Algunos han dicho que la vida de Mike Hailwood fue como un sueño. Alto, atlético, bien parecido y rico; Stanley Michael Bailey Hailwood era el hijo de un magnate de la industria motociclista británica que cultivó el inmenso talento natural de Mike con un presupuesto abierto.
A los 17 años de edad, Mike llegó a su primera competencia en el Bentley de su padre seguido por una camioneta que llevaba su motocicleta y su mecánico particular. Esta exhibición de prosperidad le ganó automáticamente el odio de sus contemporáneos. En la Inglaterra de 1957, las carreras de motos eran un deporte de la clase trabajadora. La mayoría de los corredores eran obreros o mecánicos en un taller de motocicletas en donde les permitían trabajar en sus vehículos de competencia después de la jornada diaria. Mike era, obviamente, un niño privilegiado. Sin embargo, al mundo le aguardaba una sorpresa.
En lugar de los dos años que normalmente tomaba obtener una licencia internacional de piloto, Mike la obtuvo en cuatro meses. Al término de la temporada, el joven corredor dejó a sus competidores congelándose en la invernal Inglaterra y tomó un avión a Sudáfrica, de donde regresó en la primavera habiendo ganado el Campeonato Nacional de ese país. El resultado de su temporada siguiente en Inglaterra: 74 victorias y 38 récords de pista.
Pero los números, por espectaculares que sean, son siempre fríos. Dentro del campeón con nervios de acero que volaba sobre la pista, vivía un joven travieso, bromista hasta el exceso y extrañamente aprehensivo. Mike confesaba a sus amigos que antes de cada carrera se roía las uñas de los dedos hasta llegar a la carne y sentía que el estómago se le hacía nudos. Llegaba a la pista pálido y tembloroso.
Pero, una vez sobre la motocicleta, Mike se transfiguraba. La máquina y él se convertían en un instrumento que tenía como único propósito ganar la carrera y Mike no se detenía ante nada para lograrlo. Su estilo de curvear era muy diferente del actual. En aquella época los corredores mantenían las rodillas pegadas al tanque y, algunos, usaban las puntas de las botas para juzgar el grado de inclinación de la moto sobre el pavimento. Mike a menudo subía al pódium de ganadores con sangre escurriéndole de las puntas desgastadas de la bota. En las últimas vueltas había estado midiendo la inclinación con los dedos de los pies.
Trece veces campeón del mundo, cuatro de ellas con MV Agusta en la categoría de 500 cc, Mike tuvo la suerte de ser contemporáneo de otros grandes pilotos. Sus duelos con Giacomo Agostini en los Campeonatos Mundiales son legendarios particularmente porque Hailwood peleó varios de ellos montado en un monstruo. Honda había ya dominado la técnica de fabricar motores potentísimos, pero los cuadros y las suspensiones de las motocicletas japonesas todavía no se mantenían a la par con el caballaje. Era como correr en el hipódromo montado en un potro salvaje.
En la Isla de Man ganó trece trofeos en nueve años. Se cuenta que en 1967, cuando se detuvo en los pits de la Isla para amarrar el acelerador suelto de su Honda 500 con un pañuelo, su padre Stan le pidió que desistiera. “¿Estás loco? “, entonces le gritó Mike: “¡Voy a ganar!”, y salió disparado en persecución de Agostini. Una noche lluviosa de marzo de 1981, Mike, ya retirado de las competencias, salió a comprar leche acompañado de sus dos pequeños hijos. En una calle del pueblito neozelandés donde vivía, un camión de carga los embistió y el auto que conducía Mike quedó destrozado. Solamente su hijo David sobrevivió.Y gracias a sus hazañas, Mike será recordado como un ícono del motociclismo mundial.
r3