* La muestra es una vuelta al mundo de especialidades más o menos chocantes, en la que hay comida tradicional pero también mala alimentación.
El museo de la comida asquerosa, en la ciudad sueca de Malmö, sorprende a su visitantes con recetas desconcertantes como el pene de toro o un queso repleto de gusanos.
El museo, que en realidad es una exposición que estará abierta en un antiguo matadero de la ciudad hasta el 27 de enero, fue creada por Samuel West, responsable también de un museo de ajedrez.
El objetivo es que la gente «explore el mundo de la alimentación» y se dé cuenta de los «sesgos» culturales, explica el director de la exposición, Andreas Ahrens. «El asco es siempre subjetivo. Depende de con qué se ha crecido. Es como si nos hubieran adoctrinado».
La exposición presenta quesos de Borgoña, langosta, caracoles y gominolas, corrientes en ciertas partes de Europa, junto a cabezas de conejo o jugo de ojo de cabra, unos manjares que al público de Malmö le parecen salidos de un libro de hechicería.
La muestra es una vuelta al mundo de especialidades más o menos chocantes, en la que hay comida tradicional pero también mala alimentación.
El tique de entrada (18 euros la tarifa completa) es una bolsa para vomitar para evitar contratiempos si el estómago del visitante no logra soportar este corrosivo recorrido culinario, que toma entre media hora y dos horas.
«Creo que este es, de lejos, uno de los museos más interesantes que he visitado», afirma Charlie Lam, una estudiante hongkonesa de 23 años.
– Contemplar, oler, probar –
El fundador del lugar «empezó reflexionando sobre los museos que no existen y que le gustaría visitar, lo que dio lugar a esto», explica Ahrens.
Junto a sus amigos, Charlie Lam descubrió los 80 platos expuestos, olfateó el singular aroma de unos y otros y a veces incluso se atrevió a probarlos.
Fue el caso del ‘Su Callu’, un queso sardo presentado en una tripa seca que deja en la garganta un regusto a amoniaco, o del ‘hakarl’, un tiburón fermentado de Islandia.
La estudiante menciona en especial la regaliz salada, una golosina muy apreciada en los países nórdicos, y los apestosos quesos británicos y franceses.
En la exposición muchos de los alimentos son frescos y algunos pueden tocarse. A algunos curiosos les cuesta resistirse palpar el pene de toro crudo, un afrodisíaco en China.
«Si fuera comida artificial, de plástico o cosas en conserva, no sería tan interesante ni tan divertido», añade Ahrens. «Es una parte importante de la experiencia para el visitante», a quien el director del lugar guía por las mesas de la exposición.
Algunos platos están presentes en video, como el corazón palpitante de cobra —una especialidad de Vietnam— que debe degustarse en su sangre. «Es, verdaderamente lo que más sorprendente me ha parecido», admite Adam Eliasson, un obrero de 24 años.
Los quesos pueden probarse, mientras que los productos frescos se conservan en el frigorífico unos tres o cuatro días y luego se tiran.
«Normalmente, soy bastante complicado en lo que a comer se refiere», cuenta Eliasson. «Como muy pocas cosas […] pero aquí lo he probado todo ¡Y no vomité!», dice, satisfecho.
Pero hay platos, como las sopas de tortuga o de murciélago, el estofado de cabeza de cabra o el alcohol de ratones, que incluso los visitantes más valientes dudan en probar.
Andreas Ahrens y Samuel West esperan atraer entre 150 y 500 curiosos cada día de apertura (de miércoles a sábado) y presentar la exposición en otras ciudades de Europa y del mundo.
Información y foto: AFP
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