VILLAHERMOSA,- No obstante la irrupción de estéticas y tiendas departamentales, son oficios de extinción; la destreza de sus manos, la entrega y conocimiento de su oficio mantiene vigentes la labor de peluqueros y sastres en Tabasco. Los protagonistas del uso de tijeras y otros instrumentos señalaron que sus actividades se sustentan en el gusto o en los costos de sus servicios, sin embargo, han visto reducirse el número de establecimientos y clientes desde hace tres décadas.
Natividad Reyes Pozo, con 68 años de edad, señaló que comenzó desde niño a participar en el mundo de las peluquerías, que eran, hace más de 50 años, los únicos establecimientos donde acudían los hombres a cortarse el cabello o la barba, donde también llevaban a sus hijos.
“Empecé en un negocio del ramo ubicado abajo del hotel Buenos Aires, en el centro de Villahermosa; ahí comencé a limpiar los baños, los espejos y vendía billetes de lotería, hasta que me empezaron a dar oportunidad de cortar el pelo”.
Recordó que su padre, quien elaboraba y vendía queso panela, además de trabajar la caña de azúcar, le enseñó esa labor, pero a él, le gustó más convertirse en peluquero.
“De chamaco aprendí y me fui con otros maestros peluqueros a la Peluquería Tabasco, que estaba por el cine Sheba (frente al río Grijalva, cerca de Plaza de Armas); ahí estuve ocho años”, señaló. Desde entonces, recordó, pasó por varios establecimientos hasta que en 1999 tramitó un local dentro del Mercado La Sierra y desde entonces se independizó.
Refirió que el sillón hidráulico, característico de las antiguas peluquerías, le fue otorgado por su último empleador en el negocio denominado Vichurria, en pago por haber laborado allí durante 10 años.
Actualmente, en su peluquería, nombrada Benjamín, cobra entre 30 y 40 pesos por corte de cabello.
Comentó que la navaja de afeitar, que antes se afilaba en correa de cuero, ya no se utiliza “desde que vino el Sida -virus de inmunodeficiencia humana (VIH)- ; ahora se usan navajas desechables”.
Reyes Pozo consideró que la aparición de estéticas, que primero comenzaron para atender a mujeres, pero después también para hombres, generó una menor actividad en las peluquerías. Añadió que “a veces la gente no trae mucho dinero, pero como decía el finado Vichurria: no lo dejes ir”.
De este tipo de establecimientos, mencionó, ya quedan pocos en la ciudad, pero en los mercados públicos es más probable hallarlos.
Por otro lado, en cuanto a la labor del sastre, Melvin Cano González, cuyo trabajo final en una prenda de calidad, apuntó que es la mejor recomendación para ellos, no importa si se trabaja en su propio local o en su casa.
“El negocio se acredita solo. Si es un buen sastre la gente lo va a buscar; si es malo, ya no vuelve a regresar el cliente”, mencionó mientras laboraba al interior de su sastrería La Principal. Platicó que con 17 años de edad y tras haber aprendido lo básico de su padre, que también era sastre, puso su negocio en el mercado La Sierra y ahí sigue.
“Tengo 44 años. En la preparatoria aproveché la materia de geometría, porque aquí se usa mucho, así como las unidades métricas”, aseveró al apuntar que su trabajo se enfoca más a las prendas masculinas, “desde una bermuda hasta un traje”.
Pero también elabora prendas para dama como faldas, blusas, chalecos o sacos, aunque reconoció que en una sastrería sí es un poco más caro que adquirir la ropa en una tienda departamental “porque ellos compran en volumen, pero a veces no le quedan bien”, a las personas.
“Cada vez hay menos sastrerías en la ciudad y no hay mucha competencia ya”, refirió, “porque a veces la gente no tiene para tantas cosas y en otros lados pueden comprar a crédito”.
Rodeado de tergales, poliéster, telas de algodón o de lino, Cano González puntualizó que tiene clientes que desde hace 20 años prefieren sus servicios, “porque nosotros hacemos la ropa a la medida, hasta que queda a su gusto”.
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