NUEVA YORK,- Invariablemente a través del tiempo siempre ha escuchado de abuelos a padres sobre la necesidad de ahorrar pensando en un futuro escabroso. La mayoría de los enseñanzas gravitan sobre el dinero, sobre como ahorrarlo pero también gastarlo.
Padres, profesores, los libros de finanzas personales aconsejan sobre la forma de atesorar el dinero, conservarlo, aumentarlo y controlarlo, El ahorro se cifra en aumentarlo, en buscar maneras para ir creando un colchón, mientras más grande mejor. Al fin la meta es tener la mayor cantidad posible.
En contraste, gastar dinero se describe como presupuestar o hacer recortes. Incluso nos dicen que deberíamos crear hábitos para que gastar sea algo doloroso, como destrozar tarjetas de crédito y llevar solo efectivo. No deberíamos sentirnos bien al gastar dinero.
Desde que tengo memoria, así es como he definido esos dos conceptos: ahorrar es bueno y gastar es malo.
Pero en determinado momento hice un cambio sutil en mi forma de pensar. ¿Y si empezamos a tratar el dinero como una herramienta? Las herramientas deben usarse. No están hechas para guardarse en un estante y llenarse de polvo. En vez de pensar en términos de ahorrar y gastar dinero, comencé a pensar en usarlo.
Digamos que hemos decidido, por ejemplo, que es hora de viajar en familia. Ahorramos dinero y el viaje encaja perfectamente con nuestros planes. Cuando llegue la hora de utilizar ese dinero, no hay necesidad de sentirse culpable. En vez de eso, estamos usando una herramienta que nos ayuda a obtener algo que valoramos: tiempo con nuestra familia.
Este cambio de mentalidad es sutil, pero sí transforma nuestros sentimientos acerca de ahorrar y gastar. Ya no necesitamos pensar en términos como bueno y malo, positivo o negativo. Nos enfocamos en el resultado de nuestras acciones.
El dinero está hecho para utilizarse, para estar en movimiento. Circula de nosotros a otras personas y después de vuelta a nosotros. Incluso cuando ahorramos dinero, simplemente estamos almacenándolo para utilizarlo después. Si usamos dinero hoy, no estamos gastándolo ni desperdiciándolo. Estamos utilizando la mejor herramienta disponible para obtener resultados.
Mi experiencia sugiere que este pequeño cambio transforma nuestra forma de sentir y hablar de los gastos. Desde luego, el cambio no nos da permiso de tirar por la borda el presupuesto ni de ignorar nuestros planes. Sin embargo, delimita claramente las emociones negativas que nos han enseñado a sentir en torno a gastar dinero.
No nos sentimos mal cuando utilizamos un martillo para clavar un clavo. No debemos sentirnos mal cuando utilizamos dinero para cumplir nuestros planes y metas.
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