Cuando Trump declaró la semana pasada aquello de “estamos protegidos por Dios”, recordé al presidente James K. Polk de Estados Unidos, el bárbaro mutilador de México, cuando en 1846 sentenció, en su informe al congreso: “Ningún país ha sido más favorecido ni debe reconocer con más profunda deferencia las manifestaciones de la protección divina. Un Creador lleno de sabiduría nos ha dirigido y protegido en nuestra lucha inicial por la libertad y ha vigilado constantemente nuestros notables progresos hasta que nos hemos convertido en una de las grandes naciones de la tierra.”
O sea, Polk y Trump, grandes enemigos de México, se consideraban hijos privilegiados de la Divina Providencia, la que inspiró el catastrófico Destino Manifiesto de terribles consecuencias para el mundo.
Polk, un presidente impopular, el primer candidato desconocido en la historia de ese puesto, se manifestó durante la campaña electoral a favor de una política anexionista a cargo de México. La ciudadanía votó por él y lo condujo a la Casa Blanca para ejecutar sus planes antimexicanos, objetivo que cumplió al habernos robado más de la mitad del país en una injustificada agresión militar.
Cuando el 25 de abril de 1846 se dio la primera escaramuza militar entre ambos países, Polk mintió al declarar ante el congreso: “sangre norteamericana se ha derramado en suelo norteamericano”, aún cuando dos semanas antes, los Estados Unidos habían cometido el primer acto de guerra contra México. ¿Por qué mintió? Porque después de la anexión artera de “Tejas” a Estados Unidos, la frontera era el río Nueces y jamás el río Bravo. ¿Dónde se dio la escaramuza? Al sur del río Nueces, es decir, en territorio mexicano, pero el congreso deglutió el embuste con las consecuencias bien conocidas. Trump también mintió cuando dijo que los inmigrantes mexicanos eran “violadores, criminales y ladrones que llegaban a robar los puestos de trabajo.” ¿Parecidos…?
Cuando en diciembre de 1847 un grupo de “perínclitos” mexicanos le comunicó a Winfield Scott, general en Jefe del ejército invasor, quien ya despachaba en Palacio Nacional, su deseo de solicitar a Polk la anexión total de México a EEUU y no solo los territorios norteños, sobre la base de “all Mexico”, el Jefe de la Casa Blanca descartó dicha propuesta con el argumento que en México existían 6 millones de indígenas que se traducirían en plomo sobre las poderosas alas del águila norteamericana, por lo que semejante propósito resultaba inejecutable…
¿Qué hace Trump con los mexicanos de nuestros días? Construye el muro que Mr.Polk hubiera edificado gustoso…
¿Por qué no existió un Benito Juárez que enfrentara a Polk, un hombre a la altura de las terribles circunstancias, en lugar de un Santa Anna, un político cínico, frívolo, corrupto, acomplejado, ignorante, incapaz de cumplir su palabra, un narcisista patéticamente enamorado de sí mismo y que nunca logró ganar una batalla más que las publicitarias, un irresponsable que siempre delegó la “marcha” del gobierno y hasta llegó a casarse por poder? Santa Anna, un presidente venal, un traidor, mandó a Alejandro Atocha a negociar con Polk, a Washington, la derrota mexicana a cambio de 30 millones de dólares.
¿Una curiosidad histórica? Tanto Polk como Santa Anna murieron víctimas de ataques de diarrea, sí, pero ambos dejaron un México destruido, escéptico y traumatizado…