Como cualquier otro día, te subes al metro. La ruta está fijada a tu escuela o trabajo y como siempre, vas tarde por algunos minutos. Lo único que haces es pensar que no se tarde entre las estaciones y que no suceda ningún percance que te retrase -aún más-.
En tu desesperación, te quedas muy cerca de la puerta para bajar rápido o bien, no quedar entre la gente que se va subiendo en cada estación. Todo va normal hasta que tu mochila se atora en el cierre de una estación.
Pones cara de susto cuando sientes que el metro avanza y sí, tu mochila sigue entre las puertas.
Tratas de calmarte y esperas que en la próxima estación las puertas se abran y todo quede en un recuerdo. Lo que no sabes es que el destino hace que la apertura de puertas sea del otro lado.
Cuando te das cuenta de que todos se ríen y sólo tú te puedes ayudar, decides comunicar tu situación al metro.
De pronto, te resignas y ya te da igual lo que pase. Al fin de cuentas, ya pasaste la estación en la que tenías que bajar.
Al final llegas a la estación en la que todo mundo baja y no, ni así la ley te puede socorrer.
Y sí, te das cuenta de que es el peor día de tu vida porque son más las personas riendo que las preocupadas por tu mochila.
Bueno, al menos tienes una historia que contar y al fin, un buen pretexto para haber llegado tarde.
Imagen: Facebook.com/Pendejenieto
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