Hace unos días me metí a leer un poco del movimiento #metooagenciascreativas. Me impulsó la curiosidad de saber algunos nombres de la lista, ya que como ustedes saben me muevo en ese medio.
Y me desconcertó ver que muchas personas con las que he tenido un trato profesional, forman parte de esa lista.
Sentí un escalofrío. Ese miedo que alguna vez sentimos todas las mujeres, de miedo. El miedo que te callas, que te guardas en lo más profundo de tu ser, ese miedo anónimo que nosotras conocemos como el: ya ni modo.
El ya ni modo, que te digan piropos que te hacen sentir incómoda; ya ni modo, que escriban para decirte alguna vulgaridad; el ya ni modo, que me hagan menos en una junta de trabajo y me llamen escuincla; o peor que hablen de mi cuerpo en mis propias narices.
Esto sucede porque nuestra sociedad ha normalizado el que te digan «¡Qué patotas tienes! Como para ponérmelas de aretes» y todas esas clases de “halagos” que, lejos de hacernos sentir bonitas, nos hacen sentir una moneda de cambio.
Y ese miedo me llevó a analizar profundamente cuántas veces me ha pasado algún tipo de acoso en mi vida laboral.
La respuesta fue aterradora, alarmante y, sinceramente, me atrevo a decir que muy triste.
Tengo 30 años y he tenido siete trabajos, de los cuales en cinco he sufrido algún tipo de acoso sexual.
Soy una mujer fuerte y he sabido lidiar con ellos, gracias a mi educación y la confianza que tengo con mis padres, quienes son mis más grandes guías.
También ayuda mi carácter sin filtros y mis ganas de nunca quedarme callada.
Soy afortunada, pero ¿y todas esas chicas que no tienen el valor de hablar por el pavor de perder su trabajo, de ser juzgadas porque ellas fueran las “provocativas”? ¿Qué pasa con esas niñas que las hacen sentir culpables por todo lo que les pasa, solo por ser mujeres?
¿Qué pasa con esas mujeres que fueron criadas bajo el yugo de una educación machista?
La respuesta es simple: silencio y tragar camote.
Qué asco que esta sociedad no sea lo suficientemente humana para saber que nosotras no somos ninguna joyería costosa en un nido de ratas.
Que la frase «es que tú los provocas» está de más, y que usar falda con este calor no debe representar una amenaza a nuestras vidas.
El movimiento #metoo es una forma de castigo social por todo ese silencio atrás de la víctimas, por la impunidad que existe por parte de las leyes al minimizar el hecho de que te metan la mano en la falda en el trasporte público.
Dejemos de ser ajenos a las denuncias, dejemos de desvirtuar los gritos de auxilio que se piden en bajito por mujeres desesperadas que no tienen voz.
Hice una pequeña encuesta en mis redes sociales. El 85% de las mujeres que realizaron la encuesta respondieron que, efectivamente, habían sufrido en algún punto de su vida algún acoso o abuso sexual.
Esto es alarmante.
A ti que lees esto, si necesitas ayuda, aquí estoy, aquí estamos. No estamos solas. Habla de lo sucedido, pon límites, no tengas miedo, tú no tienes la culpa de nada.
Si tú levantas la voz estarás protegiendo a nuestras futuras generaciones, nos darás el poder suficiente para decir «ya basta«.
Empresas, refuercen sus protocolos y recursos humanos, evolucionemos en medidas de protección hacia la mujer. Déjense de oídos sordos.
Familias, eduquen a sus hijos como humanos, no como machitos y hembritas.
Y a ustedes, mis chicos, escuchen, defiéndanos y pónganse en nuestros zapatos.
¿Qué sentirían si alguien les dijera que, solo por su fisonomía, corren peligro todo el tiempo?
Sean conscientes de sus acciones y sus palabras.
Sí, yo soy parte del #metoo como la gran mayoría de las mujeres en el mundo.
Pero no tengo miedo de decir ¡ya basta!, tengo voz y estoy lista para defenderme, pase lo que pase.
Soy #metoo y estoy lista para luchar.
#lanetapechugona
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