Como si se tratara de un cliché cinematográfico, Jeanette Winterson sólo tenía amigos imaginarios y era severamente castigada por una madre estricta y vivía en uno de los barrios más pobres de Inglaterra.

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Además, fue víctima de los abusos de sus compañeros de clase, mismos que se burlaban de ella por no llevar ropa nueva y su desalineada apariencia.

Siguiendo la línea del cliché, la chica de imagen andrógina creció envuelta en una serie de infortunios que la llevarían a convertirse en una de las escritoras más prolíferas de la actualidad, puesto que plasma sus más íntimos sentimientos en sus obras, además de que se ha abierto al mundo y se deja ver como es en realidad: una mujer que visitó el infierno y sobrevivió para contarlo.

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No sabe de dónde viene realmente, pues cuando apenas era una bebé fue adoptada por una familia evangelista cuya necesidad de involucrarla en el pensamiento religioso, propio de la comunidad, se hizo presente desde que la niña pudo emitir palabras.

Luego de años de abuso, llegó a la adolescencia con una serie de preguntas sobre la vida, su cuerpo, la religión y la sexualidad.

Se dio cuenta entonces de que se sentía atraída física y emocionalmente por una mujer, y que casualmente ésta no tenía un inconveniente con mostrarse igual de afectiva con ella.

El rumor se esparció y llegó a oídos de su familia, la congregación religiosa a la que pertenecía y del pueblo en el que vivía; una audiencia que presenció un exorcismo en vivo:

La tomaron entre varios y sin aplicar mucha resistencia, permitió que se realizaran los ritos necesarios; escuchó los rezos y recibió el agua bendita en su cuerpo.

Escuchó cómo todos sentían la supuesta presencia demoníaca mientras ella gritaba más de desesperación que de posesión.

Al terminar, Winterson se levantó y salió caminando con normalidad mientras amenazaba y advertía que no se escondería y mucho menos ocultaría su amor, por lo que fue expulsada de casa inmediatamente; ésta comenzó a dormir en un automóvil y leer cuanto su mente y visión le permitían.

Esto le impulsó a escribir lo que toda su vida había padecido, por lo que se usó a sí misma como un personaje de ficción que lloraba y sufría. Sin embargo, cambió algunos rasgos de su personalidad para crear un personaje nuevo que se moviera con naturalidad y sin temor; justo de la manera en que ella recorría el mundo.

Vía Cultura Colectiva.

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