Imagen: AFP
- Más allá de la pandemia por Covid-19, paramédicos mexicanos viven estresantes jornadas para cuidar la salud de sus compatriotas.
- Les esperan situaciones de muerte y violencia que estremecen sus jornadas.
- «Fui socorrista, rescatista, paramédico, operador de vehículos de emergencia, todo para acompañar a la gente en los momentos más críticos», dice Jorge.
Al caer la noche, un grupo de paramédicos mexicanos está alerta a las llamadas de auxilio de enfermos de covid-19 cerca de Ciudad de México. Pero no es lo único.
Les esperan situaciones de muerte y violencia que estremecen sus jornadas.
Un mensaje de WhatsApp activa a Jorge Lino, de 52 años, y a Hugo Cruz, de 40, que acuden al llamado de una familia en Nezahualcóyotl, uno de los municipios más afectados por la pandemia con 602 muertes y 3.617 contagios.
Jorge, con tres décadas de experiencia, ingresa a la vivienda donde una anciana rodeada de imágenes religiosas yace en la cama.
Con voz serena confirma lo que sus familiares temían: está muerta.
Diabética, la mujer tenía síntomas del nuevo coronavirus. De los 29.189 fallecidos por covid-19 en México, unos 10.500 lidiaban con la diabetes, según cifras oficiales.
Covid letal, paramédicos mexicanos hacen frente a la enfermedad
Afligida, la familia le pide a Jorge revisar al anciano padre, aislado en otra habitación con fiebre, dificultades para respirar e incapacidad de movimiento.
Por la premura con que salió, el camillero solo porta tapabocas y guantes. Pero aun así se sienta al borde de la cama para reanimarlo.
Entonces aconseja a la familia llevarlo a un hospital de Ciudad de México, donde -según el gobierno- la ocupación es de 56% y tiene asegurada una cama con respirador.
Jorge cuenta que su vocación de servicio floreció en la niñez.
«Fui socorrista, rescatista, paramédico, operador de vehículos de emergencia, todo para acompañar a la gente en los momentos más críticos», dice a la AFP.
Tras esta misión lo espera una joven embarazada, en crisis nerviosa por una discusión familiar.
Cuarentena violenta
De madrugada, los paramédicos Mydori Carmona, de 38 años, y Sergio Villafan, de 24, acuden a una casa humilde donde un hombre presuntamente drogado golpeó brutalmente a su madre e intentó clavarse un cuchillo en el pecho.
La víctima ya había sido recogida por la Cruz Roja; el agresor, de unos 40 años, fue atendido por Sergio y Mydori, quienes cuentan que los llamados por violencia doméstica aumentaron durante la cuarentena.
Según el gobierno, en mayo se registraron 16.057 casos de violencia intrafamiliar, de los 85.445 reportados este año.
Afuera de la vivienda, una decena de vecinos se alista para darle una reprimenda al agresor.
«¡Poco hombre! ¡Eso en el barrio no se tolera!», grita un furibundo, mientras dos policías conducen al acusado a la patrulla.
En el zaguán, formados a lado y lado, los justicieros arremeten con puños y patadas. «¡Ya estuvo! ¡Suficiente! ¡En la cara no, no nos lo va a recibir el juez!», vocifera un oficial.
La pareja de enfermeros ya no podía hacer más. Solo volver a la ambulancia y atender el próximo caso, el arrollamiento de un indigente.
«La pandemia tendría que ser una gran oportunidad para valorar los momentos en familia, lo que somos, vivimos y tenemos. ¡Es una lástima que no sea así!», lamenta Mydori.
La covid-19 deja además en México -de 127 millones de habitantes- 238.511 infectados.
«Se va a morir», la triste noticia que paramédicos mexicanos tienen que dar
Es casi medianoche y la luz de la sirena ilumina las calles por donde Emma Velázquez, de 42 años, y Jorge Sholndick, de 29, se dirigen a una modesta casa.
Emma, rolliza y con cabello corto, camina por un callejón cuando la intercepta una desesperada anciana, quien llorando le dice que llamó porque se siente desvanecer.
Jorge se apresura y detecta fuertes cambios de presión en la mujer, a quien pregunta si alguien puede acompañarla al hospital. Pero solo está con sus nietos: un bebé y otro de seis años.
Su hija trabaja de noche para una empresa de seguridad privada.
El paramédico la estabiliza y le sugiere trasladarla, pero la abuela se niega. Resignado, camina hacia la ambulancia, donde Emma lo espera. Entonces, con mirada triste, vaticina: «se va a morir».