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Adiós a la jornada de 8 horas ¿qué vendrá?

Adiós a la jornada de 8 horas ¿qué vendrá?

Suena como una revolución -¿será evolución?-, pero es insistente como se habla de poner término a la tradicional jornada de ocho horas, esta revolución afirma proporcionar mayor libertad al trabajador y mayor flexibilidad a la empresa, aunque el lado negativo en todo caso sería la precarización del empleo.

Una de las más recientes discusiones sobre el tema deja entrever esta agridulce paradoja. Se trata de una de las charlas de ‘Salon Talks’, que reúne a Micheal Woodward, experto en trabajo de ‘Psychology Today’, y a Courtney Spritzer, cofundadora de la agencia de ‘social media’ Socialfly. El primero no tiene ninguna duda: el final de la jornada convencional es toda una oportunidad.:

“La gente que en la universidad empiezan a trabajar de ‘freelance’ de repente piensan ‘puede que haya una opción mejor que encontrar un trabajo de nueve a cinco más convencional”.



Este último es un concepto que se repite a menudo: lo “convencional” como algo despectivo, sinónimo de “conservador”. En otras ocasiones, incluso se habla de “necesidad” por parte de los ‘millenials’, que son los que, en teoría, exigen esta nueva organización del tiempo. De lo que cabe poca duda es de que el proceso es irreversible, incluso aunque no se cumplan las previsiones enunciadas por Woodward en referencia a una investigación realizada por Intuit que aseguraba que el año 2020 el 40% de los puestos de trabajo estadounidenses serán cubiertos por autónomos.

Más reservas tiene, no obstante, su compañera empresaria, que reconoce que “hay una preocupación respecto a si pueden centrarse en un trabajo a tiempo completo”. Spritzer señala que las preguntas que hace siempre a sus candidatos es “¿por qué buscas un trabajo a tiempo completo?” y “¿vas a seguir teniendo esos otros trabajos si te contratamos?”

Toda una irónica paradoja: frente a una flexibilidad que en principio tenía el objetivo de adaptar el esfuerzo de la fuerza de trabajo a las necesidades empresariales, ahora las empresas empiezan a temer que la flexibilidad no sea otra cosa que dispersión y desvinculación.

Dejando aparte las múltiples implicaciones del final de la jornada convencional –de la perpetua inestabilidad a la extinción de los mandos intermedios pasando por la desaparición de la frontera entre trabajo y vida personal– hay otra realidad que, tarde o temprano, nos afectará a todos, y es convertirnos en los organizadores de nuestra jornada laboral. Lo explica Woodward, de manera positiva, en el vídeo: “Las empresas no quieren pagar por tu tiempo, sino por el valor que proporcionas”.



A simple vista, parece atractivo. Si podemos hacer el trabajo que normalmente desempeñamos en cinco horas en lugar de ocho y ahorrar el resto, eso que salimos ganando. Adiós, por lo tanto, al presentismo. También puede ocurrir lo opuesto, es decir, que tengamos que destinar más de ocho horas a alcanzar los objetivos. Hay otro factor del que apenas se habla, salvo (muy significativamente) en artículos sobre bienestar personal: compatibilizar varios trabajos (y con ellos, horarios, jefes y necesidades) obliga a gastar un tiempo adicional en organizarse. Un tiempo y esfuerzo que en el pasado era asumido por la empresa (y los cargos intermedios), ya que eran las encargadas de gestionar sus recursos, lo que ahora recae en el individuo.

Como explica en ‘Fast Company’ el dueño de una pequeña firma, su trabajo ya no consiste únicamente en trabajar, sino básicamente, en hacer encaje de bolillos con las 24 horas del día. “Algo que he aceptado sobre mi vida y trabajo es que soy básicamente un ‘coordinador’. Me siento como si pasase una parte importante de vida organizando cosas”, explica.

“Al principio me volvía loco. Pero ahora me doy cuenta de que una parte importante de mi vida consiste en encajar mi trabajo, mis hijos, mis amigos, mi novia, mi vida personal…” Se trata de un artículo escrito por Cali Williams Yost, responsable de Tweak It, una de esas organizaciones cuyo objetivo consiste, básicamente, en ayudar a las personas a organizarse.

Lo explica la propia experta. “La vida era más simple cuando trabajábamos de nueve a cinco en la misma oficina, los mismos días, y teníamos las tardes y los fines de semana para cuidar las otras partes de nuestra vida”, escribe en el artículo. “Hoy, la mayor parte de nosotros trabajamos desde diferentes lugares y en distintas zonas horarios y, si no tenemos cuidado, otras prioridades pueden echarse a perder”.

A pesar de que hay que realizar un “esfuerzo extra”, el discurso sobre las nuevas jornadas sigue vendiéndose como algo positivo (joven, flexible, innovador) ya que se adapta a las necesidades de las nuevas generaciones (que, por lo general, aún no tienen hijos ni padres de los que cuidar).

Lo que no queda tan claro es si habría podido hacer lo mismo de no tener 23 años o ser licenciado. Es como lo que explica un trabajador de (¿para?) Uber en un hilo de Reddit: “Conduzco día y noche. Lo disfruto. No trabajo de nueve a cinco. No me gusta que una alarma me despierte. Pero nunca me voy a casar o voy a tener mi propio hogar. Tienes que considerar cuáles son tus deseos de futuro. Familia y casa: de nueve a cinco. Si te gusta hacer tus cosas y no preocuparte por las deudas, Uber”.

Ese sea quizá lo que nadie cuenta de los nuevos horarios, que bajo su apariencia de juventud e innovación promueven ventajas tan solo para una parte muy pequeña de la población. Al fin y al cabo, la delimitación de la jornada laboral tenía un sentido muy claro, que era garantizar los derechos del individuo a disfrutar de su tiempo libre y desarrollar su vida personal y familiar.

elconfidencial.com/r3