MADRID,- Ha llegado a la presidencia de Estados Unidos una persona impredecible y cuya administración se vuelve peligrosa, no tanto por lo que promete, sino la ausencia de lógica en la toma de decisiones. Probablemente el «tuit» se ha impuesto al cerebro y esto explica que la política se haya vuelto un festival de ocurrencias.
Muy atinado el comentario de Carlos Sánchez -El Confidencial-, quien señala que el mundo se halla ante un enorme fanfarrón -lo recuerda el ‘Post’- ante un político de hojarasca, que oculta las órdenes ejecutivas que ha firmado de forma ostentosa son papel mojado si no las valida el Congreso.
Agrega que la construcción del muro se cubra con parte del presupuesto norteamericano antes que el vecino del sur lo pueda pagar (tan lejos de Dios y tan cerca de EEUU, sostenía Porfirio Díaz),
En cuanto a su batalla contra el comercio mundial, sus efectos serán, igualmente, limitados. En contra de la retórica de Trump, la ventaja competitiva de México respecto de EEUU no tiene que ver solo con los salarios. Como ha puesto de relieve un reciente informe de BBVA Research (con fuertes intereses al sur y al norte del Río Bravo), el crecimiento de las exportaciones automotrices de México —el séptimo productor mundial de vehículos— se debe en gran parte a los acuerdos comerciales suscritos con el resto del mundo.
México tiene firmados 12 tratados de libre comercio que incluyen a 46 países que representan más del 60% del PIB mundial, más nueve acuerdos comerciales que sumarían a otros seis países. En cambio, EEUU tiene acuerdos comerciales que incluyen a 20 países y que representan solo el 14% del PIB mundial.
A través de esos tratados, México tiene acceso libre de aranceles al 47% del mercado mundial de vehículos nuevos, en tanto los fabricantes de Estados Unidos tienen únicamente acceso al 9% del mercado mundial.
Parece evidente, sin embargo, que lo que busca Trump es aislar a la Europa continental y primar las relaciones bilaterales con el Reino Unido, su viejo aliado. Sin duda, porque es consciente de que el Reino Unido, tras el Brexit, necesita un nuevo socio comercial estratégico y May negociará desde una posición débil.
Sin embargo, el punto de partida no puede ser peor. Las exportaciones de bienes del Reino Unido a EEUU representan apenas la cuarta parte de lo que venden los británicos a la Unión Europea, mientras que las importaciones procedentes de EEUU solo suponen la sexta parte respecto a la UE. Es decir, Londres necesitaría reinventar su tejido exportador en pocos años, lo que dure Trump, lo que no parece fácil.
Desde la perspectiva de EEUU las cosas no son mucho mejores para los intereses de Trump. Reino Unido es un socio irrelevante.
Solo el 4,9% de las exportaciones norteamericanas van al Reino Unido, cuatro veces menos que a la vieja Europa continental. Y ya se sabe que el comercio mundial —al menos entre iguales— se mueve bajo el principio de la reciprocidad: ¿Qué será de las multinacionales tecnológicas americanas en Europa si Trump impone aranceles?
Eso quiere decir que la alianza anglosajona tendría efectos muy limitados sobre el comercio mundial, ahora defendido por la China comunista (paradojas de la historia). Otra cosa sería que el mundo se volviera loco y empezara a levantar barreras comerciales o crear bloques regionales, lo que no parece creíble. La globalización ha avanzado tanto que hoy dar marcha atrás de forma radical sería la ruina para todos. Incluido EEUU.
Distinto es que el mundo tiene todavía pendiente un debate sobre las consecuencias de la globalización en las economías avanzadas que tienen que sufragar los altos costes del Estado de bienestar.
Y hay que agradecerle a Trump que haya situado el comercio mundial en el centro de las discusiones. Detrás de la demagogia hay mucha competencia desleal. Pero una cosa es comercio justo y otra la avaricia de las oligarquías que rodean al presidente de EEUU. Y que actúan, por supuesto, en nombre del pueblo. O de la gente, como se prefiera. A lo mejor es tiempo de volver a reivindicar la expresión ciudadanos.
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