Imaginen una Arabia sin petróleo. No es una fantasía: algunos estudios aseguran que ocurrirá en una fecha tan temprana como 2030, es decir, en menos de una década y media. La perspectiva es terrorífica para una Arabia Saudí cuyos ingresos públicos dependen en más de un 90% de los hidrocarburos.
El país ha logrado evitar el colapso que algunos le pronosticaban debido al auge del ‘fracking’, a base de hacer caer el precio del crudo de tal forma que la tecnología de extracción del petróleo de esquisto deje de ser rentable salvo para las empresas más fuertes. Algunos expertos consideran que esto le ha dado al Reino un respiro de al menos diez años. Pero no basta.
La idea del final de los yacimientos de hidrocarburos en la Península Arábiga está lejos de ser nueva. Por ello, países como Qatar o los Emiratos Árabes Unidos llevan ya años tratando de diversificar sus economías, promocionando sus estados como importantes centros financieros mundiales e impulsando las industrias locales.
Ambos han logrado reducir el porcentaje de su PIB dependiente del petróleo y el gas a alrededor de un 49% en el primer caso, y a un 25% en el segundo. Qatar y los Emiratos Árabes Unidos ya han reducido el porcentaje de su PIB dependiente del gas y petróleo a un 49% y un 25% respectivamente.
En Arabia Saudí, en cambio, el peso de la tradición es aún mayor que en los citados, y existen importantes obstáculos a cualquier tipo de reforma, empezando por el propio mecanismo sucesorio: ha sido necesario que falleciese el monarca Abdullah Bin Abdulaziz, cuyo estado de salud semicomatoso en los últimos tiempos era un secreto a voces, para que no ya su heredero –su medio hermano Salman, de 80 años-, sino los herederos de éste, hayan podido plantear un cambio semejante.
La sorpresa la dio el Príncipe heredero sustituto, Mohamed Bin Salman, hijo del actual monarca, el pasado 25 de abril durante una entrevista con el canal Al Arabiya. “El Reino puede vivir para 2020 sin depender del petróleo. La dependencia saudí del crudo ha perturbado el desarrollo de muchos sectores en los últimos años”, afirmó.
Ese plazo de cuatro años levantó muchas cejas escépticas, pero en los siguientes días el joven príncipe ha demostrado que iba en serio: entre las medidas anunciadas están la reducción de los subsidios estatales para el combustible, la electricidad y el agua, una subida de impuestos, y la privatización de numerosas áreas, como la educación, la sanidad y, sobre todo, parte de la todopoderosa petrolera nacional Aramco, valorada en varios billones de dólares.
La iniciativa contempla sacar a concurso el 5% de las acciones de esta empresa, una medida de una audacia asombrosa, por el valor estratégico de Aramco: incluso un mero 1% supondría la mayor oferta pública inicial de acciones de la historia, por delante de las de Alibaba y Facebook. Esto permitiría al Reino establecer el mayor fondo soberano del mundo, por un valor de 2 billones de dólares (por delante incluso del de Noruega, de 865.000 millones).
Pero además de estos pasos, más o menos ‘ortodoxos’, el plan, denominado “Visión Saudí 2030”, contempla otros como la extracción de otros recursos minerales como “oro, fosfato y uranio”, que abundan en Arabia Saudí, y la promoción del Reino como centro financiero y de transporte.
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