Fue el recordado Pío V quien publicó el 20 de noviembre de 1567 la bula “Super prohibitione agitationis Taurorum & Ferarum”, en la que se advertía los riesgos de enfrentar a “toros y otras fieras en espectáculos públicos y privados, para hacer exhibición de su fuerza y audacia”, por lo que prohibía la fiesta brava bajo pena de excomunión.
Para el pontífice, la práctica resultaba “cruenta y vergonzosa” y “propia del demonio”, por lo que aquellos que participaban de la fiesta brava y morían en los espectáculos ni siquiera merecían sagrada sepultura.
Sin embargo, la regla no tuvo el mismo efecto en todas partes. Mientras que en Italia tuvo una observancia inmediata, en Portugal tardaron tres años en publicar la medida. En España, por su parte, las autoridades ni siquiera dieron a conocer la existencia de la bula por presión de algunos sectores de la población.
El Rey Felipe II optó por no ponerse en contra de la sociedad y, pensando que el Vaticano necesitaba ayuda para combatir al Imperio Otomano, simplemente dejó pasar el tiempo y esperó a que Pío V muriera para luego tratar el tema con sus sucesores Gregorio XIII y Clemente VIII.
Al final, la Santa Sede suprimió la excomunión contra los practicantes de las corridas de toros, limitaron su celebración a días no festivos y pidieron medidas para evitar la muerte de personas.