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El Papa visitará Georgia y Azerbaiyán de minoría católica

El Papa visitará Georgia y Azerbaiyán de minoría católica

ROMA,- Entre el 30 de septiembre y el 2 de octubre, el Papa Francisco visitará Georgia y Azerbaiyán, países donde los católicos son minoría; en el caso de Georgia la población católica no llega al 1%, y en Azerbaiyán es casi inexistente. Sin embargo en ambos casos, la visita cuenta con la calurosa acogida de sus autoridades, tanto civiles como religiosas.

Ya en 2002, Juan Pablo II visitó Azerbaiyán, país con un 93% de población musulmana. Se trataba de una visita enlazada con otra a Bulgaria, nación donde nueve de cada diez personas profesan la religión ortodoxa. Para esta nueva ocasión, se cuenta con la invitación de uno de los representantes del Islam en el Cáucaso, el jeque Hadji Allahchukur Pachazadeh, quien remitió su petición al cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura. Pachazadeh se ha mostrado satisfecho con la elección de Francisco como Papa y le ha pedido poder conocerlo en persona en Azerbaiyán, así como de viajar a la Santa Sede.

Para comprender la actitud hacia la Iglesia católica por parte de dirigentes religiosos y civiles en estos países, resulta conveniente observar su contexto. Por una parte, la Iglesia católica siempre ha sido minoritaria en estas naciones. Por tanto, las autoridades no temen que los católicos se conviertan en un grupo influyente que desestabilice el país, o que pueda cambiar su idiosincrasia. Cosa que no podría suceder tampoco, porque los católicos no votan ni actúan como un grupo, salvo indicaciones graves de la Jerarquía.



Por otra parte, la población musulmana de la antigua Unión Soviética tiene más celo por preservar su identidad nacional que su identidad religiosa, como indica Christian van Gorder en su ‘Muslim-Christian Relations in Central Asi’a (Routledge, 2008, pp. 79-80). De esta forma, consideran que se protejen ante el influjo de las corrientes musulmanas de Irán o del Golfo Pérsico, lo que, en cierto modo, continúa la política de la época soviética, que no toleraba la entrada en el país de oleada religiosas externas. Esto podría explicar la buena acogida a representantes de religiones minoritarias.

De hecho, el presidente Ilham Aliyev ha entregado al cardenal Ravasi una de las medallas de reconocimiento más importantes de Azerbayán. Por otro lado, el gobierno adopta una política de vigilancia religiosa que evita el afloramiento de un integrismo que amenace el status institucional, según el cual las mezquitas y los imames (predicadores) quedan bajo la tutela del Estado.

No pocos países musulmanes son celosos de su identidad y sus tradiciones, frente a “la colonización cultural” que procede de los países del Golfo Pérsico. En ese contexto se entiende la proliferación del velo islámico y del “burkini”, que son expresión de un tipo de Islam y de unas formas identitarias que no se conocían hasta hace poco en mucho países.

Naciones que, además, se encontraban en una situación similar a la de los Estados occidentales en que se vive con naturalidad la separación Iglesia-Estado. De esta forma, el “burkini” no es sólo una cuestión que afecta al status o la dignidad de la mujer, sino que constituye un intento del Islam salafista y arábigo —saudí mejor dicho— de transformar a las demás sociedades musulmanas, haciendo que pierdan su idiosincrasia y sus características nacionales.



Esta percepción de un Islam que no sobrepase la identidad nacional es, a fin de cuentas, una de las líneas que definían la Siria de Bashar al-Assad, el Iraq de Saddam Hussein o ciertas monarquías como la de Jordania.

Con sus características propias, también era el modelo de la Turquía de Mustafá Kemal, “padre” de la república. En general, y con sus matices, son Estados más o menos autoritarios en que el Islam es la religión oficial y mayoritaria, pero que opta por un tipo de legislación y gobierno de corte más civil.

De esta manera, el Islam no define al país, sino la propia concepción de patria, lengua, historia, etc. En Azerbayán se permite, al contrario que países como Marruecos, que cualquier ciudadano profese la religión que quiera, e incluso que abandone su fe. En los pasaportes no se permite que las mujeres luzcan velo islámico. Así, se abre paso, en ciertos momentos, a la presencia de no musulmanes en algunas esferas de la administración, e incluso del gobierno y el ejército.

Por ejemplo, Tariq Aziz, cristiano caldeo y militante del partido Ba’ath desde 1957, que llegó a ser ministro de Asuntos Exteriores y ocupó la vicepresidencia desde 1979 hasta su rendición ante las tropas aliadas, comandadas por Bush y Blair, que derribaron en 2003 el régimen de Saddam.

Algo similar se aplicaría al Egipto de Mubarak, quien, según David Kirkpatrick, periodista del New York Times, era “un protector seguro con el que contaban los cristianos coptos”. Este tipo de regímenes, autoritarios o no según el caso, prestan especial protección a las minorías, esperando que las minorías religiosas se adhieran a un régimen que, siendo musulmán, suaviza la política religiosa e incluso permite el ascenso de los no musulmanes dentro de la vida pública. Según Adeed Dawisha, de nacionalidad iraquí y profesor en la Miami University (situada en Oxford, Ohio), los cristianos apoyaban a Saddam, porque temían que la alternativa sería para ellos peor.

Cuando esa identidad nacional sobresale respecto a la religiosa, en especial en sus vertientes integristas, se dan situaciones como las de Georgia y Azerbaiyán. En 2001, Juan Pablo II visitó Kazajistán y Armenia. El primero es un país de amplísima mayoría mahometana donde el Romano Pontífice fue escuchado con atención por una audiencia de más de 50.000 personas en la plaza central de Astana, la capital. Nueve de cada diez asistentes eran musulmanes. Lo vitorearon igual que si fueran católicos.

A esta atmósfera ayuda mucho la actitud de los Papas: ni de Juan Pablo II, ni de Benedicto XVI ni ahora de Francisco se escuchan palabras hostiles hacia el Islam o la Iglesia ortodoxa; más bien al contrario.

Por eso, si el Papa viene como un emisario de paz de una religión allí minoritaria, y sin pretensiones “colonialistas”, será bien recibido. Francisco pretende ayudar al entendimiento entre los estados del Cáucaso: Armenia y Azerbaiyán han registrado conflictos bélicos fronterizos, lo mismo que Georgia y Rusia. Visto así, se entiende mejor el lema del viaje apostólico del papa a Georgia y Azerbaiyán: “Pax vobis” (“paz a vosotros”).

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