Al analizar la personalidad de la mayoría de los integrantes de la Asamblea Constituyente de, hasta hace algunos años, “La Muy Noble y Leal Ciudad de México”, fue inevitable la comparación con los autores de la Constitución de 1917.
Las diferencias entre unos y otros resultaron abismales y, peor aun, si revertimos las manecillas del reloj de la historia y los confrontamos con quienes redactaron la Carta Magna de 1857.
¡Cuánta degradación política! ¿Qué nos sucedió cuando, en lugar de evolucionar, involucionamos con una inercia suicida hacia el desastre? ¿A quién culpar de la existencia de 50 millones de mexicanos en la pobreza y de 16 millones se encuentran sepultados en la miseria extrema?
¿A quién responsabilizar que México sea un país de reprobados? ¿Cómo explicarnos la pavorosa destrucción ética de la inmensa mayoría de los integrantes del los 3 poderes de la Unión y de las correspondientes entidades federativas?
¿Qué nos pasó? ¿Cuándo no extraviamos? ¿Quién nos robó la brújula de la mexicaneidad y del honor? ¿Dónde están los ínclitos hombres de la reforma liberal del siglo XIX? ¿Qué le diría un Ponciano Arriaga a un Duarte, exgobernador prófugo de Veracruz? ¿Y un careo entre Juárez, el Padre de la Patria, el Benemérito de las Américas, el ilustre defensor de la República, si conversara con Borge, de Quintana Roo? Don Benito utilizaría, una y mil veces, el Cerro de las Campanas y pasaría por las armas a los criminales de cuello blanco que dispusieron ilícitamente del tesoro público. ¡Claro que son traidores a la patria!
Con independencia de cualquier criterio ético, me pregunto ¿para qué quieren cientos de millones de dólares robados si solo pueden comer 3 veces al día…? Saben que su patrimonio es robado, que sus hijos, sus esposas y sus amantes disfrutan bienes robados, que viajan con dinero robado, comen con dinero robado y se visten con dinero robado.
Las familias de los políticos son conscientes que el jefe de familia, un auténtico delincuente, jamás tuvo una empresa, ni un despacho ni una industria o comercio y, sin embargo, ostentan y disfrutan una riqueza originada en el hurto, por lo que, en lugar de familias, son pandillas, al ser cómplices del peculado. Los aliados de los presupuestívoros también deben ser encarcelados, ¿no? ¿No es buena idea recluir en prisiones a dichas pandillas? ¡Cuánto alborozo popular!
Un burócrata, de cualquier nivel, dedicado a robar, está demostrando su incapacidad para construir un patrimonio con talento y dignidad. Confiesa por la vía de los hechos que son, por lo menos, tontos, al igual que el violador acepta, entre otros justificados calificativos, ser un inútil desde que no puede seducir a una mujer para disfrutar las mieles del amor, por lo que se ve obligado a recurrir a la violencia.
Estos execrables sujetos deshumanizados, administradores del tesoro público, no se duelen al constatar la miseria en Veracruz o Oaxaca o Puebla, sino que todavía le quitan a quienes carecen ya hasta de esperanza… ¿Cuándo se convirtieron estos hombres en gusanos devoradores de la carroña?
¿Por qué se transformaron los personajes de la reforma, constructores de gobiernos dignos y eficaces, en meras pandillas, amenazas públicas? ¿En qué momento y por qué se pudrió México sin percatarnos que 50 millones de mexicanos en la pobreza constituyen 50 millones de pavorosas bomba de tiempo…? ¡Horror! ¿La sociedad es inocente?
Francisco Martín Moreno