* El camino de casi 5.000 centroamericanos en su mayoría familias hondureñas se estancó en un albergue improvisado en un barrio marginal de Tijuana
Con la brújula apuntando hacia su sueño americano, miles de centroamericanos lo dejaron todo para emprender una odisea de 4.400 kilómetros. Cargando niños y esperanzas, llegaron a la infranqueable frontera estadounidense y ahora deben plantearse si continuar el viaje clandestinamente o resignarse a vivir en México.
Tras un periplo a pie y autostop de más de un mes desde Honduras, el camino de casi 5.000 centroamericanos en su mayoría familias hondureñas se estancó en un albergue improvisado en un barrio marginal de Tijuana, una ciudad del noroeste de México fronteriza con Estados Unidos.
Ahí duermen hacinados y a la intemperie. Solo hay 30 baños y 9 duchas en el polvoriento refugio, donde pululan epidemias de influenza, infecciones respiratorias, tuberculosis y piojos. Las filas para obtener dos raciones de comida diarias son interminables.
«Vivimos peor que animales. Desde que llegamos solo hemos perdido el tiempo y las fuerzas sin llegar a ningún lado», dice Carmen Monte, hondureña de 32 años que no logra recuperarse de una tos.
Harto de vivir así, Elvin Perdomo quiere brincar «como sea» el muro de la frontera estadounidense.
«Por un puente o por un rincón», dice este padre que viaja con su hijo pequeño.
Cruzar con un «coyote»
Con una voluntad de hierro, los migrantes abrieron -a veces a la fuerza- las fronteras de Guatemala y México, pero al llegar ante tierras estadounidenses se toparon con una fortaleza de entramados de púas y barricadas metálicas, vigilada día y noche por uniformados fuertemente armados.
Alegando que la caravana busca una «invasión» a Estados Unidos, el presidente Donald Trump dispuso el envío de hasta 9.000 soldados a su frontera sur.
Así, optar por «el ‘coyote’ (traficante de personas) es lo más lógico», dice Danilo Mejía, hondureño de 26 años que espera recibir ayuda financiera de su familia en Nueva York para costearlo.
Según cuenta, los «coyotes» o «polleros» cobran entre 7.000 y 13.000 dólares, pero también ofrecen sus servicios gratuitamente si el cliente accede a llevar droga.
«Te dan una mochila de 80 libras (más de 36 kilos) y hasta te pagan 1.500 dólares» por transportarla durante tres días de caminata en el desierto. Yo jamás podría llevar tanto peso», dice Mejía, cantante admirador del mexicano Vicente Fernández.
Con una voz aterciopelada, entona la melodía «La llave» junto a una puerta fronteriza que conduce a Estados Unidos.
Lejos de ahí, en un periférico y humilde barrio de Tijuana situado al ras de la frontera, el terreno es tan agreste que en un largo tramo no hay muro fronterizo.
«Los hondureños pueden pasar por aquí. Los de la patrulla de Estados Unidos están coludidos con los ‘coyotes’ y dejan pasar a los migrantes» por un fajo de dinero, asegura un habitante bajo el anonimato.
La perspectiva de un cruce ilegal y enseguida pedir refugio se hace cada vez más difícil.
Trump lanzó por la noche del sábado dos tuits en los que advierte que todos los migrantes permanecerán en México a la espera de que sus «pedidos sean aprobados de manera individual en la corte» y amagó nuevamente con cerrar los casi 3.200 km de frontera con México «si es necesario».
Por la mañana, el diario estadounidense The Washington Post publico qué el equipo del presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador, ya habría acordado con la administración Trump cómo abordar la espinosa cuestión del flujo de migrantes centroamericanos.
Pero Olga Sánchez Cordero, quien será ministra de Gobernación (Interior) y era citada por el diario estadounidense, aclaró que de momento «no existe ningún acuerdo» y que la prioridad del próximo gobierno en el tema de los migrantes «es la protección de sus derechos humanos».
Cocinar «con sabor»
Cruz López, hondureña de 40 años, intentó colarse junto con su hija de 15 y dos primas por el paso peatonal de una garita que conecta a Tijuana con San Diego, California.
Al verse rodeada, «ella se entregó junto con la niña» a las autoridades esperando que le abran un proceso de asilo, cuenta su hijo de 22 años, Jecson Fuentes.
«Ahora está encerrada y no hemos sabido nada de ella en cinco días», dice angustiado hasta las lágrimas este joven, quien se enteró de lo sucedido por una prima que se arrepintió al último minuto.
Algunos se han inscrito en listas de espera para tramitar el asilo en Estados Unidos, pero se desaniman al saber que podrían pasar meses para tener turno.
Así, aupados por autoridades locales, muchos centroamericanos están buscando empleo en la próspera industria manufacturera de Tijuana.
«Yo no me voy a arriesgar. Me quedo en México», asegura Yeimi Colindes con determinación.
Al llegar a Tijuana consiguió comprar una estufa y vende comida hondureña en el hacinado albergue.
«¡Hay baleadas!», grita al ofertar un platillo típico de Honduras que consiste en un una tortilla de harina de trigo rellena de frijoles, queso y mantequilla.
«Voy a sacar a mis hijos adelante cocinando. Yo le voy a poner sabor a la comida porque en México es algo insípida», dice mientras despacha entre la multitud de tiendas de campaña del albergue.
Información e imagen: AFP
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