A lo largo de sus ya bien vividos 87 años de existencia del Partido Revolucionario Institucional, nada ha sido tan marcado y exigido para sus militantes como la disciplina partidista del mismo. Quienes no la han acatado o no han aceptado las decisiones de la cúpula en su momento han tenido sus días contados en el partido y, por lo general, han migrado a otras corrientes políticas. Conocidos son los casos de Juan Andrew Almazán, de Miguel Henríquez Guzmán o de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano que abandonaron al PRI para buscar candidaturas presidenciales en otro lado al no querer disciplinarse a los designios de sus jerarcas. Mucho más extensa es la lista de aquellos que se han ido por no ser favorecidos con candidaturas a gobernador, senador, diputado o presidente municipal. También ha habido algunos que dejaron al partido por diferencias ideológicas y otros por conflictos personales con sus líderes y con el líder nato del tricolor: el presidente de la República.
El partido exige disciplina no sólo en casos de candidaturas, se tiene que ser solidario con las decisiones del instituto político y también con las de los gobiernos emanados del mismo. No quiere decir que no se pueda discrepar de algunas situaciones e incluso se pueden hacer acres críticas a tal o cual determinación que emane del partido o del gobierno priista, incluso se vale proponer alternativas a esas propuestas. Pero la militancia sabe que hay reglas no escritas que no están sujetas a consenso y que esas hay que acatarlas si se quiere tener futuro inmediato dentro del sistema. Claro que hay vida democrática dentro del PRI pero a veces se ve limitada por el mandato superior de la disciplina partidista. El acatamiento de los lineamientos partidistas no es discrecional, en el sentido estricto de la palabra, más vale no expresarse muy fuerte en contra y eso, la disciplina priista, es lo que ha logrado la gran unidad del partido y su éxito en la vida política de México.
La disciplina partidista es aplicable para todos sus miembros, inclusive para sus jerarcas y solo excluye a su jefe nato aunque no en forma ilimitada. Los presidentes del Comité Ejecutivo Nacional han sido siempre designados por el presidente de la República en funciones (cuando este es obviamente emanado de sus filas) y estos han seguido invariablemente la línea política de los mandatarios. Pocas, muy pocas han sido las ocasiones en que esto no se ha dado. En toda su historia, el PRI, ha tenido tan solo dos casos de indisciplina abierta de parte de su presidente hacia el jefe nato del tricolor y ambas se tradujeron en el frío político y en la eventual “renuncia” del dirigente partidista. Estos han sido los casos de Carlos A. Madrazo y de Jesús Reyes Heroles.
Carlos Alberto Madrazo fue un tabasqueño que realizó una activa y tempestuosa carrera política a la que dedicó 41 años de los casi 55 que le tocó vivir. Líder estudiantil y de muchas organizaciones juveniles en que militó, protegido del famoso gobernador Tomás Garrido (con quien después rompería), diputado federal ( que fue desaforado y encarcelado para más tarde ser puesto “ en libertad por falta de méritos”), aguerrido abogado postulante, director de la Escuela Nacional de Bibliotecarios, representante del gobierno de Tabasco en el D.F. y gobernador de ese estado. Durante el mandato de Adolfo López Mateos se le consideró como el mejor gobernador del sexenio y mantuvo una estrecha amistad con el secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, a quien apoyo abiertamente en la lucha por la candidatura presidencial de 1964. A Madrazo se le consideraba como el futuro regente del Distrito Federal e incluso se dice que lo habían acordado ambos personajes. Sin embargo el presidente Díaz Ordaz tenía nuevos planes para el partido y considero que Madrazo era el político idóneo para llevarlos a cabo. Algunos dicen que fueron muchos los señorones del poder que le solicitaron al presidente que no lo nombrara en ese cargo.
Madrazo había hecho otros planes pero, con disciplina partidista, acepto ir a dirigir al PRI. Pero como Madrazo era quien era desde el discurso de toma de posesión se lanzó con virulencia y exigió “No a la jerarquía a base de la imposición; Respetemos a la militancia (porque) un hombre que lucha en el partido, y de pronto le arrebatan lo que ha conquistado para entregárselo a un intruso, jamás volverá a creer en nosotros”, lo que hubiera puesto a temblar a varios en la actualidad. Pero todavía advirtió que si el PRI sostuviera causas impopulares perdería terreno, pero que si apoyara a candidatos que “ni sienten ni comprenden a la Revolución, la culpa será del PRI y no de aquellos que nunca se han identificado con su causa”. Tiempo después se opuso con vehemencia a una iniciativa que proponía la reelección de los diputados, lo que le provocó un desaguisado con el líder camaral Alfonso Martínez Domínguez que ganó Madrazo. Solo días después intentó que se implementara la reforma para “La Democracia Municipal” que en pocas palabras intentaba frenar el poder de los gobernadores y de las cuotas de los sectores en las candidaturas municipales lo que creo un conflicto mayor con el gobernador de Sinaloa Leopoldo Sánchez Célis. Después pretendió realizar juntas de programación partidista en el D.F., lo que no fue del agrado de Ernesto P. Uruchurtu que convenció al presidente de suspenderlas.
La ruptura con Díaz Ordaz ya se veía venir dadas las quejas que a diario le llevaba la clase política al “Jefe Nato”, pero Madrazo no paraba en rebasar las intenciones partidistas que se había propuesto el presidente. Todavía crearía una Comisión de Honor y Justicia para expulsar del PRI a “Aquellos que se apartasen de las normas morales y traicionen a La Revolución y al pueblo”. El problema es que la integra con miembros de la vieja guardia que no fueron consultados como el general Gabriel Leyva, lo que provoca el enojo del secretario de a Defensa, Marcelino García Barragán, que prohíbe a los generales en activo participar en tareas del partido. Madrazo rebasó las instrucciones del presidente y, a pesar de las llamadas de atención que se le dieron en la Secretaria de Gobernación, continua su cruzada democratizadora del PRI. Empieza a tener problemas con el secretario, Luis Echeverría, pero las cosas se ponen peor cuando sus enemigos lo acusan de ambicioso y que pretende ser el próximo presidente del país. Sus discursos continuaron siendo incendiarios y a cada día abría nuevos frentes de combate con la clase política del partido. Por lo que ya no fue muy difícil convencer a don Gustavo de despedirlo; se apartó de la línea fijada por el “Jefe Nato”.
El caso de don Jesús Reyes Heroles es un poco diferente. El presidente Luis Echeverría había puesto en el PRI al principio de su gobierno a Manuel Sánchez Vite. Don Manuel era el gobernador de Hidalgo y era el típico político de su época sagaz y marrullero, además de amigo de Echeverría. Pero apenas transcurridos los dos primeros años del sexenio, el presidente sintió la necesidad de cambiar el rumbo partidista y hacerlo más acorde a su línea ideológica. El único que encajaba en esa definición era el veracruzano que tenía una gran fama de intelectual y era un político pragmático que había obtenido magníficos resultados en todos los cargos que había desempeñado, incluido el delicado puesto de director de Pemex. El gran problema es que no eran amigos y tenían perspectivas intelectuales diferentes; don Jesús no sentía gran compromiso con Echeverría y sentía que lo había designado por verdadera necesidad.
La fiesta la llevaron más o menos en paz los dos primeros años, aunque nunca se sintieron cómodo el uno con el otro. Pero la tormenta se desato cuando vino la designación de candidato al gobierno de Veracruz, entidad de la que era originario don Jesús. Al presidente le habían ponderado al secretario de Gobierno veracruzano, Manuel Carbonell, que le era antipático a Reyes Heroles y lo consideraba mediocre para el cargo. Una noche Echeverría se decidió por Carbonell y le dio instrucciones al gobernador del Estado, Rafael Murillo Vidal, de iniciar los trámites del “destape”. Por supuesto que lo hizo sin darle ni medio aviso a don Jesus, quien además de montar en cólera ordenó al delegado en Veracruz, Ignacio Vázquez Torres , que no hiciera movilización alguna y que declarara que el caso “no estaba resuelto”. Unas horas después le hizo una “casual entrevista” de banqueta, a Reyes Heroles, el periodista Ángel T. Ferreira, en la que simplemente dijo “Yo como veracruzano y priista no le di mi voto a Carbonell”. Eso dicho por el presidente del PRI sentenciaba a muerte la candidatura aprobada por Echeverría y no hubo más remedio que echarla para abajo. Reyes Heroles siempre decía que “La forma es fondo” y esa no era la forma de armar una candidatura ni por el “Jefe Nato”. El presidente se la tuvo que aguantar y designo a Rafael Hernández Ochoa como candidato a Veracruz, pero ya con el conocimiento y la intervención del jerarca priista.
Echeverría supo tragar el sapo y dejo al veracruzano en el partido, pero justo cuando se efectuaba el destape del candidato a la presidencia, José López Portillo, lo removió y nombraron a Porfirio Muñoz Ledo en su lugar. Las aguas volvieron a su lugar y se impuso el Primer mandatario. El antagonismo continuó hasta la muerte de don Jesús, ya que Echeverría no perdonó la desobediencia y Reyes Heróles nunca intentó contentarlo sino todo lo contrario.
Estas dos “brincadas de trancas” han sido las únicas de presidentes priistas hacia el líder real del partido y quizás ayuden a explicar la disciplina que tenemos los tricolores ante las decisiones de la cúpula del partido. Prueba de ello ha sido la aceptación casi unánime, o al menos sin oposición real, a la designación de Enrique Ochoa Reza como presidente del CEN del PRI. Ochoa llega a dirigir al partido sin casi ninguna experiencia partidista, no ha ocupado cargos en el partido, no ostenta puestos de elección popular y se ha puesto en duda su militancia de más de 10 años en el tricolor. Por otro lado, sus credenciales intelectuales y profesionales son impecables, licenciado en Derecho y en Economía, maestrías y doctorado en Ciencia Política por la Universidad de Columbia. Como funcionario ha hecho un magnífico papel como subsecretario de Energía y como director de la CFE. El pasado fin de semana viajo a Campeche y a Yucatán para establecer el dialogo con los priistas y para que lo conocieran, ya lo había hecho en Aguascalientes y lo va a continuar por todo el país. Va a escuchar la voz de los militantes y se tendrá que aguantar las críticas que le hagan que serán amplias.
Pero lo que importa es entender, es comprender que Enrique Ochoa es el hombre que el presidente Peña Nieto escogió para llevar adelante al partido y mientras los priistas lo reconozcamos como el “Jefe Nato” del mismo tendremos que aceptarlo y hasta apoyarlo. Permítasenos decir, dentro de esa libertad que tenemos en el tricolor, que esta designación no fue la más afortunada ni la más popular y que los resultados de su gestión tendrá que asumirlos el presidente de La República. Ojalá que la preparación y el entusiasmo de Ochoa sean suficientes para lograr buenos logros para el futuro del PRI. Actualmente andamos en caída.
jcrh