Por Sergio Villaseñor
Llegado a sus 30s y en la víspera de su cuarto Mundial, Andrés Guardado, desempeña como pocos, el papel de futbolista de Selección bebiendo el néctar de la madurez.
Dueño de una técnica innegable y con trote elegante, Andrés supo hacer de sus debilidades, sus fortalezas, desdeñando el paso del tiempo mediante un amplio sentido de responsabilidad no sólo en el terreno de juego, también más allá del empastado de 120 metros.
La veteranía lo ha convertido en un futbolista ejemplar: juega y enseña a jugar (con excepción del túnel que le hizo Messi). El ‘Principito’ pasó a ser Rey. Aquel joven que sorprendió a propios y extraños en el Mundial de Alemania 2006 es un bastión inamovible en el 11 de ‘Juancambios Osorio’.
Pieza fundamental en un equipo acostumbrado a vivir entre la zozobra, a Guardado le bastaron 19 partidos para ganar algo más complicado de obtener: el respeto de la religiosa tribuna del Betis.
El aficionado bético, exigente, pasional y nostálgico, suele ser muy cauteloso. Para habitar en los terruños de Sevilla hay que ganárselo, jugarse la vida por ello. Andrés Guardado lo entendió y asumió el reto desde que pisó el Benito Villamarín, y aunque quizá el tiempo, cruel y rapaz, no le permita ganarse un nicho en ese estadio, su paso por el Betis ha dejado huella.
La carrera de un futbolista (o cualquier atleta que participe en deportes de conjunto) suele medirse con la suma de los títulos, multiplicando puntos y contabilizando triunfos, pocas veces se mide con el termómetro de la identificación que éste alcanza en los equipos en los que participa.
A diferencia de pocos, Guardado domina el factor de afinidad e identidad con aficiones. Su personalidad y profesionalismo han marcado su paso por Europa: en Eindhoven salió en hombros, y no cabe duda que el día que parta de Sevilla lo hará por la puerta grande.
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