los del futbol, donde al menos la reacción es colectiva y su asimilación puede ser igual para un empresario que para un obrero. Podría un gol cantarse de la misma forma en la calle que en la residencia con caballos, su naturaleza no se modifica. Ambos verían hacia el mismo escenario y, por un momento, olvidarse de los propios. No serían hermanos ni estarían unidos por siempre, como tampoco negarían estar conectados por lo que algunos llaman la máxima expresión del futbol: un gol. La accesibilidad del futbol no está en función de la riqueza o la pobreza, se puede jugar en la banqueta, en el jardín, en una cancha de tierra o en un estadio. Donde sea, para el futbol se necesita solo de un balón, y sirve para abrir tantas puertas que, criticable su manejo o enfoque, le pertenece a quien sabe y aprende a disfrutarlo. Yo empecé a los 8 años, durante el mundial de Italia 90, en lo que miraba unos balones colgados en el umbral de una carnicería. Llegué a pensar que el futbol me daría todo y hoy no me contradigo, cuando cientos de personas entran y salen de una tienda de playeras, esperanzadas en que éste ánimo no los suelte por lo menos hasta la próxima jornada.

El futbolista hace su trabajo y, en el mejor de los casos, puede llegar a tomarle cariño al equipo, incluso a jugar sin cobrar, lo que parecería extraño en el sistema de hoy. Pero existen los casos. Como también existen los casos de jugadores que van de un lugar a otro y hacen bien o mal su trabajo. Mientras el aficionado no se sienta usado y sepa que su equipo puede o no corresponderle, la fiesta del futbol se lleva en paz. Mientras las cosas que permean el deporte-espectáculo no dañen la dignidad de los aficionados, habrá reciprocidad, y por ello es dulce cuando se pierde con jugadores que dejan todo en el campo. Esta situación es más simple de lo que parece: un futbolista que pelea cada balón respeta al aficionado que compra un boleto, y más allá de eso, le manda un mensaje de unión, sea o no real. Así que el aficionado se sabe tomado en cuenta y casi visto por el futbolista que ha peleado, que además lleva sus colores, esos que su padre le enseñó a querer. El futbol representa el sueño de triunfo, de progreso, de libertad; el estadio es el templo donde la expresión de hombres y mujeres cambia, porque no se juzgan las palabras ni los gritos, porque no hay jefes ni patrones, no hay jerarquías y el comportamiento tiene su barrera en lo permisible. Ahí, la importancia de la vida es privada y se muestra frente a otros miles de espectadores, por eso el futbol da la oportunidad de ser la sombra de un equipo, de ser parte de los logros. ¿Cuántas fábricas dan esta oportunidad? Y si el futbol es un controlador de masas, a bien podría ser un conducto para la educación, para el arraigo cultural, para los mensajes que la sociedad debería de recibir, mensajes que no llegan debido a las vías inaccesibles. Este gran aparador cuenta con participantes activos y comprometidos en las tribunas y en las canchas. Todo está puesto, solo falta ver quién baja mejor ése balón.

jcrh