El jaguar, el borrego cimarrón o el berrendo sonorense tienen mucho que perder si Donald Trump o cualquier gobierno levanta un muro en su hábitat, ubicado en la frontera entre México y Estados Unido.
«Cuidado, cruce de fauna», advierte un cartel en pleno desierto, entre cactus y arbustos, junto a la carretera que conduce a la fronteriza ciudad de Sonoyta, en el noroeste mexicano.
Venados, ocelotes, coyotes, berrendos, gatos monteses o lobos cruzan constantemente esta vía que bordea el límite entre México y Estados Unidos, en una zona ecológica protegida por ambos gobiernos.
Al norte, en la estadounidense Arizona, se encuentra el Cabeza Prieta National Wildlife Refuge, y al sur, en la mexicana Sonora, la Reserva de la Biosfera El Pinacate y Gran Desierto de Altar, declarada por la Unesco patrimonio de la humanidad.
Estos santuarios comprenden 90 km de los más de 3,000 que forman la frontera y, contrariamente a otros tramos, no tienen valla metálica.
Solo hay un sencillo cerco que «fue diseñado especialmente para no lastimar a la fauna, para que no tuviera problema para cruzar», explica a la AFP Miguel Ángel Grageda, responsable de recursos naturales de El Pinacate.
Pero en este lugar, como en otras áreas protegidas de la frontera, el presidente estadounidense Donald Trump prometió levantar un gran muro de cemento contra indocumentados y narcotraficantes, sus llamados «bad hombres».
Según expertos, esta barrera podría provocar la desaparición de flora y fauna.
Problemas genéticos por separación
En esta zona donde la temperatura alcanza los 55°C las lluvias son cada vez más escasas, lo que obliga a los animales a recorrer grandes distancias más allá de la frontera en busca de agua, alimento y refugio, explica Grageda.
Grandes mamíferos endémicos y en peligro de extinción como el berrendo sonorense, de pelaje color miel, y el borrego cimarrón, con cuernos en espiral, serían los primeros en sufrir las consecuencias de un muro.
«Si pones un muro fronterizo gigante en medio de su hábitat, se cortaría el flujo migratorio para algunas especies, lo que les impediría recolonizar» su territorio, advierte Aaron Flesch, experto de la Universidad de Arizona.
Bloquear el paso de los animales supondría además el paulatino empobrecimiento de su diversidad genética.
«Si dividimos la población en dos, van a empezar a haber cruzas entre parientes (…) Podríamos tener más adelante problemas de consanguinidad», alerta Grageda.
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