Por: Sergio Villaseñor

La Guerra Fría pareciera estar de regreso. Lo podemos ver en la TV (The Americans), en el cine (The Post), en la literatura (El legado de los espías). Pareciera que se ha perdido de vista el horror y la aberración del socialismo de la Unión Soviética porque no sólo se trata del plano cultural; lo vemos en la política real con Putin encarnando una especie de actualización de la Guerra Fría en el lado socialista.

Esta nueva versión de la Guerra Fría encabezada por el tirano cargado de testosterona que se sumerge en aguas heladas o que caza a un oso ciertamente provoca ganas de reír, pero también preocupa severamente porque dicha propaganda expansionista corre a la par de cientos de muertos. En la actualidad podemos decir que el socialismo fracasó en todos sus frentes, salvo en el espionaje.

Putin, claro descendiente de la escuela autócrata y expansionista de la Guerra Fría es muy dado a entrarle al juego de espías. Aún no sabemos qué tan cierta sea la implicación del espionaje ruso en México, pero para efectos electorales ya ha tenido una cierta implicación. No por la intromisión putiniana, sino por el buen uso propagandístico que le ha dado Andrés Manuel López Obrador.

Es probable que una vez caducado el chistecito, AMLO regrese a sus desplantes habituales (esos que tan alta factura le han cobrado), los del líder explosivo que se engancha fácilmente, como en días recientes que sumó a Jesús Silva-Herzog a la Mafia del poder por haberlo criticado en un artículo. Sin embargo, con lo de Andresmanuelovich el «regreso» de la Guerra Fría nos ha concedido un doble milagro: que López Obrador parezca sensato y ¡tener sentido del humor!

Independientemente del acierto que ha tenido su agente de relaciones públicas, Andrés Manuel debería moderar los chascarrillos por el bien de la política nacional, ya que en juego está el destino de la nación. ¿O no?

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