CIUDAD DE MÉXICO.- El escritor mexicano Carlos Fuentes (1928-2012) quería morir escribiendo y así parece pues aunque cumplió su cuarto aniversario luctuoso sus letras siguen dando de qué hablar, de ahí que a finales de mayo o principios de junio llegará a las librerías mexicanas su libro “Aquiles o el guerrillero y el asesino”.
Así lo dio a conocer la víspera su viuda, la periodista y escritora Silvia Lemus, en una mesa homenaje en el Palacio de Bellas Artes, donde se leyeron fragmentos de varias obras, y participaron la cantante Cecilia Toussaint, el escritor Ignacio Padilla y el historiador Federico Reyes Heroles.
De acuerdo con Lemus, es un libro sobre un gran líder colombiano, Carlos Pizarro, quien tras entregar las armas para poner un fin a las guerrillas y tratar de conseguir la paz, fue asesinado en un aeroplano, en un viaje en el interior de Colombia para comenzar su campaña como presidente de la República.
“Era un gran personaje, un héroe trágico, moderno y Carlos Fuentes estuvo impresionado por él”, comentó la periodista sobre la publicación.
Por lo pronto, les presentamos un fragmento de este texto…
10
Fue cuando el otro padre, el padre de ellos, el almirante, fue a sacarlos de la universidad jesuita, nada más le dijo al padre Filopáter:
—Yo le entregué a cuatro muchachos católicos, apostólicos y romanos, y usted me ha devuelto a mi casa a cuatro comunistas.
Se miraron directamente, el papá y sus cuatro hijos varones, sin pestañear, sin entenderse entre sí, sin saber en realidad, ni ellos ni él, cómo las enseñanzas del padre jesuita se convirtieron en convicciones marxistas, cómo al aplicar las ideas aprendidas en la escuela católica a la realidad del mundo extramuros, cada artículo de fe religiosa se iba convirtiendo en artículo de fe política, la rebeldía encauzada en un partido de los pobres, el bien común pero guiado por un líder máximo, la salvación dentro del partido, la necesidad del jefe y el partido para lograr la justicia, la salvación…
—Pero ¿cómo es posible que tú, un hijo mío, un muchacho decente…?
—Lo que tú nos enseñaste, papá…
—Yo no te enseñé nada de esto, yo no pude enseñar…
—Tú y mi mamá nos educaron en esos ideales. Hoy tu hijo se rebela contra la injusticia social.
—¿Quién nos manda, eso nos dices a tu madre y a mí? ¿Quién nos manda haberlos educado bien?
—Muy bien. Voy a ayudar a crear una izquierda democrática en este país. La élite colombiana no ha cumplido con su deber. Nos ha dejado sin opciones.
—¿Matar, ésa va a ser tu opción? ¡Qué infantil!
—No me juzgues, padre.
—Tú me juzgas a mí. No seas injusto.
—No, juzgo a tu clase, a tus partidos, la mamá liberal, tú conservador, no sirve de nada. No nos han dejado más opción.
—Mejor estudia y prepárate —dijo vencido de antemano, lo sabía, el padre.
—¿Por qué en este país toda protesta ciudadana es subversiva? ¿Por qué nadie sabe darles salida política a los conflictos? ¿Hay que ahogar los problemas, no es necesario abrirse y darles canales?
—Claro que sí. Por eso no entiendo tu decisión. No la entiendo, hijo. La guerrilla siempre estará allí, esperándote. Edúcate primero…
—Ustedes han convertido la guerrilla en una parte necesaria de nuestra educación. Déjame pasar esa prueba.
—No rompas tu propia cadena evolutiva. Ten paciencia, hijo, piensa más; todo evoluciona, somos parte del universo, todo cambia y cambia caminando hacia el espíritu. No tuerzas el camino espiritual, no mates…
—Que no me maten a mí, es lo que te importa. Gracias.
—Nada ha llegado a su fin, nadie ha dicho su última palabra. Mira lo que dice el padre Teilhard, hay un Cristo cósmico que nos espera, en el cual la humanidad entera se congrega, y la materia se vuelve espíritu…
—Voy a contribuir a eso, no te preocupes.
—¿Matando?
—Creando una sociedad mejor.
—Siempre habrá sociedad y siempre habrá injusticias. Incluso en la sociedad que tú y tus amigos hagan.
—Entonces lucharé contra las injusticias que yo mismo cree o no sepa impedir, papá. Y espero que mis hijos hagan lo mismo.
—No mates. Por favor. No mates. Ríete de todo lo que te pido, llámame cobarde, anticuado, pero toma en serio esto: no mates.
—Eres militar, con respeto te lo digo, ¿cómo te atreves…?
—Cómo te atreves tú, pendejo, malagradecido, inconsciente…
—Araujo merecía la muerte.
—Eso es terrorismo, es anarquía, es confusión. Era mi amigo. ¿Por eso lo hiciste, para ofenderme, como símbolo de tu independencia, qué?
—No fue el único. Un líder obrero que traicionó a los trabajadores. El gerente de una empresa norteamericana. El embajador de Somoza. Secuestrados, pero liberados si nos pagan el rescate para comprar armas.
—No te quedes corto. Asaltos, robos de armas, robos de bancos… No te arrepientas un día de haber escogido una vida indigna de nuestras esperanzas.
No todos los hermanos están de acuerdo. No todos los hermanos estuvieron de acuerdo. El segundo le dio la razón al padre, había que luchar por esa evolución en la que el viejo creía, había que agradecerle al padre que leyera seriamente, espiritualmente, en el seno de un hogar lleno de valores distintos pero buenos, hermano, en eso estarás de acuerdo, aquí en esta familia nadie tiene ideas odiosas. Alegó que todos eran parte de una cultura católica, del espíritu, y tenía miedo de que la época, carajo, la moda y dos veces carajo, las injusticias y crueldades de la Iglesia misma los llevasen a trasladar los dogmas eclesiásticos a los dogmas marxistas. No, dijo el tercer hermano, Aquiles tiene razón, los partidos nos han dejado sin más salida que la guerrilla, no es posible seguir de fraude en fraude electoral, ¿hasta cuándo se le va a extender crédito a un sistema que nunca lo ha merecido? ¿Corrupción e impunidad para siempre? No, hace falta un hasta aquí, pero yo sí tendría cuidado de que la guerrilla no pierda la libertad, hermanos, que no se rebele contra el autoritarismo y acabe creando su propio autoritarismo y justificándolo como el padre Filopáter para obtener el bien común.
—Hemos vivido en un hogar lleno de valores distintos pero buenos —repitió el segundo hermano—. En eso debemos estar todos de acuerdo; aquí en esta familia nadie tiene ideas odiosas…
—A la hermana de nuestro compañero Galán, sólo por la sospecha de haberles dado refugio a los guerrilleros en su finca, la violaron primero, le exigieron que confesara su pasado izquierdista, ella dijo que la única izquierda que conocía era su propia mano, entonces se la cortaron, le metieron su propia mano cortada por la vagina, la dejaron desangrarse y Araujo todavía se la cogió, alternando la mano cortada y su propia verga, mientras agonizaba, diciéndole a la oreja: ahora sí, mona, ahora sí vas a irte al cielo pero habiendo gozado a un macho de verdad, ahora sí que tienes un pasado izquierdista, pero yo te doy un futuro derechista, muérete pensando que un general te dio tu último placer…
No ordenó este crimen. No sucedió sin que él se enterara. Lo cometió él mismo. Y luego vino a sentarse a casa de ellos, de los cuatro hermanos, a hablar con los padres de perros y viajes y bailes y el honor del instituto armado.
Todos le dieron su apoyo a Aquiles. La hermana los escuchó desde la puerta y entró llorando, abrazó a Aquiles y le dijo que ella también, yo también…
«Aquí nosotros decidimos quién es o no es comunista», le dijo Araujo a la muchacha muerta.
—Que nos llamen lo que quieran. Estamos contigo. Te seguimos a donde vayas —le dijeron sus hermanos el día que Aquiles le dio un tiro en la cabeza al general Araujo.