CALAIS, FRANCIA,- La cuenta ha comenzado para el desalojo, la «jungla» será evacuada en los próximos días, alrededor de mil policías de toda Francia han recibido la alerta, hay protestas en los ayuntamientos por la reubicación de los inmigrantes en Calais.
Un párroco ha recibido la orden de desalojar a los 80 inmigrantes que estaban en su parroquia de Saint-Étienne. Y, mientras tanto, hay gente que sigue muriendo.
“Parece que lo desalojarán todo muy pronto. Nadie sabe dónde acabará todo el mundo. Ahora ya hemos llegado al punto en el que los inmigrantes organizan peleas con cuchillos para desviar la atención de la policía e intentar de esta manera colarse más fácilmente en camiones o barcos”, dice un médico voluntario español que pide el anonimato.
“Hace sólo unos días una treintena de sudaneses fueron apuñalados por un grupo de afganos”, relata. Está preocupado. Al igual que él lo están, con más razón, miles de inmigrantes que esperan el desalojo de la “jungla”, el enorme campo no oficial de Calais.
“Hasta ahora he tenido que tratar cortes en las manos debidos a los intentos de saltar por encima de la red metálica con alambre de púas y huesos rotos por los golpes dados por los oficiales. ¿Qué pasará si realmente los desalojan? ¿Una guerrilla?”, continúa el doctor.
Es muy probable que las declaraciones del presidente François Hollande acaben en hechos. Según la prensa francesa, la fecha elegida podría ser dentro de muy pocos días. “Parece que el Ministerio del Interior -explica Samuel Hanryon, responsable de comunicación de Médicos Sin Fronteras en Calais- ha hecho llegar una nota a todos los comandos zonales de la CRS, la Guardia Republicana Antidisturbios”.
Destaca que “la alerta va desde el lunes hasta el final del mes”. Entre CRS y policía participarán un millar de agentes. El Ministerio del Interior no confirma ni desmiente la noticia. Y, mientras tanto, sigue aumentando la tensión en el campo, donde según el último censo realizado por las organizaciones Help Refugees y Auberge des Migrants viven más de 10 mil personas. La mayoría son sudaneses, afganos, eritreos y etíopes.
El padre Johannes Martens es un monje benedictino belga. Se mueve entre las chozas de la “jungla” con la túnica azul coronada por un chaleco de pesca verde militar. Llegó al campo hace un año. Desde hace unos nueve meses es una presencia diaria.
“Se respira una fuerte tensión -explica en la Iglesia de Saint Michel, levantada por inmigrantes de Etiopía-. El desalojo ya ha sido anunciado. Los chicos están preocupados, viven esta situación con mucha ansiedad”. “Muchos están frustrados por haber estado aquí durante mucho tiempo y no haber tenido la posibilidad de llegar a Gran Bretaña, su objetivo. Además, empieza a hacer frío. Y esto aumenta las preguntas y las preocupaciones”, señala.
A lo largo de la frontera este de la “jungla”, el “camino de las dunas” conduce a los centros directivos de la asociación Vie Active. Aquí, en una gran área cercada, han sido trasladadas las aproximadamente 400 mujeres que viven en el campo. “Había habido varios casos de acoso -cuentan los voluntarios de Vie Active-. Hace unos meses se decidió mover a las mujeres a esta área”.
Al lado, un par de estructuras bajas se utilizan para la cocina. Un poco más allá, en cubículos, están las clínicas de Médicos Sin Fronteras. Aurore es una joven psicóloga, de guardia en el campo durante los últimos meses.
“Muchos sufren de crisis depresivas y trastornos postraumáticos -dice-, a menudo se colapsan por la espera y los peligros a los que se tienen que enfrentar. Manifiestan dificultades para dormir”. “Especialmente los que proceden de países en guerra tienen traumas considerables. Tratamos de intervenir, distribuyendo antidepresivos y medicamentos para ayudarles a dormir. Pero no siempre funciona”, admite.
Los casos de intento de suicidio se multiplican, y a menudo la cultura de origen no ayuda a identificar a tiempo los casos de alto riesgo. “En África se tiende a ocultar la angustia psicológica -sigue Aurore-. Por eso tenemos que ser muy oportunos cuando identificamos los primeros indicios de un posible intento de suicidio”.
“No hay que olvidar a los menores de edad, casi mil 200. “Los chicos están nerviosos -revela un animador afgano del Kid´s Centre-. Ahora intentan todas las noches meterse en algún camión”.
El último muerto fue el último domingo. Era un chico de Eritrea que fue atropellado en la autopista A16 al tratar de aferrarse a un camión que iba a Gran Bretaña. Con él estaba su novia, que resultó gravemente herida.
Mientras tanto, está provocando fuertes reacciones en varios ayuntamientos la decisión del gobierno de recolocar a la gente de la “jungla” en más de 150 centros de todo el país. Ha habido protestas en Forges les Bains y Pierrefeu, en el sur del país. En Saint Brevin, en el lado del Atlántico, incluso se han disparado unos cuantos tiros contra una estructura identificada como el próximo centro de acogida.
También hay dudas sobre el futuro de la “gran muralla”, el gran muro en construcción en la A16, diseñado para obstaculizar aún más el flujo de inmigrantes ilegales hacia el Reino Unido. La republicana Natacha Bouchart, alcaldesa de Calais, ha emitido una orden para bloquearles el trabajo.
“Si el desalojo se lleva a cabo, la pared ya no servirá para nada”, asegura. A su vez, el prefecto ha congelado el acto administrativo. “Es evidente -comenta Hanryon de Médicos Sin Fronteras- que las próximas elecciones presidenciales se están jugando en las pobres dunas de Calais”.
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