Por: Sergio Villaseñor
ene 24 2018

Javier Hernández y Carlos Vela tienen grandes similitudes, pero también los separa un abismo de diferencias. Hernández sufre el futbol: tropieza, se levanta, pelea, vuelve a caer. Falla, corre, sube, baja; vuelve a fallar. Acude a todas las convocatorias de la Selección, continúa su preparación y jamás le ha cruzado por la mente renunciar al Tri; mucho menos regresar a la Liga MX u otra de este continente.

Vela, en cambio, «le pinta la cara al juego». Es su talento natural, marca diferencia, hace uso a cuenta gotas de su talento a pesar de tener el capital futbolístico para destacar en cualquier equipo; tiene clase, se distingue en el campo, es respetado por la tribuna y provoca que entrenadores y jugadores rivales enfoquen su atención en él. Sin embargo, le falta ambición, carece de garra; ímpetu, mismo que le brota por los poros a Javier.

Si Chicharito pisa el área, trompicado, remata y rebota. En cambio, cuando Vela apunta con el balón, la grada cree, contiene la respiración y aunque falle, aplaude y comenta. Hernández provoca un «¡Ahhh!», a Vela lo acompañan con un «¡Ohhh!». El futbol es injusto, sí, pero más injusto es el discurso de sus actores.

Entre Javier Hernández y Carlos Vela, México tiene al jugador perfecto: valiente, talentoso, resistente, fuerte mentalmente, sorprendente, eficaz y elegante. Los desperfectos de uno son las virtudes del otro.

Hernández, contra todo pronóstico sigue representando al futbolista mexicano en Europa. Mira al frente a pesar de la tormenta. Y Vela, aun con viento a favor, claudica, se acomoda, escucha a promotores y se hace de un lugar como jugador franquicia en una liga que si bien tiene dinero no para aventar para arriba, sí para «darse sus lujitos».

Carlos dio un paso atrás, amagó y se detuvo (total… ya no tiene qué demostrarle nada a nadie como dice él). Para Carlos el partido del sacrificio ha terminado, mientras que para el nieto de Tomás Balcázar está en entretiempo.

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