Con su cabello alto, algo despeinado, y su mirada intensa uno podría pensar que es el líder de una banda de música indie. Pero no. El chileno Alejandro Aravena es famoso en otro ámbito: es la nueva estrella de la arquitectura mundial.
Aravena, de 48 años, acaba de recibir el premio Pritzker, algo así como el Nobel en su disciplina, en una ceremonia en la sede de Naciones Unidas en Nueva York.
El jurado destacó su compromiso social y sus proyectos participativos, en los que ha escuchado la voz de las comunidades para producir «obras poderosas» que «mejoran la vida de los menos privilegiados y mitigan los efectos de desastres naturales». Sus diseños pueden verse en todo el mundo, pero son los que ha plasmado en Chile los que han atraído más atención.
Por ejemplo: en Iquique (en el norte del país) construyó un barrio con «la mitad de viviendas buenas» para familias de escasos recursos. La idea es que los ocupantes completen la otra mitad según sus requerimientos personales o de subsistencia.
Esto es lo que Aravena llama «construcción incremental», y hay quienes creen que esta idea –que no es nueva pero que él revivió con ímpetu– puede revolucionar el concepto de vivienda social en América Latina y el resto del mundo.
BBC Mundo dialogó con Aravena luego de que recibiera el premio Pritzker. Como ocurre con su arquitectura, esta entrevista es participativa: incluye preguntas nuestras, pero también las que enviaron los lectores por email o Facebook.
Uno de sus proyectos más elogiados de arquitectura participativa es el de Constitución, una ciudad chilena que fue destruida por el terremoto y tsunami de 2010. Allí tuvieron que construir todo: desde casas hasta edificios y espacios públicos, además de pensar cómo frenar un nuevo tsunami. ¿Cómo lograron incorporar a la gente en un plan tan complejo?
Por mucho que sea un cliché, toda crisis es una oportunidad. Nos preguntamos si no era momento de cambiar cosas de la ciudad que en circunstancias normales no se hubieran cambiado.
Había dos propuestas para proteger a Constitución de un futuro tsunami.
La primera era prohibir el uso de la zona de impacto, comprando esos terrenos. Pero en un país como Chile iba ser difícil impedir que la gente ocupara esas tierras ilegalmente.
La otra alternativa era construir un gran muro que resistiera la fuerza de la naturaleza, algo que era promovido por grandes empresas constructoras, pero que en el último tsunami en Japón había demostrado ser inútil.
Entonces empezamos un proceso de participación de la ciudadanía para entender bien cuál era la pregunta importante; no hay nada peor que contestar bien la pregunta equivocada.
Y cuando le fuimos a preguntar a la gente, esta dijo: muchas gracias por pensar en el tsunami, pero el próximo va a venir en 20 años; más bien asegúrense de solucionar el problema de inundaciones por lluvias, porque todos los años la ciudad colapsa por un sistema ineficiente de evacuación de las aguas.
Además, decían ellos, nuestro espacio público es muy malo. Nosotros calculamos que era de 2 metros cuadrados por habitante, cuando la recomendación internacional es de 9.
La solución fue crear un bosque entre la ciudad y el mar, capaz de resistir y disipar la fuerza de la naturaleza. No sólo reducía la energía de las olas, sino que además evitaba la inundación de la ciudad y mejoraba el proporción de espacio público de 2 a 7 metros cuadrados por habitante.
¿Y cuánto costó?
Unos US$48 millones, un poco más que las otras dos alternativas. Es más caro si uno mide sólo una cosa, que es proteger a la ciudad frente al tsunami.
Pero si uno entiende que el problema era más complejo, la solución integral termina ahorrando mucho dinero en el largo plazo.
¿Entonces la participación de la ciudadanía es clave para una buena arquitectura urbana?
Los ciudadanos son clave para entender cuál es la pregunta. En segundo lugar, es importante informarles sobre las limitaciones, los recursos disponibles y las complejidades de operar con actores públicos y privados; de lo contrario pueden crearse falsas expectativas.
(Viviendas incrementales en Constitución, que fue destruida en un 80% por el terremoto y tsunami de 2010.)
Además, las transformaciones significativas en las ciudades ocurren en tiempos mucho mayores que los de la administración política.
Si uno va a un cabildo en Constitución hoy en día, ve a los mismos representantes de la comunidad. Y, sin embargo, el alcalde ha cambiado, el intendente ha cambiado, el gobierno nacional ha cambiado.
Por lo tanto, la incorporación de la ciudadanía da continuidad a los procesos de transformación urbana.
Muchos lectores de Ecuador, que acaba de sufrir un fuerte terremoto, preguntan qué recomienda para la reconstrucción, desde su experiencia.
Por un lado está la respuesta de emergencia, que tiene que permitir sacar a la gente de la intemperie, de la precariedad.
Y hay algunas claves que uno puede recomendar en la instalación de los refugios o viviendas de emergencia: tener espacios colectivos para que un camión reparta agua, no familia por familia, sino a un conjunto de familias; organizar una cocina comunitaria para que no sea cada familia la que deba cocinar. Y también es útil instalar baños químicos para grupos de familias.
Lo ideal es organizar todo en puñados de 15 a 20 familias. Más allá de ese número se pierde el control y el acuerdo social, y es más difícil garantizar la calidad de los servicios.
Por otro lado, es importante que la construcción de lo definitivo no quede hipotecada debido a la velocidad con la que se tienen que hacer las cosas.
Si uno va más allá, podría pensar en el refugio de emergencia como parte de una vivienda futura, construyéndola con paneles de una mejor calidad que la estándar y no viéndola como algo transitorio que luego se descarta y es dinero perdido.
El refugio puede ser una vivienda incremental: primero se construye la mitad más difícil del edificio y el resto se completa luego, cuando sea posible, y todo puede tener un estándar de clase media.
Así, la reconstrucción después de un terremoto puede hacerse más rápido y mejor.
¿Cómo diría que es, en general, la vivienda social en América Latina?
Más que cuántos metros cuadrados tienen y con qué materiales están hechas, la pregunta clave es dónde se encuentran: ¿les permite a las familias acceder a las oportunidades que fueron a buscar en las ciudades?
Y en general, en América Latina las viviendas sociales están localizadas en periferias carentes de servicios y posibilidades de progreso.
Lo ideal es poder comprar terrenos en sitios de la ciudad donde hay más oportunidades, que suelen ser más caros, para poder construir allí. Y la única manera de hacerlo es con un diseño eficiente como la vivienda incremental, que permite dedicar más recursos a adquirir mejores parcelas.
En todos nuestros proyectos hemos podido pagar suelos tres veces más caros. En Santiago, por ejemplo, logramos construir viviendas en uno de los barrios más caros de la ciudad, que es donde esas familias tienen sus empleos y donde esos niños tienen mejores escuelas.
Si no se integra a esas familias a la red de oportunidades en los centros urbanos, se termina construyendo barrios de pobres.
Para nosotros, una vivienda social de calidad es la que permite la movilidad social, como ocurre con las familias de clase media, y no aquellas que marginan y no permiten aprovechar las ventajas de la ciudad.
El proyecto de viviendas sociales «en mitades» en Iquique sintetiza bien esta visión. ¿Cómo surgió la idea?, preguntan varios lectores de BBC Mundo.
El proyecto surgió simplemente de las limitaciones: el dinero disponible no era suficiente para hacer viviendas de clase media, de unos 80 metros cuadrados. Sólo se podía construir hasta 40 metros cuadrados.
Nosotros pensamos que con esas mismas reglas del juego podíamos ofrecer una solución, sin esperar a que mejoraran las condiciones.
Entonces, en vez de hacer una casa pequeña, que es como el mercado suele reaccionar a la escasez de recursos, decidimos hacer la mitad de una casa buena.
Una vez que reformulamos el problema, nos preguntamos qué mitad debíamos construir. Y la respuesta fue: la mitad que la familia nunca va a poder hacer por cuenta propia. Eso es, en otras palabras, la vivienda incremental.
Este concepto existe en América Latina desde los años 60; no es una idea nueva, ni un invento mío. Pero por alguna razón se había olvidado.
Lo que en verdad no existía era eso de concentrarse en aquello que es más difícil de construir para las familias.
¿Y qué hay exactamente en esa mitad básica de la vivienda que usted construye?
Las partes más complejas técnicamente: baños, cocinas, muros medianeros, cortafuegos, escaleras y espacios comunes. Además, la estructura básica para que luego las familias puedan construir su mitad.
¿Le ha sorprendido lo que han hecho estas familias?
Lo que construyen depende de cuán grande es la familia, cuántos niños tienen, si poseen animales, si tienen un pequeño negocio en casa. Las familias terminan adaptando nuestra solución genérica inicial a su realidad personal.
Y el costo de su mitad es mucho menor que el de la nuestra. Necesitan entre US$2.000 y US$3.000 para hacer construcciones que no son complejas. El dinero lo consiguen con ayuda del Estado y ahorrando.
La sorpresa que nos hemos encontrado es la enorme inteligencia práctica de estas familias, que con sentido común logran mejorar su situación individual sin jamás alterar el bien colectivo.
En el proyecto de Iquique, por ejemplo, uno de los ocupantes había hecho una extensión sobre un patio colectivo y el resto de los vecinos lo convencieron de que demoliera esa estructura.
Este fuerte sentido de comunidad es fruto de los procesos de participación y, tal vez, una de las mayores lecciones que nos han dado nuestros proyectos de vivienda social.
¿Piensa que estas personas hubieran aceptado viviendas a medias si no fueran de escasos recursos?
Curiosamente, nuestro primer proyecto de vivienda incremental fuera de Chile fue en Suiza, que es el último país donde uno pensaría que se necesita este tipo de construcciones.
Sin embargo, allá es muy caro el acceso al crédito. Y la vivienda incremental es una buena solución para parejas jóvenes que por el momento sólo pueden costearse un apartamento con un dormitorio y que quieren seguir viviendo allí en el futuro, extendiendo la casa a medida que mejoren sus condiciones o se amplíe la familia.
Claramente, el principio de incrementalidad no está restringido a la gente de escasos recursos. La mayoría de las familias crecen y muchas de ellas hacen crecer su vivienda con el paso del tiempo.
Que eso pueda ocurrir en una misma casa es posible gracias al diseño, no a pesar del diseño.
¿Cuáles deberían de ser las dimensiones mínimas de una vivienda social sin afectar el derecho humano a un techo digno?
La evidencia muestra que la expansión de las viviendas se estabiliza en 70 u 80 metros cuadrados para grupos familiares de 4 o 5 personas. Son unos 20 metros cuadrados por individuo.
Pero como en la mayoría de los países del mundo no hay recursos suficientes para entregar casas así, lo importante es que el diseño de la vivienda permita alcanzar ese estándar en el tiempo.
Claro que todo esto es una consideración técnica. Nosotros en Elemental [su estudio de arquitectura en Santiago] hacemos un ejercicio de sentido común. Nos preguntamos: ¿viviría yo con mi familia en esta vivienda que estoy diseñando?
Ningún proyecto se aprueba si no podemos contestar satisfactoriamente a esa pregunta.
¿Por qué no ha construido viviendas sociales en altura?
Nosotros no construimos edificios altos porque en general las familias de bajos recursos no pueden afrontar el gasto de mantenimiento de los espacios y servicios comunes. Por ejemplo, no pueden pagar la iluminación de los corredores ni la reparación de los ascensores.
Por eso, en muchos países han decidido demoler rascacielos de vivienda social.
¿Qué tipo de materiales se pueden usar en América Latina para que las viviendas sean más sostenibles y menos costosas? Depende dónde uno viva.
Por ejemplo: en el desierto de Atacama, en Chile, no hay arcilla ni ladrillo; la madera no existe. La única manera de construir es con bloques de cemento.
En el sur del país, en medio de la zona forestal, la respuesta pertinente es madera. En Santiago, en cambio, lo más eficiente es albañilería de ladrillo reforzada.
Cada lugar tiene sus propias circunstancias. Por lo tanto, no hay un solo material capaz de responder a esa pregunta.
¿Cuáles son los pasos para lograr que los gobiernos latinoamericanos se animen hacer buena arquitectura social y no sólo vivienda mínima?
Depende de la voluntad política y de los recursos disponibles.
El ritmo de urbanización en el mundo es tan impresionante, y los fondos tan escasos, que cada semana necesitaríamos construir una ciudad de un millón de habitantes con apenas US$10.000 por familia.
El gran desafío es lograr que esas familias puedan acceder a un sistema público de viviendas que tengan –o puedan alcanzar en un futuro– un estándar de clase media. De lo contrario, esas familias terminan en la precariedad; en América Latina, un 50% de la gente que se encuentra en las ciudades vive así.
Por eso creo que la vivienda incremental es una buena solución.
Y aquí es donde entra en juego la voluntad política. Al mundo inmobiliario, que me parece mediocre y mezquino, habría que ponerle reglas: que piense más en los intereses colectivos que en los particulares.
Una de las críticas a los subsidios o planes del Estado es que pueden fomentar la pasividad de los beneficiarios. ¿Cree que proyectos participativos como los suyos ayudan a quebrar el círculo vicioso del «asistencialismo»?
Sí, porque las familias, más allá de los subsidios, deben usar sus propios recursos para completar las viviendas.
Para ellos, ahorrar es muy difícil porque se les va todo el dinero en comida, transporte y llegar a mañana. Sin embargo logran hacerlo porque son conscientes de que, tras salir de la precariedad, tienen que empezar a pagar las cuentas de su propia casa.
Lo que hemos visto en nuestros proyectos es que aumenta la autoestima y la disciplina de los beneficiarios. Quieren dejarles a sus hijos algo que ellos mismos lograron conseguir.
Dicen: si yo termino una parte de la casa, mis hijos van a sentir que yo contribuí a mejorarles la calidad de vida.
Para ellos, la vivienda pasa a ser un mecanismo de valoración y dignidad humana. En otras palabras, dejan a ser ciudadanos excluidos para formar parte de la sociedad.
¿Qué puede aprender Europa de nuestra arquitectura en América Latina?
Nosotros vivimos en constante crisis. Creo que Europa puede aprender de América Latina el poder trabajar con recursos escasos y poder canalizar las capacidades individuales de las personas.
¿Cuál es la construcción más perfecta del mundo?
Como dijo Paulo Mendes da Rocha [arquitecto brasileño que ganó el premio Pritzker en 2006], las pirámides, porque son la máquina de su propia construcción.
¿En qué proyecto invertirá el dinero del premio Pritzker (US$100.000)?
En las personas que trabajan conmigo en la oficina, por su esfuerzo en proyectos difíciles. El premio hay que disfrutarlo y compartirlo.
Una pregunta que se repitió entre las lectoras de BBC Mundo, no se asuste: ¿está soltero o en pareja?
(Suelta una carcajada). Casado y con tres hijos.
(Y se pone serio). Es muy fácil en el mundo masculino tratar de desarrollar en profundidad un aspecto de la vida, sobre todo el profesional. Y luego quedan atrofiados el plano emocional y el personal, e incluso el plano físico: comer bien, dormir bien.
Si lo que hace la arquitectura es darle forma a la vida, lo primero que tenemos que hacer los que trabajamos en arquitectura es tener nosotros mismos una vida: tiempo con la familia, no trabajar fuera de horario ni fines de semana…
Porque si no, no vamos a conocer aquello que estamos tratando de modelar.
Y, finalmente, varios lectores y lectoras que admiran el diseño de su peinado quieren saber qué producto usa en el cabello «para verse tan bien».
(Vuelve a reírse mucho). En Chile es muy improbable que alguien no tenga sangre mapuche corriendo por las venas. Y claramente ese es mi caso y quizás lo que me queda de mapuche es el pelo.
Es un pelo que va por su cuenta, no hay nada que hacer.
Con información de Noticias de Arquitectura
jcrh