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El arte de saber pedir disculpas

El arte de saber pedir disculpas

NUEVA YORK.- Un «no hay problema» -respuesta rápida-  es una disculpa que por lo general es aceptada al momento. Chocar con alguien de manera accidental, basta con decir «lo siento» porque en el transcurso del día habrá de generarse un «buen» de afrentas triviales.

Sin embargo lo crítico de un «lo siento» es necesario para enmendar palabras hirientes de verdad, así como actos u omisiones, donde en ocasiones resultan las palabras más difíciles de pronunciar. Se ofrece una disculpa con la mejor de las intenciones pero puede quedar socavada por la manera como se expresa. Lejos de erradicar el dolor emocional causado por la afrenta, una disculpa mal verbalizada puede traducirse en enojo y antagonismo duraderos.

Admito que he experimentado toda una vida de retos en lo relativo a disculparme, en especial cuando pensaba que yo estaba en lo correcto, que me habían malinterpretado o que la parte ofendida estaba siendo demasiado delicada. No obstante, hace poco descubrí que la necesidad de una disculpa no es tanto algo que se trate de mí como de la persona que, sin importar la razón, se ofendió por algo que hice o dije o no hice, más allá de mis intenciones.



Después de enterarme de que un vecino que me atacó verbalmente estaba furioso conmigo por una omisión de la que no me di cuenta, le escribí una carta esperando apaciguar la hostilidad. Sin dar excusas, me disculpé por mi falta de respeto y observancia de las reglas de etiqueta. Escribí que no pedía ni esperaba su perdón, sino que solo esperaba que pudiéramos tener una relación si no amistosa, por lo menos educada y civil, y luego dejé la carta junto con un frasco de mermelada hecha en casa.

Sin esperar nada a cambio, me sentí realmente aliviada cuando sonó mi timbre y el vecino me agradeció cálidamente por lo que había expresado y hecho. Mi alivio era palpable. Me sentía como si no solo me hubiera deshecho de un enemigo, sino hubiera hecho un amigo, lo que sucedió en los días que siguieron.

Más o menos una semana después descubrí que, de acuerdo con la psicóloga y escritora Harriet Lerner, la forma como expresé mi disculpa era justo lo que “el doctor” habría recetado. En el primer capítulo de su nuevo libro, Why Won’t You Apologize?, la Dra. Lerner señala que las disculpas seguidas de racionalizaciones “nunca son satisfactorias” e incluso pueden ser dañinas.

“Cuando una disculpa va acompañada de un ‘pero’”, escribe, se trata de una excusa que se opone a la sinceridad del mensaje original. Las mejores disculpas son cortas y no incluyen explicaciones que puedan contradecirlas.



“Los humanos estamos programados para estar a la defensiva. Es muy difícil asumir la responsabilidad directa e inequívoca sobre nuestras acciones dañinas. Requiere mucha madurez poner una relación o a otra persona antes que a nuestra necesidad de tener la razón”.

Pedir perdón tampoco debe ser parte de la disculpa. El ofendido puede aceptar una sincera disculpa y de todas formas no estar listo para perdonar la transgresión. El perdón, si es que se da, puede depender de una demostración en lo subsecuente de que la ofensa no se repetirá.

“No es nuestro papel decirle a nadie si debe o no perdonar”, dijo la Dra. Lerner en una entrevista. Ella se contrapone a la idea popular de que no perdonar es malo para la salud y puede llevar a una vida empantanada en la amargura y el odio. “No hay un camino único para sanar”, dijo. “Hay muchos caminos para soltar las emociones corrosivas sin perdonar, como la terapia, la meditación, medicinas o incluso la natación”.

Lo más difícil, sostiene la Dra. Lerner, es perdonar a un ofensor que no se disculpa.

El foco de una disculpa debe estar en lo que el ofensor dijo o hizo, no en la reacción de la persona a ello. Decir “Lamento que te sientas así” desvía el foco de la persona que supuestamente está disculpándose y convierte ese “lo lamento” en un “en realidad, no lo lamento para nada”, escribe la psicóloga.

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