MADRID.- Joan Miró -dice Jacques Dupin, su biógrafo- siempre gustó de comportarse con la misma imprevisión que un niño. Salía del taller y volvía con objetos aleatorios, «todo empieza con una recolección súbita, salía del taller y regresaba con objetos diversos.
Miró confeccionaba ensamblajes, esculturas formadas con objetos variopintos a para darles una nueva personalidad tras combinarlos de manera en apariencia aleatoria. «A veces se extasiaba ante lo que para mí era invisible», añade Dupin, testigo de aquellas ceremonias mágicas de un artista que renegaba de la falta de formas —»una forma nunca es algo abstracto, es siempre un hombre, un pájaro o algo más.
Forma es nunca considerar la forma», decía— y buscaba llegar al silencio plástico extremo con el mínimo de medios. La galería Elvira González de Madrid expone, desde el 12 de enero al 25 de marzo, una muestra individual de Miró, «referente fundamental de las vanguardias históricas del siglo XX», según los organizadores de la exposición, que esta compuesta por dos pinturas, diez esculturas realizadas entre los años setenta y principios de los ochenta y cinco obras sobre papel.
Montada con el visto bueno de la familia Miró y la Successió Miró, la empresa montada en 1996 por los herederos para explotar la obra del artista, en la exposición queda claro el interés del versátil creador por la naturaleza, los objetos cotidianos y los utensilios hogareños como fuente de inspiración poética.
«Me siento atraído por una fuerza magnética hacia un objeto, sin premeditación alguna, luego me siento atraído por otro objeto que al verse ligado al primero produce un choque poético, pasando antes por ese flechazo plástico, físico, que hace que la poesía te conmueva realmente y sin el cual no sería eficaz», explicó Miró en una carta a su marchante estadounidense en 1936.
Las primeras esculturas —que Miró llamaba «construcciones y assemblages» (ensamblajes)— fueron afrontadas por el artista en la década de los años treinta. A partir de 1966 regreso a la práctica de forma sistemática y hasta el final de su carrera. Firmó más de 400, prácticamente todas ellas en bronce.
La muestra incluye piezas que parecen proceder de un «universo enigmático de seres teatrales», explican los galeristas, que citan las obras Gymnaste (1977), Jeune fille à l’étoile (1977), Danseuse (1981) y Le Chanteur d’opéra (1977). Para componerlas, Miró otorgó a objetos como sillas, perchas o instrumentos de cocina, una «nueva personalidad». En el Chanteur Mongol (1971), por ejemplo, reutilizó el timbre de su casa y lo colocó sobre una masa de arcilla para evocar una figura femenina.
Tres metros de altura La escultura de más de tres metros de altura Souvenir de la Tour Eiffel (1977) es uno de los ejemplos más claros de una obra realizada tras un proceso de reflexión, con sucesivas ideas, variaciones, añadidos y ensamblaje de objetos que se encontraban en el estudio del artista, casi siempre poblado con materiales de uso múltiple a los que Miró acudía. De esta última obra existen dibujos preparatorios y fotografías del estudio donde se ven los elementos de la obra apoyados en las paredes o en el suelo.
Souvenir de la Tour Eiffel incluye una lámpara de mimbre apoyada en cuatro patas. La pantalla fue sustituida por la figura de un cabezudo con las facciones de Groucho Marx, adornada con una horca agrícola de madera que, como una peineta, remata la pieza, a cuyos pies hay una caja con tubos de pintura usados y cables… Una vez ensamblados, los objetos fueron fundidos en bronce, creando una «un personaje enigmático que para Miró es el recuerdo de la Torre Eiffel y evoca a los castellers catalanes y los personajes de gigantes y cabezudos que tanto le gustaban».
La selección de la exposición se completa con pinturas y dibujos como Oiseau, étoiles (1977), Composition (1976) o Homme, femme et oiseaux dans la nuit (1970). Algunas de estas obras, anuncian desde la galería, se exponen por primera vez.
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