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La alga espirulina contra la malnutrición en África

La alga espirulina contra la malnutrición en África

Allá por 1960 el botánico belga Jean Léonard advirtió que una tribuna de Chad gozaba de excelente salud que otras porque sus miembros comían espirulina que crece en las aguas del lago, aunque de hecho esta existe hace 3,500 millones de años. En 91974 la ONU la designa «alimento del futuro», un concebtrado de proteínas (65%), hierro, betacaroteno y vitaminas (B12, B, E, K). «Un superalimento» en palabras del doctor Jean Dupire, uno de los defensores  de esta alga cuyos beneficios para la salud no se han demostrado científicamente.

La espirulina o «alga azul», una cianobacteria considerada por algunos como el «alimento más nutritivo después de la leche materna», puede paliar la malnutrición en África, tras haberse colado en las dietas de los burgueses bohemios occidentales, fans de lo ‘supersaludable’. Los vegetarianos y los deportistas de los países occidentales la consumen con regularidad en forma de pastillas o en polvo que añaden a las ensaladas o zumos.

Se recomienda una cucharilla de café diaria. La ración mensual cuesta en Occidente unos 15 euros.



«No es un medicamento ni un producto mágico. Es un alimento energético por su cantidad de proteínas, antioxidantes, desintoxicante debido a la clorofila y antiinflamatoria por la ficocianina», explican Nicole y Olivier Charmont en el invernadero del sur de Francia donde fabrican el «oro verde».

La espirulina crece en los lagos ligeramente salados de los países tropicales, un hábitat que se puede reproducir artificialmente siempre que haya suficiente calor y luz. China y California son los principales productores en el mundo, pero la secan a temperatura alta, con lo que se pueden alterar las propiedades.

En total se producen unas 5.000 toneladas al año, entre ellas 400 toneladas en los lagos de Chad.

En Europa, Francia se lanzó en el sector hace 10 años en España e Italia empiezan a seguir sus pasos. Los países en desarrollo también se interesan por esta cianobacteria, que se perfila como un arma en la lucha contra la malnutrición crónica. La pequeña oenegé suiza Antenna Technologies ha creado explotaciones en Camboya, Laos, Togo o Malí.



«Les ayudamos a montar la granja y luego les dejamos que sean autónomos. Venden dos tercios de la espirulina producida y el resto pasa al circuito humanitario», explica Diane de Jouvencel, miembro de la oenegé.

El desarrollo a gran escala tropieza con dos obstáculos: su sabor (y sobre todo su olor intenso) y la falta de apoyo de las grandes organizaciones como Unicef, que prefieren el Plumpy’Nut, una papilla energética a base de cacahuete.

Una lástima, según la oenegé Antenna Technologies, que sueña con un mundo en el que cada pueblo tenga su explotación de espirulina y cada ciudad sus estanques, como hace Bangkok en los tejados. Una forma de ser autónomo en proteínas en una sociedad en la que el consumo de carne está en entredicho. Según Olivier Charmont, para producir un kilo de proteínas, la espirulina necesita 2.500 litros de agua, la soja 8.800 litros y un buey, 102.000.

Para salvar estos escollos, numerosas empresas apuestan por la creación de productos agroalimentarios a los que se añadiría espirulina para ocultar el sabor. Incluso hay quien cree que puede formar parte de productos de consumo corriente, como la stevia, una planta edulcorante no calórica de Paraguay que logró imponerse pese a su sabor a regaliz.

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