CIUDAD DE MÉXICO.- En el 2014, arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), descubrieron en Teotihuacán, la osamenta de una mujer. Pero no se trataba de una persona cualquiera, su cabeza alargada dejaba claro que no había nacido allí y que probablemente habría llegado de tierras lejanas del sur.
Aunado a esto, destacaba el hecho de que su dentadura, poseía adornos de metal y una prótesis de piedra verde. De acuerdo con los especialistas, este personaje de entre 35 y 40 años, a quien se le ha bautizado como la «La mujer de Tlailotacan», en referencia al barrio donde fue enterrada junto a una ofrenda compuesta por 19 vasijas provenientes de Oaxaca y de la región occidental de México, puede ofrecer nueva información sobre una de las más fascinantes sociedades mesoamericanas.
Los expertos creen que los regalos sugieren que la mujer tenía vínculos importantes con otras partes de Mesoamérica y que su función social abarcó también la política.
Los arqueólogos están a la espera del resultado de los análisis realizados por científicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). La prueba de ADN brindará más información sobre la filiación genética del personaje y su lugar de nacimiento podría ser determinado por una prueba de isótopos de oxígeno.
Sin embargo, hay pistas que sugieren que La mujer de Tlailotacan podría haber llegado del sur. Uno de los más notorios es su cráneo alargado, una deformación hecha probablemente en su nacimiento con tablillas colocadas en la frente y en la zona occipital de la cabeza para moldear los huesos. La técnica era utilizada por los mayas.
Los incisivos centrales también están horadados y lucen dos incrustaciones de pririta, un mineral metálico. “Se tuvo que hacer un taladrado en el esmalte, una técnica reportada en la región de Petén [hoy Guatemala] y Belice”, explicó el antropólogo físico Jorge Archer.
El equipo investigador está tratando de determinar el tratamiento que se le dio a la pririta pues está bien conservada a pesar de tener una tendencia a oxidarse rápidamente. “Parece que tuvo esa incrustación por más de cuatro años con un tratamiento muy exitoso porque no le generó problemas bucales”, agrega Ortega. Lo mismo sucede con la gran piedra verde que tiene en el sitio de los incisivos inferiores, que muestra desgaste y uso, por lo que acumuló restos de sarro.
La presencia de esta extranjera, que tuvo que recorrer al menos mil 100 kilómetros para llegar a Teotihuacán, ha brindado nuevos elementos a las teorías de varios estudiosos de la ciudad sagrada.
El personaje de élite fue hallado en lo que hoy se conoce como el barrio oaxaqueño, una zona de 800 metros cuadrados dentro de los 20 kilómetros cuadrados que conforman el sitio arqueológico. La zona fue nombrada porque se habían asentado allí muchos comerciantes de Monte Albán (hoy Oaxaca), una ciudad zapoteca a 600 kilómetros que tenía un fuerte vínculo con la urbe.
Además del barrio de los oaxaqueños, también había una zona de veracruzanos al este y dos de emigrantes llegados del Golfo. Al oeste, un pequeño enclave de michoacanos. Linda Manzanilla, investigadora emérita de la UNAM, ha escrito que en la ciudad no hay tumbas reales ni residencias de gobernantes únicos. Esto ha llevado a suponer que el carácter multiétnico de Teotihuacán favoreció “un gobierno colectivo” formado por sacerdotes que eran cabezas de clanes y representantes de los distritos de la ciudad.
Esta característica podría encerrar también el fin de esta urbe atípica.
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