Australia ha encontrado una manera de recaudar más sin subir todos los impuestos: subir sólo los del tabaco. El ministro de finanzas, Scott Morrison, ha anunciado esta semana su plan para incrementar la parte que se lleva el fisco un 12,5% anual de aquí a 2020, lo que permitirá ingresar cerca de 4.700 millones de dólares australianos adicionales.
La propuesta de Morrison se basa en un hecho conocido, como es el de que la demanda de los fumadores es poco elástica ante las subidas de los precios. O, lo que es lo mismo, que cuando uno tiene una adicción el precio no importa demasiado.
Con el plan de subidas progresivas, al comenzar la siguiente década los australianos con el feo y pernicioso vicio de fumar tendrán que hacerse a la idea de que 69 de cada 100 centavos que pagan por sus cigarrillos irán directamente a las arcas públicas.
El precio del paquete adquirirá además la condición de pequeño lujo, puesto que se calcula que alcanzará los 45 dólares australianos en 2020, el equivalente al cambio actual a poco más de 29 euros por cajetilla.
El presupuesto utiliza razones médicas para justificar la gigantesca subida, y recuerda que la tasa de fumadores ha ido cayendo gracias a las anteriores alzas de tasas, y en la actualidad apenas el 15% de ciudadanos australianos fuma (frente al 25% que lo hacía en 1993).
También busca, con esta medida, cubrir parte del agujero que ha provocado la consignación de 7.700 millones de dólares en los próximos dos años para gastar en nuevas formas de combatir el contrabando de tabaco.
Por fin, el Gobierno espera que las subidas le ayuden a un objetivo macroeconómico muy alejado de la política fiscal o sanitaria. Australia quiere elevar la tasa de inflación desde el 1,25% actual hasta un más saludable -según postulan los manuales de economía más aceptados- 2,25% en 2018.
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