WASHINGTON,- El hecho de que Estados Unidos se abstuviera en la votación de la Asamblea General de Naciones Unidas, que cada año condena el embargo estadounidense hacia la isla, aunque -en apariencia- EEUU no apoye su propia ley, pero tampoco el gobierno de Obama lo respalda, como tampoco lo elimina.

Fue en enero de 2015 que Obama solicitó del Congreso pusiera término al embargo contra Cuba y la frase » cuando algo no funciona en 50 años, es hora de probar algo nuevo», enfatizó como parte de su alocución. Luego la siguiente mentira: «este año el Congreso debería iniciar el trabajo para poner término al embargo».

Pero a tres meses de terminar su mandato, el embargo está lejos de llegar a su fin. Transcurrió medio siglo de enemistad antes de restablecer relaciones diplomáticas, se restablecieron vuelos comerciales y cruceros a Cuba, Cuba fue retirada de la lista de países patrocinadores del terrorismo, sin embargo solo el Capitolio es capaz de tomar medidas ejecutivas pues se trata de una ley, de hecho son seis y es la mayoría republicana en ambas cámaras del Capitolio, que mantienen su actitud.

El escollo por tanto no es fácil de eliminarlo.  En el Congreso hay un grupo de férreos defensores de esta medida histórica, en particular dos pesos pesados del Senado como Robert Menéndez, demócrata de Nueva Jersey, y Marco Rubio, republicano de Florida. Ambos tienen ascendencia cubana y ambos han sido figuras importantes en el Comité de Relaciones Exteriores de esa cámara, que juega un rol fundamental a la hora de tomar decisiones de política internacional.

Su peso hace pensar que es poco probable que el Congreso avance hacia la eliminación total del embargo, pero su oposición no significa que el gobierno de Barack Obama no continúe teniendo una influencia considerable para que los efectos del embargo se reduzcan.

Aunque se requiere una acción por parte del Congreso para levantar formalmente las sanciones, el presidente tiene poderes significativos a su disposición para hacer que las restricciones comerciales y de viajes, por ejemplo, pierdan fuerza. Mientras el Congreso esté en manos republicanas, es difícil que se levante el embargo.

Pero si en la próxima elección esta balanza de poder se girara al lado demócrata, entonces el escenario sería otro.

En Estados Unidos hay crecientes voces que abogan por el fin del embargo y que tienen el potencial de ayudar a abonar el terreno para una eventual decisión en ese sentido.

La actual candidata a las elecciones presidenciales, Hillary Clinton, argumentó en su biografía Hard Choices (Elecciones difíciles) y en entrevistas que las restricciones no responden a los intereses estadounidenses actuales ni a promover el cambio en la isla caribeña.

Además, 44 ex altos funcionarios del gobierno de Estados Unidos, empresarios e intelectuales enviaron en 2014 una carta abierta al presidente Barack Obama pidiéndole que suavice su política hacia Cuba.

Y según una encuesta del centro Pew en 2015, una mayoría de los estadounidenses, el 54%, tenía una visión favorable sobre la isla, el 73% aprobaba el restablecimiento de relaciones y una amplia mayoría, el 72%, también apoyaba el fin del embargo hacia Cuba.

La norma penaliza a las empresas estadounidenses que realicen negocios con la isla y establece que las sanciones sólo pueden ser levantadas si se cumplen algunas condiciones que incluyen la salida de Fidel y de Raúl Castro del poder, el establecimiento de elecciones libres, de la libertad de prensa y la liberación de todos los presos políticos.
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