Cuando vamos por la calle o en el sitio de trabajo y encontramos a alguien conocido preguntamos ¿Cómo estás? La respuesta parece fluir de forma sencilla en términos de ¡estoy bien! O ¡me siento feliz! Respuestas casi triviales que se componen de muchas otras no enunciadas: certeza de tener un ingreso mínimo para satisfacer necesidades básicas, garantía de una casa, poseer salud, lograr la concreción de algunas metas, estabilidad y otro tipo de indicadores que van más a lo subjetivo como amor, satisfacción con la vida, etc. Hay indicadores que agregan indicadores individuales y pueden explicar qué situación vive un país en promedio respecto diversas variables como el Producto Interno Bruto (PIB), nivel de empleo, productividad, educación promedio, esperanza de vida, etc.
Cabe entonces la pregunta entre países ¿cómo nos va como sociedad, como país? Hay al menos, dos maneras de responder; la primera que refleja indicadores de nivel de vida como las mencionadas que son de carácter económico y no incluye dimensiones como lo ambiental, la salud o el entorno psicosocial. O bien, una segunda, que reflejaría lo que el individuo puede responder para sí, un estado de bienestar total para el cual poseer un alto nivel de vida es una condición insuficiente pues tiene como fundamento la perspectiva integral del ser humano. Entonces para establecer la política social se debe especificar cuál es el objetivo del gobierno en términos sociales: elevar estrictamente las condiciones materiales de vida de su población o mejorar el desarrollo integrado de los individuos.
¿Se pueden diseñar políticas para que una población sea más feliz? Contar con una medida de felicidad es un buen principio para conseguir este fin.
A inicios de los setenta en Bután, su Rey propuso otra manera de medir el bienestar de su pueblo con un concepto como la Felicidad Nacional Bruta (FNB) más aplicado a la tradición y a la economía de su país, dado que el PIB como única variable integradora de bienestar no se ajustaba con sus valores idiosincráticos de la tradición de su país, donde además su principal religión es el budismo. Contrario a perspectivas económicas dominantes que objetivan el crecimiento económico como variable fundamental, el concepto de Índice de FNB se basa en que el verdadero desarrollo de la sociedad se encuentra en la complementariedad del desarrollo material y espiritual. Los teóricos de la FNB consideran con mayor ponderación valores subjetivos como el bienestar que valores objetivos como el consumo.
Los ejes que rigen este indicador que mide la felicidad y el bienestar son: promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, preservación y promoción de valores culturales, conservación del medio ambiente y el establecimiento de un buen gobierno. Desde 2008 Bután cuenta el Índice de Felicidad Nacional Bruta que considera nueve indicadores: Bienestar psicológico, uso del tiempo, vitalidad social y comunitaria, diversidad cultural y resiliencia, salud, educación, diversidad ecológica y resiliencia, estándares de vida y buen gobierno. Tras casi 10 años de medición y de políticas encaminadas a lograr en mayor bienestar en el sentido más amplio, obtiene reveses en algunos de sus indicadores es que la tasa de desempleo juvenil ronda el 7,3% y la deuda externa ha subido hasta cerca del 90% del PIB, los resultados positivos que parece reafirman la posición de su política es que 78% de sus habitantes se reporta entre feliz e intensamente feliz.
Siguiendo muy de cerca este enfoque se desarrolla un indicador más estandarizado que aplica para cualquier país, el Informe Mundial de la Felicidad (IMF), a casi cuatro años de su primera publicación 2012. Su objetivo central es lograr con fundamentos científicos medir el bienestar subjetivo. Se trata un mapeo de la felicidad y hace evaluaciones de vida entre los países de todo el mundo, asimismo plantea nuevos retos para conseguir incorporar con más detalle la desigualdad de felicidad.
Este indicador se evalúa en términos de seis variables clave: PIB per cápita, el apoyo social, la esperanza de vida saludable, libertad para tomar decisiones en la vida, la generosidad y la libertad de corrupción. En resultados agregados por región se encuentra a América del Norte como la región con población más feliz con un IMF de 7.12, seguido muy cercanamente por 6.58 pese a cualquier desacuerdo que podamos expresar dados los cuestionamientos continuos a los malos gobiernos, en particular de América Latina. En contraposición, la región con población menos feliz África Subsahariana con 4.37, evidentemente el indicador que los ubica ahí con más fuerza es PIB per cápita.
Y por país, México posee un IMF de 6.778 que lo lleva a ocupar el lugar 21 del Ranking Mundial, superado por países como Brasil, Alemania, Puerto Rico, Costa Rica y Estados Unidos. Lideran la lista Dinamarca, Suiza, Islandia, Noruega y Canadá; parece que aunque el indicador propone una visión más integral de los individuos y de los países, al final se concluye con una medida que reafirma que la capacidad de compra de las personas y las condiciones materiales en las que se desarrollan, aproximan de muy buena manera el nivel de felicidad que pueden alcanzar.
Finalmente, ambas construcciones de medición del bienestar deben llevarnos a la reflexión respecto a qué tenemos por objetivo en la planeación de las políticas en nuestro país, una visión más amplia que el mero crecimiento económico y el crecimiento de la productividad y la competitividad, puede devenir en ciudadanos más felices, más satisfechos y por obviedad, que generen mayor dinamismo en la economía. ¿Parece un argumento circular? Quizás lo es, pero es un enfoque al deberíamos darle oportunidad.
Doctora en Economía por la Universidad Autónoma de Madrid. Académica del Departamento de Economía de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México y Directora Académica de ISPOR Capítulo México.
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