GUADALAJARA , MÉXICO.- México y el toreo en el mundo, han perdido a uno de sus personajes más controvertidos y pintorescos. Cierto, esta actividad cada vez es vista con menos simpatía, pero no por eso, podemos dejar de lado el legado de Rodolfo Rodríguez.
Carismático, bohemio y extravagante, «El Pana», conocido así porque también se desempeñaba como panadero, falleció en Guadalajara a los 64 años de edad, a consecuencia de un paro cardiaco. Ya se encontraba parapléjico, a consecuencia de una cornada recibida.
Nacido en Apizaco en 1952, encontró en el toreo, una vía de escape para huir de su vida cotidiana.
Su estilo desenfadado y poco ortodoxo, le convirtió tal vez sin pretenderlo, en todo un revolucionario.
El «Brujo de Apizaco», sobrenombre con el que también se le conoció, fue también, en ocasiones, un incomprendido, un tipo peculiar que vivió durante años en el sótano de su fracaso, ahogado en el alcohol y en continuas idas y venidas a burdeles y lupanares, donde se refugiaba de tanta ruindad, y de sí mismo.
En el ruedo era capaz de lo mejor y de lo peor, de ahí la legión de partidarios que tuvo, ávidos cada tarde de encontrarse con el genio que, para bien o para mal, siempre fue.
Durante los 37 años que se mantuvo en los ruedos, nunca dejó indiferente a nadie. Sus presentaciones estaban plagadas de contrastes, sin embargo fueron sus excentricidades, la marca con la que tal vez se le llegue a recordar… y a detestar.
Su mejor actuación, tal vez sea la ocurrida el 7 de enero del 2007, a priori, la corrida de su despedida de los ruedos mexicanos; pero fue tal el clamor del público ante las dos soberbias faenas que protagonizó (la segunda de ellas premiada con las dos orejas) que, fiel a su impredecible manera de ser y de actuar, decidió no cortarse la coleta y seguir en activo.
Ese mismo día protagonizó uno de los episodios más notorios de su carrera, cuando, al aprovechar los micrófonos de una televisión que retransmitía la corrida en directo, brindó la muerte de su último toro a todas las meretrices que le acompañaron en vida.
«Quiero brindar mi último toro como torero en esta plaza a todas las daifas, meselinas, meretrices, prostitutas, suripantas, buñis, putas, a todas aquellas que saciaron mi hambre y mitigaron mi sed cuando el Pana no era nadie, que me dieron protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos en mis noches de soledades. Que Dios las bendiga por haber amado tanto. Va por ustedes», dijo textualmente.
Lanzado a raíz de aquella tarde, el Pana, lejos de poner fin a su sueño taurino, decidió transportarlo a España, donde debutó en 2008 mano a mano con Morante de la Puebla en Vistalegre (Madrid), en el que fue el primero de los pocos festejos que llegó a torear en la madre patria del toreo: Cuenca, en 2013; Tarazona de la Mancha (Albacete) y Guadalajara, en 2014; y Antequera (Málaga), en 2015.
Era habitual verle los domingos de verano en Las Ventas. Su inconfundible semblante a la mexicana, con traje de charro, pañuelo al cuello y sombrero, hacía que no pasara desapercibido, igual que su inseparable puro en la boca, el mismo que le acompañaba en todos sus paseíllos. Inconfundible.
jcrh