RÍO DE JANEIRO, BRASIL.- Han terminado los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, Brasil cierra un capítulo en el que mostró su capacidad para organizar eventos de gran envergadura. Pero queda la pregunta, ¿valió la pena este esfuerzo?
Los Juegos de llevaron a cabo, con los peores antecedentes posibles: crisis política y recesión económica históricas, desempleo récord y un colosal escándalo de corrupción en su empresa estatal más preciada, Petrobras.
Lejos quedaron los gloriosos días llenos de posibilidad y de autoconfianza de 2009, cuando miles de cariocas estallaron en júbilo en la playa de Copacabana en medio de una tormenta de confetti al ver en una pantalla gigante cómo Rio era elegida como la primera sede de unos Juegos Olímpicos en Sudamérica.
En la televisión, vieron cómo el entonces presidente Lula lloraba y abrazaba a Pelé en Copenhague, envuelto en la bandera auriverde. El niño analfabeto que lustraba zapatos en la calle, que se hizo obrero metalúrgico, líder sindical, enemigo de la dictadura y presidente en su cuarto intento había logrado lo que nadie antes.
Pero hoy un clima de pesimismo se cierne sobre el país.
Para 2017, el Gobierno de Río estima que un 63% de la población utilizará el transporte público (contra apenas 17% en 2009) tras la construcción de una nueva línea de metro de 16 kilómetros, de 156 kilómetros de corredores de buses expresos (BRT) y de 28 kilómetros de tranvía.
Los habitantes se quejan no obstante de que los autobuses van llenos y son insuficientes y de la falta de transporte y otros servicios como saneamiento en muchas zonas pobres. La espectacular Bahía de Guanabara, que las autoridades prometieron descontaminar para los Juegos, sigue siendo una letrina.
Aunque las autoridades insisten en que han sido unas Olimpiadas baratas, organizadas con un 60% de capital privado, muchos piensan que el evento ha dividido la ciudad entre ricos y pobres. El paisaje del centro, al menos, ha mejorado: una caótica avenida es ahora peatonal y la recorre un silencioso tranvía que sale del aeropuerto doméstico. Otra anticuada avenida que bordeaba el puerto fue convertida en un atractivo paseo con dos nuevos museos.
Para muchos cariocas pobres -un tercio de la población de seis millones vive en favelas- poco o nada ha cambiado. La endémica violencia continúa pese a la ocupación policial de varias de estas barriadas empobrecidas. Un promedio de casi cinco cariocas tienen cada día una muerte violenta, a veces a manos de la policía, a veces de los narcotraficantes.
jcrh