NUEVA YORK, Estados Unidos.- Todos ríen, abundan las falsas partidas y los sonajeros están autorizados: es la carrera de los bebés, que cada año reúne en Manhattan a una treintena de querubines que deben cruzar una alfombra de 10 m2 bajo los gritos alentadores de sus padres.
Hay una sola y única regla: todo intento de pararse termina en descalificación, lo cual prohíbe implícitamente la participación de todo competidor de más de dos años.
Para el resto, todo está permitido, o casi: chupete en la boca, sonajeros o teléfonos celulares agitados por la familia para atraer la atención, una palmada en el trasero acolchonado por el pañal para relanzar al bebé que duda, alientos bajo todas sus formas, incluido mamaderas y dulces que los esperan en la línea de llegada.
No hay cronómetro. El tiempo necesario para franquear los tres metros de distancia es imprevisible para estos regordetes competidores que visten bodis verdes numerados.
Un bebé se lanza rápido antes de detenerse súbitamente, a medio camino, para estudiar a la multitud armada de teléfonos inteligentes que lo rodea por todos lados. Otro estalla en lágrimas. Un tercero parte en el sentido opuesto.
Los padres, listos para empujar a sus queridos bebés en la pista instalada en el primer piso de un hotel de Manhattan -el mismo que recibió a los votantes de Donald Trump durante el anuncio de su triunfo en noviembre pasado-, son jóvenes y participan este año en el triatlón de Nueva York, que se celebra el domingo, o lo han hecho en ediciones anteriores. Sus organizadores concibieron hace siete años este insólito «derby de los bebés».
La mayoría buscan fotos y recuerdos originales, más que el trofeo en forma de pañal reservado al ganador.
Tamara Cacchione, venida del norte del estado de Nueva York con su marido, los abuelos, un tío y una tía, hizo escuchar a su pequeña Maya, de nueve meses, música con mucho ritmo «para energizarla» antes de la carrera.
Una de sus inquietudes: que Maya, que «adora a los otros niños», se deje distraer y se detenga «para abrazar a los otros bebés».
Pero Tamara se burla del resultado final. Como muchas madres, piensa a largo plazo. Será algo divertido para contarle», dice. «Quizás cuando sea grande o cuando ella misma tenga hijos podré mostrarle lo que hizo».
Kimi Mei, de Brooklyn, reconoce haber «entrenado un poco» a su hijo Hunter, de 10 meses, llevándolo al parque para gatear contra otro bebé. Hunter también inició una carrera de modelo, y ya tiene en su haber cinco sesiones de fotos para grandes marcas.
«Traje mi arma secreta», confiesa Mei. «Un control remoto con el cual no está habituado a jugar», y que ella encenderá desde la línea de llegada con la esperanza de que tenga ganas de atraparlo.
Chris Kennel, que llegó desde el estado de Georgia para el triatlón del domingo, quiere que su hijo Carson, de casi un año, sea un deportista y «tenga la oportunidad de ganar su primera carrera».
Todos se inclinarán al final delante de la pequeña Brooke, de 11 meses, venida de Dallas, Texas, que sin ningún entrenamiento particular salió disparada hacia la línea de llegada, cabeza gacha, a toda velocidad.
«Simplemente adora pasearse por todos lados», dice su madre, Kristy Bender, mientras Brooke, en sus brazos, no dice nada, ocupada en babear el micrófono colocado frente a su nariz.
Con información de AFP.