LONDRES,- Las alternativas para la gran banca de inversión que da lustre a la City de Londres se ubica en Dublin como primera escala a su plan de contingencia si es que el Brexit provoca una diáspora obligada en sus estrategias inmediatas de negocio.
Entidades como JP Morgan, Citi o Goldman Sachs, entre otras, alientan la posibilidad de trasladar al menos una parte de sus actividades financieras a la capital de Irlanda como alternativa para mantener el pasaporte comunitario durante la etapa de transición que se abre tras el referéndum del pasado 23 de junio, que determinó la salida del Reino Unido de la Unión Europea.
“Brexit significa Brexit”, ha afirmado la ministra de Interior británica, Theresa May. Con la natural flema inglesa, la candidata mejor colocada en la carrera presidencial ha querido mostrar su sentimiento democrático, garantizando que el viejo imperio no se convertirá en una república bananera contra la decisión mayoritaria expresada por los ciudadanos. Por mucho que a ella le duela el resultado de las urnas, la gestión de la ruptura política con la Europa continental es un mandato para cualquiera que aspire a suceder a David Cameron.
Otra cosa es el modo y manera en que esa obligación se materializa, el tiempo que tarda en ejecutarse y las derivadas que pueden manejarse para consolidar la sensación de un arrepentimiento que empieza a germinar en el país.
Sobre esta misma base, la que dentro del Reino Unido adquiere carta de naturaleza con el apelativo del Bregret, los principales inquilinos de la City londinense han cerrado filas para alentar el ‘regret’ o remordimiento de los políticos, que ahora deberán hacer de la necesidad virtud y elevar su misión al estado del arte para paliar los desperfectos de la gran avería. Los bancos de inversión extranjeros que vienen haciendo las delicias de Londres desde los tiempos de Margaret Thatcher confían en que la cordura diplomática se impondrá a poco, y que el Reino Unido y Europa comprendan los efectos perniciosos que supone para todos la pérdida de un centro financiero neurálgico en el Viejo Continente.
De la misma manera que Estados Unidos mira con orgullo a la ‘meca’ genuina de los negocios situada en Wall Street, o Asia adora desde Hong Kong a su particular y cada vez mejor cebado becerro de oro. Para Europa, el paraíso situado en Londres no es exportable a ninguna de las grandes capitales continentales, entre otras razones porque son varias y diversas las aspirantes que, desde París a Fráncfort, suspiran por hacerse acreedoras a los despojos.
Hasta el ministro de Economía, Luis de Guindos, ha aprovechado su viaje a Estrasburgo para discutir del déficit estatal con las autoridades comunitarias y ha realizado una pequeña escala en la capital londinense en busca de algún turismo financiero de ocasión con destino a España.
El Brexit conduce de manera inexorable a una disgregación de la estructura de negocios, asentada en las tres últimas décadas en la City gracias al blindaje legislativo contra cualquier tentación burocrática que pueda frenar las iniciativas empresariales. La falta de regulación que desmonta la llamada ‘red tape’ o cinta roja, bajo la que se amontonan los expedientes administrativos, ha promovido una cultura que no será fácil de improvisar en el resto de Europa, sobre todo si existen varios polos industriales que se reparten las múltiples actividades desarrolladas en el sistema financiero internacional.
Ni Francia ni Alemania garantizan un marco legislativo que pueda competir con la capital británica, de ahí que Londres haya sido hasta ahora el centro exclusivo de peregrinación que atrae a los feligreses de la más pura doctrina liberal de mercado.
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