NIZA, Francia.- Las acusaciones de racismo en su contra no parecen hacer mella en el ánimo de la candidata de extrema derecha en la elección presidencial francesa, Marine Le Pen quien intenta convencer tanto a conservadores como a electores de la izquierda radical en una estrategia de «desdiabolización» del Frente Nacional.
«El Frente Nacional no es un partido normal», considera Jacques Villain, un jubilado residente en Niza (sur).
Villain votó por el conservador François Fillon en la primera vuelta y se declara dispuesto a votar por el proeuropeo y socioliberal Emmanuel Macron en la segunda, el 7 de mayo. No por convicción, sino por deber.
«Esto me trae malos recuerdos», agrega Villain, aludiendo a la Francia colaboracionista bajo la ocupación alemana (1940-944) que Jean-Marie Le Pen, fundador del partido y padre de Marine, nunca ha denunciado.
Las sombras del pasado son tenaces. El perfil del nuevo presidente de la formación, Jean-François Jakh, vilipendiado por sus declaraciones negacionistas, causó tal revuelo que el partido tuvo que destituirlo cinco días después de su nombramiento.
El desafío de la ultraderecha para ganar la segunda vuelta de las presidenciales, el próximo 7 de mayo, es conseguir romper con el tradicional frente que forma la izquierda y la derecha para cortarle el paso.
Entregándose a su estrategia de «desdiabolización», Marine Le Pen, al mando del Frente Nacional desde 2011, ha marcado distancias con su padre y con la cultura histórica del partido, antisemita y negacionista.
Sin embargo, antes de la primera vuelta se negó a reconocer la responsabilidad de Francia en la redada de más de 13.000 judíos el 16 de julio de 1942 en París.
«¡Fuera…fuera»!
De momento, sólo un cuarto de los electores del candidato conservador Fillon y únicamente el 16% de quienes votaron por el candidato de izquierda radical Jean-Luc Mélenchon en la primera vuelta piensan votarle a ella el 7 de mayo, según un sondeo de Ifop-Fiducial publicado el jueves.
Con este panorama, Le Pen no conseguiría vencer al centrista proeuropeo Emmanuel Macron, a quien las encuestas dan por ganador (59% para él, 41% para ella). El 23 de abril, cuando tuvo lugar la primera vuelta, Le Pen no consiguió hacer del FN el primer partido de Francia, quedando en segundo puesto con el 21,03% de los votos, frente al 24,1% de su rival.
Para ganar terreno, Marine Le Pen también juega la baza del antimundialismo y el anticapitalismo de Jean-Luc Mélenchon, con la esperanza de conseguir convencer a parte del 19,6% del electorado que se decantó por él en la primera vuelta.
El viernes, la candidata instó a «bloquear a Emmanuel Macron». «Es lo más importante que está en juego ahora mismo. Dejemos las disputas y las divergencias a un lado», declaró Le Pen en un video publicado en su cuenta de Twitter.
La víspera, en un mitin en Niza, ya le había tendido la mano a la izquierda radical. «Le digo a los franceses: ¡Fuera’!», lanzó Le Pen, recurriendo a una expresión muy utilizada por el movimiento Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon para pedir la eliminación de los barones políticos en las primarias y de los grandes partidos tradicionales en la primera vuelta.
Un día antes, en el norte, Le Pen se presentó como la candidata de los «obreros» y de los «trabajadores» en una visita sorpresa a la fábrica Whirlpool, amenazada con ser trasladada a Polonia.
Ni una palabra sobre el euro
Desde la primera vuelta está planteando la segunda como «un referéndum a favor o en contra de Francia», sin mencionar «la soberanía monetaria» ni la salida del euro, un proyecto que preocupa a tres franceses de cada cuatro.
Además, el discurso antiinmigrantes del Frente Nacional provoca un gran rechazo en la izquierda. «¡Con Le Pen, hay comentarios sobre la inmigración, la seguridad, con los que no estoy de acuerdo!», apunta Marina Campana, una estudiante de 19 años y partidaria de la izquierda radical, en Niza, antes del mitin de Le Pen.
¿Sabrá superar el reto de presentar una candidatura «normal», de una formación «recomendable» para los electores, principalmente los conservadores?
Estos últimos «quieren un cambio pero tampoco quieren que se ponga todo patas arriba», apunta el demógrafo e historiador Hervé Le Bras, subrayando que su puntuación en la primera vuelta tampoco constituye un «maremoto»
afp/r3